El totalitarismo panameño, un lobo disfrazado de oveja


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalHace unos días circulaba por las redes sociales el video de un hombre que estaba en una de las principales avenidas de la ciudad de Panamá; de esas avenidas que desde hace dos meses aproximadamente están despobladas y moribundas. Al hombre lo paró la policía, lo apresaron y le rompieron hasta la ropa mientras que una mujer gritaba, histérica: «Estaba paseando al perro». Y es que a estas alturas hay una difusa línea entre lo que significa delito y lo que no; porque en Panamá no hay cuarentena, hay arresto domiciliario.

Desde hace dos meses, el gobierno panameño instauró una serie de medidas represivas para «contrarrestar» el contagio de COVID-19. Por ejemplo, separaron a las personas por género: lunes, miércoles y viernes salen mujeres, únicamente dos horas, según el último número de la cédula o pasaporte; mientras que martes y jueves salen los hombres. Los fines de semana nadie puede salir. Y con esas medidas arbitrarias y poco estudiadas que se fueron sacando de la manga, la situación es dramática.

Hay 8 mil casos de personas contagiadas a las que se les da seguimiento —debo agregar que cada día se suman cientos—. Los medios locales fotografían también a las personas haciendo filas de cuatro horas, cuando únicamente cuentan con dos para comprar. Salen a cobrar el «bono solidario» del programa «Panamá solidario», que consiste en $80 dólares que ahora el gobierno está dándole a los más afectados y se apeñuscan mientras el supermercado verifica la cédula, la hora y decide quién entra y quién no. Dicho bono, producto del endeudamiento gubernamental y debido a la poca y nula posibilidad que tiene ahora la gente de trabajar en algo, solo sirve para evidenciar a los más de 85 mil trabajadores que, según cifras de Mitradel, se quedaron sin trabajo debido a la suspensión temporal de contratos a la que ya se acogieron 4 mil 200 empresas.

Entonces, cuando se sale a la calle, la tensión y la depresión se impregnan en la piel. La policía espera en las esquinas aguardando que pase algo grave, como que seas hombre y hayas decidido salir un miércoles, por ejemplo. En las noches suenan pailas —como les llaman aquí a las ollas— de personas manifestando su inconformidad ante la situación, aunque cada cual con sus motivos, ya sea porque los niños tienen dos meses sin salir a la calle (tema que al gobierno no le importa), por la corrupción gubernamental, por las inconsistencias en el discurso político o por la ley seca absoluta que hasta hoy empezaron a levantar en algunos sectores.

Y es que en aras de un supuesto bienestar común, el gobierno no solo se quedó con nuestra libertad, misma que cedimos como borregos enjaulados, sino que la destrozó. ¿A quién le reclamamos ahora? Acá no hay una línea de Call Center como ocurre con el servicio telefónico, por medio de la cual por menos nos desahogamos.  Lo que sí hay es miedo. Miedo, porque una familia completa ya no puede salir a dar una vuelta en carro sin arriesgarse a que sean arrestados. Miedo porque una madre no puede sacar a sus hijos a algún parque para que respiren otro aire que no sea el reciclado y lleno de polvo que tienen los aires acondicionados en algunas casas.

La represión es como una bomba que, aunque se disfrace de cuarentena, no se sostiene en el tiempo. Y el problema con las medidas estúpidas, generalizadas y poco estudiadas es que no funcionan y, en lugar de resolver, entorpecen. Pero ¿ha funcionado todo esto? Quisiera creer que sí, aunque los números no mienten. A dos meses de encierro absoluto, los casos no merman y, por el contrario, aumentan descomunalmente. El sábado, por ejemplo, tuvimos un pico de 350 en un solo día; y seamos honestos, esas personas no se contagiaron en ese momento.

Me quiero adelantar a los comentarios porque ya no tardará el que me diga que entonces qué quiero, que abran los centros comerciales como en Brasil, para que se contagien todos; o el que me diga que estas medidas totalitaristas funcionaron en Finlandia y que comparemos Panamá con Dinamarca.

No. Lo que quiero dejar sobre la mesa es que la coerción y la fuerza jamás son la respuesta, que lo que estamos padeciendo ahora es la inexistente inversión que hacen los gobiernos en educación; gobiernos que son democráticamente electos, pero que se benefician con la ignorancia del pueblo.

No nos podemos comparar con aquellos países cuyos niveles poblacionales de educación son altos y que con seguir un simple manual de instrucciones tienen suficiente para no contagiarse y proteger al resto de sus conciudadanos, pero tampoco podemos permitir que ahora seamos carroña de un gobierno que cree que la respuesta consiste en seguir completamente encerrados, metiéndonos a todos en el mismo saco, mientras usa a la policía como verdugo. #BastaYa.

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