Estados Unidos, la hipócrita fábrica de héroes (primera parte)


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalEn esta era de los superhéroes no es raro ver a niños disfrazados de personas con poderes sobrenaturales que pueden hacer cosas que los seres humanos jamás podrán, como por ejemplo ser siempre buenos y darle al mundo la justicia que merece contra la maldad. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un héroe es una persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble. Un héroe no es una persona común porque sus proezas y su valentía son dignos de admiración.

El 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron la flota de Pearl Harbor y al día siguiente el presidente Franklin D. Roosevelt les declaró la guerra. El motivo de los japoneses era expandir su territorio. Ya desde 1940 se aprovecharon de la derrota de Francia para tomar la colonia francesa de Indochina. Al año siguiente extendieron un ultimátum demandando el uso de las bases aéreas en aquella colonia. Como los franceses dudaron, los japoneses invadieron y tomaron el control de toda la colonia. Las consecuencias de esto se hicieron sentir fuertemente en la economía japonesa dado que Estados Unidos congeló sus recursos, quitándoles la capacidad para comprar petróleo. Por eso Japón tuvo que decidir entre dar marcha atrás a su plan de expansión y perder credibilidad, o bien, conquistar más territorio. El nuevo gobierno japonés a cargo del general Hideki Tojo decidió declarar la guerra a los territorios del Lejano Oriente, Gran Bretaña, Francia, Los Países Bajos y Estados Unidos.

En 1941 apareció también el Capitán América, un soldado enclenque que debido a una inyección de suero de «súper soldado» se convierte en un hombre fuerte, valiente y noble que buscará justicia contra las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial. No es coincidencia que Steve Rogers con su traje del Capitán América o Cap, como le llaman los Vengadores, tenga un ropaje con los colores de la bandera norteamericana y haya aparecido justo el año en el que Estados Unidos entró a formar parte de la Segunda Guerra Mundial.

En esa época, el querido capitán de los niños alcanzó la cima de su popularidad ya que reproducía el típico mensaje de heroísmo que tanto se han encargado de divulgar los estadounidenses: repleto de manipulación y nacionalismo que engloba lucha, esfuerzo y servicio por su país. El mensaje de dar la vida por «la tierra de los valientes». La justificación que se necesita siempre que se vaya a hacer algo como matar, invadir o tirar bombas atómicas.

Lo que los héroes de barras y estrellas no dicen en ningún lado es que en los primeros meses de 1945 Japón ya estaba huyendo. Los estadounidenses se habían abierto paso en el Pacífico y habían destruido la flota mercantil y el poderío naval de Japón. A las islas japonesas les cortaron la materia prima, el combustible y el abasto. Japón estaba vencido y aunque se negaban a rendirse era solo cuestión de tiempo después de haber soportado una de las guerras más sangrientas de la historia. Pero para justificar que ya no podían seguir perdiendo más vidas de soldados estadounidenses —irónicamente, después de haber sido masacrados durante años en esa misma guerra— y después de haber bombardeado ciudades japonesas, Estados Unidos necesitaba algo que venciera la voluntad japonesa de seguir peleando.

A la fecha no se ha visto ninguna película con la cara de Ben Affleck o Brad Pitt acompañada de la música de John Williams que ilustre «el heroísmo» de lanzar dos bombas atómicas — una de uranio llamada Little boy y otra de plutonio llamada Fat Man— que asesinan instantáneamente a más de 100 mil civiles.

La madrugada del 6 de agosto el «heroico» coronel Tibbets, a bordo del Enola Gay —llamado así en honor a su madre— lanzó a Little boy en la cuarta ciudad más grande de Japón: Hiroshima. La temperatura debajo de la nube de humo alcanzó 5 mil grados centígrados. Miles de mujeres, hombres y niñas y niños inocentes se evaporaron en cuestión de segundos. En las siguientes semanas a la bomba las personas que habían logrado sobrevivir fallecieron envenenadas por la radiación, efecto que perdura en la zona hasta nuestros días.

Cuando se logra apreciar la historia en retrospectiva se cae en cuenta que la bomba atómica se sigue justificando. Los estadounidenses siempre han sido los héroes y salvadores, los que hacen justicia porque están del lado «bueno». ¿Qué hubiera pasado si Hitler, el general Hideki o el emperador Hirohito hubieran lanzado la bomba atómica? ¿Cuántas películas habría al respecto? «Pueden esperar una lluvia de destrucción del cielo como nunca se ha visto en esta tierra», dice Harry Truman.

