No sea cerdo


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalCuando yo era niña de unos 7 años recuerdo que en Guatemala salió la campaña «No sea cerdo». Tenía la imagen de un cerdo encerrada en un círculo rojo y abajo decía «Tire la basura en su lugar». Debió ser una de las campañas más agresivas que hubo —o que yo recuerde— contra la basura y la suciedad porque así como a mí, a muchas personas se les quedó grabada en la memoria.

Hace un par de domingos rememoré con mucha fuerza esa campaña. Fui con mi familia a Alta Plaza Mall —un centro comercial que a mí me queda lejos, dentro de la ciudad de Panamá— y que tiene grandes áreas verdes que se ven como vastos arriates llenos de grama… y basura.

Me dio tristeza, y mucha. Me puse a pensar que no hay educación en cuanto a limpieza; no hay conciencia. De nada sirve una ciudad moderna como la de Panamá —con esos edificios imponentes y esos centros comerciales nuevos, con sus parqueos llenos de carros del año— si cuando se pisa el suelo es un chiquero.

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Entonces observé el entorno y me di cuenta de que no hay basureros. Por ningún lado hay donde botar la basura. No hay en las esquinas, a duras penas en los parques y en las paradas de bus. Así como escasean los altos, los puentes elevados y la falta de planificación vial, en Panamá tampoco hay basureros. Seguí observando y me di cuenta de que es una ciudad muy sucia para lo poco peatonal que es. ¿Qué pasaría si en sus calles transitaran más personas?

Cuando sales a caminar por San Francisco —en las recientes veredas que hicieron por tramos nada más— te encuentras desde pedazos de refrigeradores hasta partes de carro, y ni un solo basurero público. Pero tampoco estoy tratando de exculpar la cerdada de la gente por la falta de basureros. ¿Dónde quedó el tema de guardar la basura hasta llegar a la casa y botarla en su lugar? Todos los fines de semana, la Cinta Costera —en donde hay más basureros que en otros lados— queda hecha un desastre: llena de latas, botellas plásticas, bolsas y comida regada… Lo que la gente no entiende es que vivimos en un país costero en donde toda esa porquería va a parar al mar y se la comen los peces que después nos comemos nosotros, en donde toda esa porquería contamina el planeta y que todo ello colabora para que el resto de la humanidad viva mal.

Las personas tampoco logran entender que durante su vida todo lo que hacen produce externalidades. Que el simple hecho de existir produce externalidades. Que consumimos el agua como si no fuera un recurso escaso y que somos tan soberbios que creemos que tenemos derecho de abrir el grifo y que salga agua sin siquiera reparar y agradecer su existencia. Por eso es que hay ríos en San Francisco, en el corazón de Panamá, que huelen a cloaca o que ya son aguas negras, pero quedan frente a un prestigioso hotel y al lado de un bellísimo edificio de apartamentos muy bien decorado, y así la ciudad con sus «prioridades» resulta bastante hipócrita.

En su momento, lamenté mucho que los peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud, quienes, pudiendo ocupar su tiempo de servicio para ayudar en otras necesidades más urgentes dentro de la ciudad, se la pasaron recogiendo toda la asquerosidad de la playa en Costa del Este. También me pareció lamentable, qué los candidatos a presidente hayan tenido el discurso tan fácil, que se la pasaran en los manglares, cerca de Panamá Viejo y por el Tramo Marítimo, recogiendo basura como grandes héroes. ¿No se supone que es un deber de todos no parecer cerdos? ¿Por qué en un país como Panamá hay tan poca conciencia ambiental? ¿O el video de la tortuga marina, que circuló en las redes sociales, con un carrizo atascado ensangrentándole la nariz, te conmovió solamente hasta que tu dedito presionó el emoticón de “me entristece”?

Lo que nadie cuenta en los diarios es que la gente ni siquiera recoge sus propias bandejas con basura de la mesa en la que estuvieron sentados en el food court de cualquier mall. Dejan las mesas y a veces hasta las sillas, todas inmundas. ¡Cuánta desconsideración hay que tener! Ya que para que otra persona pueda usar esa misma mesa tiene que ir y tirar la basura ajena, porque muchas veces los señores de aseo no se dan abasto por pasársela recogiendo la cochinada de la gente.

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Otra cosa que tampoco se cuenta en los periódicos es que cuando el camión de la basura pasa recogiendo los desperdicios de los basureros deja un reguero de peste, basura e inmundicias por todos lados. Ya resulta irónico que cada vez que llega el camión de la basura la ciudad se vea más sucia de lo que es.

Y si de algo estoy agradecida es de la próxima prohibición del uso de bolsas plásticas en Panamá. Me encanta que hayan puesto un reloj en el Parque Urraca en cuenta regresiva al 20 de julio. Ojalá también prohibieran el uso de carrizos y de botellas de plástico —y que las empresas busquen verdaderas alternativas al uso del plástico— y ojalá el resto de la ciudad siguiera el ejemplo de Ciudad del Saber, en donde tienen basureros con la basura clasificada por plásticos y desperdicios orgánicos en el patio de comida y en donde de veras da gusto ir a las áreas verdes, siempre limpias y ordenadas.

En Guatemala, en 2016 —debido a la cantidad de basura que arrastra la desembocadura del Río Motagua— se implementaron las biobardas. Afortunadamente, Panamá también se ha unido a esta fenomenal iniciativa, que le vuelve a dar uso a las botellas de plástico desechadas y detiene, como un gran coladero, las toneladas de basura que se tiran en los ríos.

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La conciencia ambiental es todos los días. Cada basura que se bota, por muy insignificante que parezca, colabora con el deterioro del planeta, de tu país y de los recursos no renovables que son indispensables para vivir. La consideración al prójimo y al planeta empieza por recoger la bandeja en el patio de comida hasta guardar la lata de Coca Cola vacía para tirarla en el basurero. De nada sirven todos esos emoticones tristes ante las desgracias causadas por la suciedad si tu contribución se queda únicamente allí. Todo es cuestión de dejar el egoísmo y la pereza.

No sea cerdo.

[Fotografías de Gabriela Grajeda Arévalo]

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