Apologías a la fragmentación: una filosofía cultural conveniente


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalEl paralelismo que experimenta el mundo actual entre las corrientes filosófico-cultural y político-económica imperantes en Occidente parece funcionar de maravilla para la conservación del sistema-mundo. Habría que ser demasiado ingenuo para pensar que dicho paralelismo es mera coincidencia. Entonces, por un lado, tenemos al posmodernismo como movimiento cultural de nuestro tiempo, el cual apuesta por la abolición de los grandes relatos y del sujeto —entendido desde la noción política e histórica de la fuerza y clase social que se rebela contra quien la oprime— sustituyéndolo con la diversidad de multiplicidades y/o “agentes”. Y claro que es justa y necesaria la búsqueda de reivindicaciones multiculturales y pluralistas por la que aboga dicha multiplicidad, el problema viene cuando dentro de esa diversidad de movimientos algunos caen en un ensimismamiento que desemboca en una desarticulación social y en un reformismo que apenas toca la superficie de los problemas que nos aquejan.

Ahora bien, por el otro lado, en el ámbito político-económico sucede lo contrario puesto que cada vez nos encaminamos más a una re-derechización global intolerante a cualquier otro tipo de sistema. El neoliberalismo es hoy la etapa capitalista imperante en el mundo, representa el triunfo de una unipolaridad sistémica. Es así como el posmodernismo y la segregación cultural que muchas veces produce ha resultado el par perfecto para la cimentación de un modelo económico y político que, a pesar de su evidente primitivismo y de lo contraproducente que resulta a las mayorías, no logra tener una resistencia de verdad consistente, debido a que no se ha logrado entrelazar las luchas.

En textos anteriores he recalcado que respecto a las movilizaciones masivas del año 2015 se puede hablar justamente de eso: de movilizaciones, pero no de un movimiento social. La incapacidad articuladora de aquel entonces respondió a la ruptura del tejido social —que es producto del triunfo contrainsurgente—, así como a una coyuntura que nos trascendió a todos pero que también en buena medida fue consecuencia de esa tergiversación de multiplicidades que suele desembocarse en grupos herméticos sin mayor sentido unitario ni identidad colectiva, sin mencionar algunas prácticas que bien podemos circunscribir al izquierdometro y que también sucedieron en aquellas jornadas históricas.

El año 2016 se acabó y no se vislumbró por ninguna hendija alguna luz necesaria. ¿No será, entonces, hora de entrarle a la autocrítica y aceptar las carencias y errores cometidos? ¿No tocará reconocer que la crítica posmo, que desborda las redes sociales y que es un fin en sí misma, nos ha abrazado de improvisto cuando en realidad la duda metódica es necesaria como medio de transformación? ¿No será hora de dejarle de hacer gobierno a la derecha desde la izquierda, dándonos cuenta que el sistema es permeable a cierto pluralismo mientras no toque sus raíces? ¿No habrá llegado el momento de reconocer que la diversidad ya no puede ser sinónimo de fragmentación?

Dice Michel Onfray que no se imagina la filosofía sin vida filosófica; qué tal si el propósito de este nuevo año es ejecutar la congruencia entre el discurso y la práctica, empezar a construir un destacable grado de organicidad entre los diversos movimientos para poder hablar de una agenda política en común y así comenzar a conformar un verdadero movimiento social radical.

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