Poesía de mayo (II): Walt Whitman


Rubí_ Perfil Casi literalEn el artículo anterior compartí mi apreciación sobre la poesía de Emily Dickinson. Y es que, como afirmé entonces, por razones que no comprendo mayo es para mí el mes de la poesía escrita en inglés aunque esto me defina como una lectora un tanto reduccionista. Pero qué puedo hacer, si los lectores tenemos reduccionismos, facetas, prejuicios e inclinaciones. Luchamos por ser lectores universales; queremos leerlo todo y a la vez no estamos dispuestos a leer cualquier libro. No obstante, pienso que las características anteriores son hasta cierto punto necesarias para nuestro alivio como personas que tenemos un vínculo indisoluble con la literatura. Después de todo, leemos por necesidades existenciales que nos superan. Del mismo modo, escribimos porque hay voces además de la que produce nuestro cuerpo, porque, como dijo Whitman, “el poderoso drama prosigue, y tú puedes contribuir con un verso.”

Con su poesía, Whitman protagonizó su propio drama siendo multifacético, contradictorio e indescifrable, cualidades con las que se destacó de sus predecesores de la poesía inglesa del siglo XIX. La rigidez en la poesía de Henry David Thoreau o los vericuetos filosóficos y puritanos de Ralph Waldo Emerson hicieron del muchacho de Long Island no solo un detractor férreo, sino además un poeta sin elevaciones; democrático, como se definía él mismo: “canto al yo, una persona simple y sencilla,/ sin embargo pronuncio la palabra democracia,/ la palabra del pueblo”.

En su poesía nadie encontrará rima, métrica, figuras forzadas o propuestas metafísicas destinadas a un público minoritario. Whitman es el poeta para el esclavo, el trabajador, el soldado, el enfermero. Quizá por la irreverencia de su estilo fue poco digerible para Ezra Pound:

Hago un pacto contigo, Walt Whitman,

te he destetado demasiado tiempo.

Vuelvo a ti como un niño crecido

que tenido un padre terco;

ahora tengo suficientes años como para hacer amigos.

Fuiste tú quien cortaste la madera,

es hora de tallarla.

Tenemos una savia y una raíz,

permite que haya amistad entre nosotros.

Erza Pond, Personae

Confieso que tuve prejuicios contra Whitman alguna vez, pero quizá no tanto contra él, sino más bien contra su fe ciega y fiel hacia la democracia, que a mi entender es un sistema filosófico y político errático e innecesario; para ese entonces mi desconocimiento de las causas de la Guerra Civil estadounidense era muy vasto, así como reducido mi acercamiento con la literatura estadounidense. Cuando separé la política de la poesía supe que los errores y los prejuicios son válidos si implican una ruptura con el estatismo selectivo que, a veces, como lectores nos hace perdernos de mucho. La literatura norteamericana no sería la misma sin Hojas de hierba (1855), así como tampoco lo sería sin La letra escarlata de Nataniel Hawthorne (1850), Moby Dick de Herman Melville (1851) o Walden, de Thoreau (1854).

Puede que Whitman no sea el poeta más leído; puede que la poesía de los nuevos literatos norteamericanos carezca del narcicismo descarado que proclama el «Canto a mí mismo» y puede que después de él creamos que ya lo hemos leído todo. Si pensamos así, será mejor que nos equivoquemos porque Whitman dejó la puerta abierta a la tarea de la renovación infinita de la poesía, una tarea que escritores como León Felipe o Federico García Lorca cumplieron aportando su verso al poderoso drama:

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el seño atravesado por una aguja

Federico García Lorca, «Oda a Whitman».

Mayo no es mayo sin los versos alucinantes de Whitman. El próximo martes 31 se celebra el 197 aniversario de su nacimiento.

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