No es más elevado el que lee a Borges, nadie nació con una lista de libros bajo el brazo y otras cuestiones de la petulancia intelectual


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalDesde que formé un grupo de intercambio de libros en Panamá —que este mes cumple un año— me he empapado de lo que leen los más jóvenes. La realidad es que la literatura de hoy cada día se va acercando más a la honestidad. Poco le importan al joven de 18 años las palabras rebuscadas o los símiles dantescos si el libro lo aburre. Si la trama no llena el ritmo vertiginoso de su inquietud y de su época.

Dicen que los libros de ahora están escritos para gente que no lee; yo en cambio, opino que son libros para gente que lee lo que quiere leer. Recuerdo que en la Universidad tuve una clase de literatura con Adolfo Méndez Vides, a quien admiro y aprecio. En una ocasión nos dijo que muchas veces no es el libro, sino uno; como si se tratara del momento en el que ese libro irrumpe en nuestra vida y quizás no estemos preparados para entenderlo. Sinceramente, no sé si a mi edad volvería a leer a Orhan Pamuk porque si lo aborrecí con 20 años estoy segura de que lo volvería a detestar. Ya lo decía Franz Kafka: «Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros». La gente debería leer lo que quiere por placer y no por pura competencia o imposición intelectual.

Eso, por sobre todo, es lo que me ha enseñado este grupo de jóvenes. Quieren descubrir historias que no solo los entretengan, sino que les muestren un camino, un aliento y un sentido. Y me he dado cuenta de que los libros que mejor se mueven son los clásicos (que debieron ser libros que varios intelectualoides aborrecieron en su época) y los juveniles.

Mientras tanto, los viejos literatos siguen esperando al próximo «iluminado». Siguen, como algunos religiosos, aguardando la llegada del Mesías. ¿Cuándo llegará aquel que con sus escritos invite a alabarlo? «No, claro, no sos vos, patojo; ni siquiera has leído a Pizarnik, no podés ser un buen escritor si no has leído la colección completa de cuentos de Cortázar, Borges y Hemingway». Y así se la pasan los engreídos. Puede ser que hasta tengan frente a sus narices un escritor maravilloso, pero no lo ven porque nadie lo ha elogiado, porque a los jóvenes —quienes según ellos no saben nada— les gusta; quién va a creer en un fulano que acaba de empezar.

¿Será que Jorge Luis Borges habrá leído a Jorge Luis Borges para ser un genio o leyó lo que quiso, cuando quiso y como quiso? «Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído», dijo Borges.

La literatura es un espejo de su época y eso es lo mágico de leerla. Jane Austen, por ejemplo, nos descubrió un mundo, ahora inexistente, en el que el honor, los modales y las palabras eran lo más importante en la sociedad europea de aquella época; y J. K. Rowling nos enseñó, como nadie, que la imaginación tiene lugares insospechados, cabernas en donde también habita lo indecible.

Los viejos literatos no entienden nada del fandom y de Wattpad, pero creen tener la varita mágica, con toda la autoridad moral, para decirte cómo leer y escribir bien (aunque no mejor que ellos).

Lo cierto es, pues, que escribir es un ejercicio personal que, lejos de imitaciones, invita a mostrarnos como somos. Es una huella dactilar ya que no puede existir algo más honesto que un ser humano frente a una hoja de papel en blanco. De la misma manera, leer un libro debería entusiasmarnos con ardor, como esos amantes a los que no dudamos en volver todas las noches. «No hay disfrute como la lectura», dijo Jane Austen.

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