No conformes con lanzar una bomba en el ya devastado territorio japonés, los estadounidenses lanzaron a Fat Man dos días después en el puerto militar de Nagasaki. La bomba de plutonio era más poderosa que la anterior. Muchos niños que sobrevivieron quedaron huérfanos y sin hogar, mutilados, traumados y afectados para siempre por la radiación.

¿Por qué la masacre estadounidense siempre ha tenido justificación en el mundo incluso cuando son ellos los invasores?

Hacia 1950 la popularidad del Capitán América se había apagado y resurgió solo hasta que Marvel Comics lo revivió en la década de 1960, con la guerra de Vietnam en ebullición. La lucha del capitalismo contra el comunismo había llevado a enfrentar al mundo a otra masacre, pero esta vez Estados Unidos perdió la guerra. Retiraron sus tropas porque no fueron capaces de detener la avanzada de las tropas enemigas, conjugadas con las situaciones climáticas de Vietnam y las manifestaciones de los mismos estadounidenses en contra de la guerra.

¿Qué te hace un héroe?

Según el documental de la BBC, What makes a hero, para muchos veteranos es contraproducente que los llamen héroes: «Hay héroes de guerra, pero la guerra no hace héroes; tan pronto entendamos eso como nación vamos a empezar a honrar verdaderamente a nuestros veteranos», declara Douglas Clifton, veterano de Vietnam.

Y es que en Estados Unidos se ha llegado a elevar a un pedestal la actividad militar. Según testimonios del documental, los veteranos de guerra se han llegado a sentir culpables de que los llamen héroes seguramente porque en las imágenes vívidas de su memoria aparecen los rostros de aquellos a quienes masacraron o de los niños que vieron morir muy de cerca, y por ello les debe resultar extraño que cuando regresan a su hogar los reciban con medallas y desfiles. «No necesitamos celebraciones, sino que las personas nos den otra oportunidad cuando regresamos a casa».

Pero que el gobierno de ese país haya manipulado a sus ciudadanos —y al resto de la humanidad durante décadas— haciéndoles creer que son héroes por ir a defender a su nación, sean ellos los invasores, sean ellos los que matan y desuellan, sean ellos los responsables; es el trabajo más importante y a la vez genial (en términos macabros) que ha tenido Estados Unidos.

El hecho de que las personas se sientan culpables por no poder «servir» a su país y que realmente sufran por ello teniendo 18 años. El hecho de que los niños desde la primaria ya tengan la inquietud de ir y morir como «héroes», el hecho de que el aparato cinematográfico solo muestre la parte de la historia que les conviene o que en todos los discursos el presidente de turno incluya la palabra «héroe». Hay gente que llora al cantar el himno nacional de Estados Unidos aunque ni siquiera viva allí. Ese sentido de pertenencia, patriotismo, orgullo y fe por un país que siempre ha bailado el son que le conviene y que ha hecho de América Latina su patio trasero —quienes, inmersos en esa idea de sueño americano, atravesamos fronteras para llegar a ese idílico país—, no es algo que se creó de la noche a la mañana. Es el resultado de años de manipulación al estilo goebbeliano, solo que con música de fondo y mallas.

Según Joseph Campbell, mitólogo, profesor y escritor estadounidense, todos los héroes son variantes del mismo héroe. Para entender esto, Campbell nos ilustra el viaje del héroe. ¿Qué es? El ciclo comienza en su mundo ordinario hasta que recibe el llamado a la aventura, el mensaje misterioso o el reto. Cruza el umbral de su hogar normal y seguro y entra a un mundo especial que le depara retos y proezas. El héroe lucha y luego se enfrenta con la muerte o incluso muere, pero renace solo para reclamar un tesoro, un reconocimiento o un poder. El resultado puede ser bueno o malo, pero él regresa a su mundo ordinario al final del ciclo, a crear una nueva vida, aunque nada es igual porque ahora es un héroe.

¿Será este el mismo patrón que ha utilizado Estados Unidos al reclutar jóvenes para el ejército y venderle al mundo sus bondades?

En dos semanas continuaré con la segunda parte de tema.

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