El que odia, pudre y mata


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalEl 18 de enero de 2020 a las 4:50 de la madrugada, en la Avenida 3 y Paseo 102 de Villa Gesell, Argentina, Fernando Báez Sosa, de 19 años, fue asesinado a patadas. En los videos rápidos se logra apreciar el primer golpe que le dieron en la espalda. Cayó al suelo y nunca se levantó.

A su alrededor se dispusieron algunas personas: «lo están matando» decían, mientras se daban la vuelta rumbo a sus respectivas casas y mientras los diez jóvenes de entre 18 y 20 años que lo atacaban le aporreaban la cara.

Fernando murió indefenso y solo. Nadie lo ayudó, salvo sus magullados brazos. Nadie pegó un alarido siquiera. La ambulancia llegó media hora tarde y Báez ya había muerto a causa de los severos golpes que recibió en la cabeza. Murió tirado en la vereda, como si fuera nada, con la suela de la zapatilla de alguno, marcada en su mejilla izquierda. Murió mientras los demás se ponían de acuerdo para pactar una coartada. Murió y con él también murieron sus padres porque, después de perder a su único hijo, ya no quieren saber de vivir.

Al momento de escribir estas líneas, a un mes de su asesinato, una marcha multitudinaria en Argentina exige justicia para que Máximo Thomsen, Ciro Pertossi, Matías Benicelli, Ayrton Viollaz, Luciano Pertossi, Lucas Pertossi, Alejo Milanesi, Enzo Comelli, Juan Pedro Guarino y Blas Cinalli vayan a la cárcel el resto de su vida. Hay algo que también se debe exigir en todo el mundo: que se desnormalice la violencia.

—Hola, que tal. ¿La secretaría de seguridad? —Dijo la mujer tranquilamente.

—Sí —respondió el hombre de la misma forma esa madrugada.

—Mirá, tengo ahí en Le Brique un masculino que le dieron una golpiza y quedó inconsciente. Está muy golpeado.

—Bueno.

Se escucha un teléfono repiqueteando al fondo.

—¿Con quién hablo?

—Ariel.

—Ay, Ariel no te conocí la voz.

La siguiente llamada:

—Ariel, es Vero —dijo la mujer— escuchame, tengo varios llamados del mismo evento…

—Sí —respondió Ariel, como si nada.

—Gritan que no respira.

«Es que es normal que la gente se agarre a las piñas afuera de los boliches», me dijo un argentino y la llamada telefónica del 911 no solo evidencia dicha normalidad, sino la falta de humanidad que la desencadena porque nadie se va a mover por una riña, ni aunque la víctima haya dejado de respirar. «Somos un grupo que salimos a divertirnos y nos jugó una mala pasada la vida», dijo uno de los jóvenes implicados en el asesinato.

¿Qué harías tú si ves a diez personas pegarle a una? En peleas ajenas nadie se mete y así es más fácil construir un mecanismo del tipo de indiferencia que se lava las manos. Según el informe de la autopsia, Fernando Báez Sosa murió debido a que los golpes le provocaron un daño al sistema nervioso que le generó hemorragias masivas y un paro cardíaco por traumatismo.

El padre de Maximiliano Thomsen, uno de los coautores del asesinato de Fernando, comentó a los medios argentinos: «No hicieron ningún plan para matarlo, eso es una locura». Pero según el juez de Garantías, David Mancinelli, el crimen fue alevoso ya que «los acusados ejercieron especial violencia sobre la víctima con el fin de concretar su muerte».

Lo cierto es que en los videos se ve cómo los jóvenes seguían pateando el cuerpo inerte de Fernando; en un momento alguien lo arrastró en el concreto, halándolo del brazo, después de haber recibido la última patada en la cabeza. A esas alturas ya no tenía camisa ni esperanza. Sus amigos también fueron lastimados, quizás también en el afán de defenderlo. Mientras tanto, los diez jóvenes asesinos, que además eran deportistas y practicaban rugby, se tomaron una foto grupal, como si hubieran ganado un partido más, y se fueron a la casa que habían rentado para veranear.

La vida continuó su rumbo entre la inconsciencia, la indignación y el desdén mientras nuevos casos de asesinatos violentos aparecen todos los días en los titulares de los diarios.

¿Hasta cuándo veremos la violencia como una herramienta que tenemos derecho de utilizar contra el otro?

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