La estética de error: Egon Schiele


Rubí_ Perfil Casi literal“El arte es una escritura mágica

que usa colores en lugar de palabras

para representar una visión interna del mundo,

una visión desconcertante, carente de ser”.

Hugo von Hoofmannstal

Los libros apilados son muchos, y no los he leído todos. De hecho, la razón de aquella mini biblioteca hogareña tan nutrida es una suerte de desahogo compulsivo; bien podrían ser zapatos, ropa u otros artículos, pero yo escogí los libros para sosegarme por dentro. Ciertamente no es una actitud de la que me enorgullezca, pero la presencia física de mis libros me ubica en el mundo y me conecta con extrañas coincidencias estéticas.

Esta semana, como en un acto de redención conmigo misma, tomé uno de esos libros que había ignorado por años. Lo hice al azar y sin esperar mayor cosa; una actitud justificada en la resaca afectiva que las fiestas de final de año deja en quienes suplicamos por lo intangible e invaluable en lugar de lo efímero y preciado. El libro se llama Pubis de vello rojo, y el escritor español José Luis Muñoz es su autor. Una historia con dos novelas en una: novela erótica y novela negra. La combinación de subcategorías me pareció arriesgada y certera, aunque predecible y trivial al final.

Y allí volví a encontrarlo, en la portada del libro. Era de nuevo una de sus pinturas, una de sus mujeres amorfas de miradas solubles en fuego ofreciendo sus formas al pintor y al público en una comunión infinita. Mujer sentada (1917), por Egon Schiele. De nuevo Schiele, el delgado y precoz artista austríaco que aparece cuando menos lo busco y cuando menos lo espero, a quien encontré en Elogio de la madrastra de Mario Vargas Llosa y en otras novelas eróticas menos conocidas.

La vida artística de Schiele fue más que breve, efímera, pero a pesar de ello dejó para el mundo de la pintura del siglo XX una descarnada y redefinida visión de la belleza donde sus mujeres se perfilan malnutridas, ojerosas y tristes; donde los niños no gozan de los rubores de la niñez. Niños y mujeres inconfesas, sexuales, azorados por la resignación al hambre. Para muestra hay que empapar los ojos en pinturas como Desnudo de muchacha con cabellos negros (1910), Madre muerta I (1910), o La embarazada y la muerte (1911).

La literatura se ha beneficiado mucho de la obra de Schiele, sobre todo la novela erótica; sin embargo, comprimir el trabajo de un artista a lo visualmente coincidente con alusiones sexuales no solo resulta injusto: denota la resistencia a la proximidad con las causas artísticas que son el ruido de fondo en las obras de arte. No solo son mujeres desnudas, no todo en su trabajo son vulvas y gesticulaciones mórbidas. No todas fueron prostitutas.

Es por eso que el primer artículo de este año lo dedico a la casualidad de encontrarme a Egon Schiele en varias novelas eróticas. A mi parecer hay una doble interpretación errónea que provoca etiquetas injustas que se propagan a raíz de la popularidad confortable del mercado e internet.

Un libro amarillento y usado me dejó que Egon Schiele está vigente más allá de su insistencia estética; una casualidad reconfortante que me exime de la culpa de comprar libros que voy a olvidar por meses, quizá por años.

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