Si esto es un hombre


André González_ Perfil Casi literal“Entre las cuarenta y cinco personas de mi vagón tan
sólo cuatro han vuelto a ver su hogar; y fue con mucho
el vagón más afortunado”.

Primo Levi, Si esto no es un hombre

La novela inicia con un poema que se puede pensar que es un resumen de la misma, acaso un prólogo. A mi manera de verla es un conjunto y poema y novela no pueden ir separados: son un cuestionamiento al género humano.

Primo Levi cuenta parte de su experiencia en Si esto es un hombre. Se trata de una obra cruda sobre el asfixiante día a día en un campo de concentración. Le tocó en suerte ser deportado al campo de Monowitz, también conocido como Auschwitz III. No oculta eso que atisbaron sus ojos, cómo los hombres se humillan o lo hacen con otros, la solidaridad y el abuso entre prisioneros, los estatus, los privilegios… Todo está permitido. El final es la subsistencia.

Percibo toda la obra como una constante pregunta, una búsqueda de sentido o explicación a lo absurdo, a la barbarie, a la vejación y humillación. Esto no puede ser respondido ya que es contra natura. La brutalidad no puede ser explicada debido a que carece de motivos y sentido. No es posible justificar ningún acto violento: podemos analizarlo, tratar de llegar a su motor, pero nunca lo entenderemos. Es irracional.

La crudeza de la vida en los campos de concentración está presente en cada hoja, en cada línea: las ideas reveladas, los sueños compartidos, las añoranzas excesivamente lejanas, esas que sucedieron hace seis meses, ese pasado que ya no existe y al que solo tienen acceso los de afuera, no así los condenados. Demasiados hechos cada día, aunque la intensidad con que se vive en un lugar así los vuelven muy distantes en tiempo y espacio.

Los prisioneros se matan entre sí: no de una forma física sino más bien sutil. Robar ropa y comida es sobrevivir sin importar los medios. Son pocas las cosas en qué pensar: comer, trabajar, esperar la noche para descansar; todo esto y sin tregua es una constante cada día. Los sueños y el pasado están presente en el vivir, pero durante esos días, semanas, meses o años, otras cosas son más apremiantes. Es necesario estar concentrado en resistir.

La denigración no tiene límite. Eso hacían los nazis a diario con los prisioneros: su fin era despojarlos algo tan importante como el hecho de ser considerado una persona y sentirse como tal. Antes de matarlos debían perder toda dignidad, ser cuerpos mecanizados sin capacidad de pensar o sentir. Destruirlos en cada aspecto posible, y para ello crearon la mayor máquina de la muerte nunca antes conocida.

Pero no siempre lo consiguieron. Siempre hubo quienes se negaron a humillarse y por eso precipitaron su propia muerte, seguros y convencidos de que fue una forma de vencer al opresor. Otros tantos nunca se lo preguntaron, seguían por inercia. Muchos fueron los que entendieron el funcionamiento del monstruo y resistieron. El horror finalizó, los campos fueron liberados y los antiguos prisioneros emprendieron el regreso. Era el momento de volver a comenzar y evitar el olvido.

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