Respuestas para un Kōan sobre la muerte


Alejandra Solórzano_ Perfil Casi literalNo es de tristeza de lo que hablaré, sino de una forma superior de conocimiento. Una pregunta que quedará orbitando como un satélite sin retorno dentro del cuerpo: ¿qué hacer cuando una gata se disuelve en la Nada? Kōan era mi gata y con su desaparición yo dejé de ser «su» humana, todo esto supone para mí una gran herida fenomenológica. No: también epistemológica, metafísica.

El sentido. Kōan era un prisma. Su pequeño cuerpo de silencio e indiferencia traducían para mí la luz, los espacios, el sonido y mis propios pensamientos al punto de convertirse en una intermediaria, un puente estético entre mi percepción y el espacio. Era fascinante tomar café cada mañana y atestiguar cómo la naturaleza que la gata gustaba observar parecía irrefutablemente inferior, accesoria. No he conocido a nadie con una actividad teorética como la de ella.

En las noches que apenas si volvíamos a vernos una a la otra —por tristeza o apatía— finalmente llegaba a mí por la fuerza de su curiosidad para observarme fijamente a los ojos. Ninguna de las dos decía nada. Su cabeza, un sólido platónico hermoso, enigmático, revelaba una expresión suavizada (tan diferente a su mirada crítica y cotidiana) que me hacía reír sin que eso apartara ni un segundo sus ojos de mi rostro. Este ritual repetido por años sirvió para compartir rayos telepáticos en que vimos juntas —como pequeños proyectores cinematográficos— desfilar gestos, caras, conversaciones y lugares que se fueron haciendo cicatrices en nosotras. Como dos fríos jugadores de póker, cada una intercambió sus heridas, miedos, instantes de satisfacción, la euforia, el heroísmo y la vulnerabilidad, pero también algo grande que aún no puedo entender. Cada una presenció las batallas perdidas de la otra, el momento en que cruzamos la puerta, soberbias, exhibiendo la victoria en nuestras fauces, la gallardía de saber que cada una era capaz de pelear hasta la muerte. Nos vimos como a una igual. Conservo el olor a esa pasta de ira y miedo cuando la vi hacerse enorme defendiendo el hogar, el timbre, el microgesto de su maullido, la densidad de su ronroneo, el desprecio con que disimulaba el placer de observar de reojo los celajes de Heredia. La caja negra de Kōan podría revelar con mayor precisión las últimas 24 horas juntas, implosión de nuestro tiempo juntas. Metafísica, quizá cuando yo desaparezca también, mi caja negra se encuentre con la cajita negra de ella e intercambien rayos telepáticos, se reconozcan, se fundan y sea esta la mierda más hermosa que explote sobre la Nada.

A manera de instructivo:

  • Ella no va a volver. Trate de dimensionar que no importa cuánto llore o haga, ella no volverá más.
  • Acompáñela en todo momento. Pase en vela y procúrele la mayor cantidad de amor y placer.
  • Los felinos son predadores, son especialistas en esconder el dolor.
  • No pretenda alargar su vida. Si la eutanasia es posible para ellos, ayúdele a acabar con su sufrimiento.
  • Todo ronroneo es resultado de amor. Valore el doble que sea en las últimas horas de vida.
  • Dimensione lo que significa un besito breve de ella en su mano, cuando un linfoma avanzado en el hígado y sin analgésicos avanza sobre su cuerpo.
  • Cuando decida llevarla, procure ir en compañía. Si eso no es posible, recuerde que el afecto de un gato es tan independiente como el suyo. Contra todo pronóstico, el amor que usted construyó para su gato es la convicción suficiente que puede sostenerlo y sostenerse a sí misma hasta el final. No llore en sus últimos momentos, transmítale serenidad de la misma forma en que ellos han sabido disimular su dolencia.
  • Cante para ambas Tunguele coco de Fernando Cabrera o la canción preferida de ambas. Eso tranquiliza. Por ningún motivo llore.
  • Discúlpese por aquello en lo que falló.
  • Agradézcale todo, incluso los rasguños en el pecho por haber limpiado sus heridas. Ellos también limpiaron las suyas aunque usted no se haya dado cuenta.
  • Bésela, háblele mientras se desploma en sus brazos por la anestesia. No deje de darle afecto aunque esté inconsciente, más aún cuando el eutanásico sube por la vía en una de sus patitas.
  • Prepare una mortaja digna de ella, una tela limpia de color claro. Rodee con flores y lazos de muchos colores el taquito que hizo de su cuerpo. Derrame sobre la mortaja agua de florida. Quémele un poco de palo santo o incienso para honrar su transición a polvo de estrella.
  • Cave la tumba con tanta fuerza como pueda y sin descanso para liberar una ínfima parte del dolor que le acompañará hasta que este se dulcifique.
  • Siembre unas flores sobre su tumba. Envidie a la tierra, pero recuerde que dentro de usted ya hay una habitación infinita para ella.

*

  • Vaya a la ducha. Llore desconsoladamente mientras se baña, dóblese de dolor mientras continúa llorando. El agua hará cada día parte de su trabajo.
  • Continúe llorando por semanas, meses, el tiempo que sea necesario.
  • Aunque la luz del día por la mañana sea puntual y pierda total sentido porque la gata no asiste a su cita para el baño de sol, y usted sienta que se volverá loca de dolor, recuerde en un breve momento de lucidez la tercera ley de Newton. Su gata aplicó en usted la misma fuerza (acción) de esto ininteligible que usted ahora siente, en igual valor, dirección y en sentido contrario (reacción).

Ahora que ella se ha disuelto, usted sabrá que su gata ha sido una gran maestra y usted seguramente la alumna que ella siempre quiso tener.

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