Evolución: el ingrediente de la novela latinoamericana


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalEmile Zola, naturalista francés, en su obra La novela experimental (1880), menciona: «El hombre no puede ser separado del medio del que vive, y que se completa por su traje, por su casa, por su localidad y por su provincia, por lo que no registraremos un solo fenómeno […] sin investigar las causas o la repercusión en el medio en el que se agita». Siguiendo esta línea, la novela es parte de un proceso evolutivo que está directamente ligado a su época y, por lo que es pesimista decir —en un siglo que apenas acaba de comenzar— lo que afirmó la columnista de esta revista, Angélica Quiñonez, en su artículo publicado el pasado 23 de junio: «nunca produciremos algo único, singular o novedoso».

Nos ponemos a pensar que en la España del siglo XIX empezó el realismo (1870) como una respuesta a los cambios drásticos de la sociedad. Ya lo decía el hispanista francés Yvan Lissorgues: «los grandes descubrimientos se dan en un contexto internacional (alumbrado eléctrico, invención de las prensas rotativas, etc.), por lo que toda la vida literaria se desarrolla sobre un fondo de historia económica, social, mental y política». Así, pues, las revoluciones europeas fracasadas marcan la ruptura entre la burguesía que aspira al poder y los intelectuales.

Y aunque en España el proceso fue mucho más tardío que en Francia, el éxito que Honoré de Balzac (1842) tuvo con su propuesta de novelas que retrataban las costumbres de su época creó un impacto contundente en escritores realistas españoles como Benito Pérez Galdós, quien propuso una verdadera novela nacional en la que se dibujó a la España de la clase media y no de la alta sociedad.

Entonces fue la novela realista y posteriormente naturalista la que dio paso a la novela moderna, entendida como novela de aventuras. Pero ¿qué sucedió en el siglo XX en España? Lo que suele ocurrir cada cierto tiempo: la estética realista entró en crisis. Como un zapato que aprieta, la realidad se empezó a entender como una forma inestable. Se dejó de lado la objetividad para dar paso a la subjetividad. Se innovó en la estructura y se le dio mayor participación al lector. Por esta razón la literatura empezó a ofrecer múltiples lecturas, como la de Rayuela, de Cortázar.

Así que nunca faltara aquel que, como la señora Quiñonez, desprecie a los escritores de su época tachándolos de muertos de hambre o de vulgares con su literatura «hiperrealista y afectada». Le pasó a Zola con sus novelas naturalistas y le pasó a Lope con sus obras de teatro y sus trabajos editoriales en plena censura. Lo cierto es que la novela que engendre el siglo XXI o el siglo XXII es un misterio. No podremos admirar el cuadro mientras estamos inmersos en él. Ya lo decía Pérez Galdós: «la novela es producto de la paz».

Porque si vamos a hablar de las fórmulas cambiantes que han atravesado los últimos siglos y que han engendrado corrientes literarias y novelas maravillosas, podemos decir que en este siglo lo tenemos todo: desde la revolución de la información y las redes sociales hasta el azote de una pandemia cuyas desgracias diarias no hacen falta mencionar. Pero si de dogmas estéticos se trata, se debe entender que no los hay grandes desde principios del siglo pasado y no los habrá de ahora en adelante. ¿Por qué? Porque el sistema editorial cambió la dimensión estética.

Aterrizando al tema que nos compete, es triste que alguien afirme que en Latinoamérica no existe una «fructífera industria editorial» cuando existen monstruos editoriales en países como México, Colombia y Argentina. Lo que sí denota tal afirmación es un escaso conocimiento de la realidad imperante de América Latina en la que la ignorancia abarca a la mayoría de los países como Guatemala, en donde, según datos del Censo Nacional de la Población, el 18.5% de la población no sabe leer ni escribir; cifra que equivale a 2.5 millones de personas.

No olvidemos que los países que forman América Latina engloban a un continente joven cicatrizado por su pasado. Ya lo decía el escritor Juan Goytisolo, refiriéndose a los escritores españoles víctimas de la censura franquista: «la subversión es y ha sido siempre directamente proporcional a la intervención del estado en actos que deberían escapar de su control. Cuando el estado fiscaliza todos los órdenes de la vida cultural de un país, cualquier poema o novela literariamente inconformista se convierte subversiva».

La literatura latinoamericana es y será —quién sabe por cuanto tiempo más— un espejo de esas guerras civiles, gobiernos militares, abusos contra los derechos humanos, crímenes y corrupción que siguen tan latentes en nuestros países como hace 30 años, y porque aún hoy tampoco hay manera de que escapemos de ello.

Lo que sí podemos afirmar —porque la historia nos lo ha demostrado— es que la evolución producto de los cambios sociales, políticos, económicos, filosóficos y religiosos es la que trae consigo una nueva oleada de novelas que no necesitan imitar a nadie porque nacen con luz propia. En toda época hubo momentos de transición que fueron el pase a grandes movimientos literarios y esta era ha demostrado que el hartazgo, producto de injusticias cimentadas desde hace años, son el nuevo leitmotiv que se autopublica (sí, porque la industria editorial ahora está en la autopublicación), más realista que nunca.

Esperemos, entonces, que los intelectualoides encumbrados empiecen a observar y a leer. A leer de verdad.

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