De Sabato para los inconformes


Rubí_ Perfil Casi literalPor RUBÍ VÉLIZ CATALÁN |

«Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien.

Sentir, que es un soplo la vida, que veinte años no es nada

que febril la mirada, errante en las sombras te busca y te nombra».

Volver, Carlos Gardel

Las certezas absolutas son peligrosas e infectan la voluntad. Si por la inevitable rendición nos traga el pozo vertiginoso de una de ellas, corremos el riesgo de perder el entusiasmo de la aventura por descubrir. Una de las certezas más detestables nos atañe a nosotros los lectores, que a veces pecamos de renegados —o de hipócritas no pocas veces— y nos gusta creer que el ejercicio de la selección de nuestras lecturas se ciñe a la virtud que tenemos de distinguir lo bueno de lo no tan bueno.

Nada más desacertado. Hay libros que nos encuentran a nosotros, que nos mueven el suelo, que nos flechan y que logran bajar la amarga espuma de la zona cómoda de nuestro devenir intelectual. Así sucedió con La Resistencia de Ernesto Sabato en el club de lectura al que asisto cada viernes por la mañana.

Hace tiempo comencé a rastrear la razón de mi perpetuo descontento con el exceso de comodidades que hoy ofrece la alta tecnología, con la aberración nauseabunda que me provoca ver a las personas cortar el aire con el filo de la prisa, observar desde la tristeza a los niños reacios a jugar con todo su cuerpo y no solo con los pulgares o lo esperpéntico de la creciente ambición por el dinero o el poder. Total, me siento incómoda en mi época, pero al leer las cartas de Sabato dejé de sentirme sola en el desahuciador horno crematorio de la soledad añorante de una vida fuera de la luz led. Y no es que crea románticamente que hace cinco o seis décadas mi país, o el mundo en todo caso, estaba exento de vicios autodestructivos. No. El sabor de la carroña ha sido atractivo al ego desde que se nos definió a partir de preceptos separatistas, lo que hace imposible fechar la tragedia humana.

Si bien es cierto que leer La resistencia no me respondió del todo a mis angustias, supe que es apremiante, como lo afirma Sabato, diferenciar lo pequeño de lo grande, cuestionar —¿o redefinir?— los antiguos valores de la comunidad, reconocer el bien del mal y aferrarnos a la resistencia. El autor nos advierte de su incapacidad por ofrecer al lector una fórmula mágica de desintoxicación. De hecho, las cinco cartas que conforman la obra no son un manifiesto que proponga el cerrar la puerta al paso del tiempo y lo que esto significa en detrimento incluso del bien humano. Por el contrario, Sabato nos invita a resistir a partir del reconocimiento de nuestra tendencia al sometimiento a nuestras pasiones.

La resistencia es un libro que me encontró y lavó la bilis envolvente originada en la deshumanización espiral en la que, sin quererlo, me he insertado de a poco. Solo queda resistir.

Las calles mojadas viven y en ellas se guarda un pasado al que hay que dejar descansar. Así lo dice Gardel con esa voz deliciosa y ahogada de barítono ligero en el tango Volver. De la misma manera, Sabato nos invita a filiarnos tenazmente al presente cuando dice que «no podemos quedar fijados en el pasado ni tampoco deleitarnos en la mirada del abismo»; debemos resistir aunque nos supere el marasmo indolente. Después de todo, el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.

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