Expulsar el capitalismo rosa


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalEn Panamá, el evento de cierre del mes del orgullo LGBTIQ se vende en inglés, con aspiraciones cosmopolitas y un fuerte aroma heterosexual. El World Pride Panama (sin tilde) será transmitido en televisión por cable y estará encabezado por tres aliadas, un hombre gay y una mujer trans. Con una lista de patrocinadores multinacionales más larga que la de los pecados deuteronómicos, el Pride ha despertado críticas en redes sociales por su falta de representatividad y por coquetear peligrosamente con la comercialización de la marginalidad.

En efecto, tenemos un problema de capitalismo rosa. Pero enfocar la crítica en una botella de vodka importada o en personas que están dejando el pellejo organizando este evento es querer hervir piedras.

El mes del orgullo no es una fiesta, sino un espacio para darle llama a la lucha que busca liberar a los LGBTIQ del masculino activo. Es una protesta a una historia que no ha sido reivindicada. Es un llamado de atención a la indiferencia hacia nuestro presente atroz.

Es por los 41 jóvenes homosexuales que en 1901 en Ciudad de México fueron encarcelados por la policía, para luego ser humillados y desterrados a otro estado para realizar trabajos forzados. Es por las víctimas de los experimentos médicos en Brasil en la década de 1930 que recibieron inyecciones de extractos testiculares y hasta intervenciones quirúrgicas como trasplantes de testículos humanos. Es pedir que no se olvide la desaparición de hombres gays en Argentina a finales de la década de 1970 durante la dictadura de Rafael Videla.

Y a pesar de los Netflix Originals con personajes LGBTIQ, el presente está igual de oxidado. Hace unos días un joven de 19 años declaró en un podcast del grupo de periodistas independientes Concolón, que fue víctima de un tratamiento de conversión en el sistema público de salud, pero los periodistas de los medios de comunicación comercial aún no han dicho nada. Flotamos en un enlodado sistema donde adolescentes son violados por sus papás como castigo divino a su homosexualidad y aún nadie dice nada. Cientos de menores de edad huyen anualmente de la violencia homofóbica y transfóbica de sus hogares y al entrar al sistema de protección social oficial son encerradas y encerrados en los mal llamados «albergues» liderados por hombres con Biblias en manos.

Desde la invasión de América, el hombre heterosexual ha sexuado y racializado el proceso de distribución de ingresos y riquezas. No vivimos en un libre mercado que decide cómo, cuándo y dónde producir y consumir. El único libre es el masculino activo y blanco que decide qué tipo de infancia, educación, trabajo y capital pueden tener los pasivos (mujeres, gays, personas trans) y los que no son de su color.

Muchos hombres gays latinoamericanos hemos visto cómo ese masculino activo se ha apropiado de trabajos, reputación, ingresos y capital que nos correspondían. Y nuestra homofobia es tan profunda que tú —hombre gay que me estás leyendo y sí tienes trabajo, reputación, ingreso y capital— estás satisfecho de que tu triunfo fue solo cuestión de cortarte las plumas y matar el meneo de caderas.

El mes del orgullo no es una fiesta para recibir aplausos o pedir que nos dejen darnos un besito. Es una jornada para recordar a los primeros grupos latinoamericanos constituidos bajo una orientación LGBTIQ como Nuestro Mundo; el Grupo de Acción Lésbica Feminista, en Argentina; y Somos, en Brasil. Es reconocer y valorar la valentía de los fundadores de los pioneros panameños, la Asociación de Hombres y Mujeres Nuevos de Panamá. Es emularlos y exigir lo que hoy parece imposible, como que no se dificulte con trabas perversas que agrupaciones LGBTIQ obtengan su personería jurídica. Exigir al Instituto Nacional de Estadística y Censo que nos agreguen en sus encuestas nacionales para saber cuántos somos y cómo estamos. Es exigir que las leyes prohíban que empleadores excluyan del mercado laboral a trabajadores por su orientación o identidad sexual. Es exigir que no tengamos que pretender ser masculinos activos para poder ingresar al mercado formal de ahorros, préstamos e inversiones. Es exigir albergues y atención especializada para adolescentes LGBTIQ. Es exigir que mi exigencia no se etiquete como una queja y que se entienda como lo que es: mi derecho a la liberación.

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