Escritores panameños tachados por Google


Javier Stanziola_ Perfil Casi literal«Si buscas en Google «escritores panameños», el buscador arroja dos resultados en la barra esa de arriba, la que suena a respuesta definitiva. Dos nombres que no solo tienen muy poco en común sino que en Panamá se encuentran relegados a ser lecturas escolares, si acaso». Así comienza su más reciente artículo en esta revista Lissete E. Lanuza Saénz.

Viejo bien mandado que soy, realicé el ejercicio. Para mi bananera sorpresa, en realidad, sí, es verdad: en Panamá no hay escritores vivos. El algoritmo de Google nos dice que solo hay dos escritores panameños y ambos murieron antes de que regresara por completo el Canal a manos panameñas. El fin del proceso de la reversión tachó al resto de los escritores.

No sé qué es un algoritmo, pero sospecho que ambos escritores panameños que salen en la barra esa de arriba sobrevivieron a la guillotina del olvido gracias a las maestras que torturan a sus estudiantes obligándolos a memorizar y luego declamar en tono Lupita Ferrer el poema cumbre de uno de ellos, y gracias a una universidad que se encarga de promover el trabajo del otro por medio de un concurso literario a nivel regional.

No sé quiénes crean algoritmos, pero sé que muchos de mis estudiantes en lugar de leer los libros asignados en clase recurren a ese Delfos virtual para responder a las preguntas de pensamiento crítico de las tareas, sin cuestionar la validez de lo que les avienta Google en sus ojos en menos de un segundo.

No sé cómo se come un algoritmo, pero sé que, si le recomiendo a mi madre no auto medicarse con tal u otra medicina luego de haber leído yo un artículo sobre el tema en alguna revista científica, ella me mira con cara de desconfianza y calladita se zambulle en esa fuente fresca de toda sabiduría para verificar si tengo algo de razón.

Hay que aceptarlo: Google es el poseedor de la verdad. No hay escritores vivos en Panamá.

La verdad de los cientos de hombres y mujeres en Panamá que hilan palabras para compartir sus voces y las de sus pueblos son nota al pie de un artículo escrito con sol y sal. Son una inconveniente referencia académica estancada en un procesamiento de datos dulcesalado como el Canal, que el algoritmo sí asocia con Panamá.

Los escritores vivos tachados por algoritmos son verdades escondidas al futuro. No son parte del astro superior que creará la inteligencia artificial y la tecnología de unos y ceros. Los corazones humanos partidos en dos por ansiedad y por soledad son un gran estorbo en la minería de datos.

Antes de la pandemia, los tachados se detectaban uno al otro por ese tufillo que tienen las cosas que están en ese punto cardinal ideal, solo esperando que todos los astros coincidan y puedan dejar sus trabajos de oficina o de maestros para arrancar su existencia como escritores. Antes del COVID-19 los tachados lavaban y hervían piedras para regresarlas al camino hasta que tocase nuevamente lavarlas y hervirlas con palabras.

Ahora los tachados se cruzan por los pasillos virtuales en jams poéticos que ellos mismos organizan o por los talleres de escritura en código binario que vende el Ministerio de Cultura para mantener vivo el hervidero de piedras. En la virtualidad no hay olfato para detectarse uno al otro. Ahora se delatan en las pantallas de Zoom y en Instagram live con esos párpados alicaídos que anuncian los límites de su esperanza astrointelectual.

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