La película centroamericana Días de luz: un verso visual


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalLos enlatados de Hollywood de mi adolescencia vendían el sueño de hombres blancos hermosos y bondadosos matando o salvando a hombres negros feos e irrelevantes como yo. En noches ochenteras, los artistas locales soñaban con tener sus propias cámaras para poder contar sus propias historias, y en estas noches de pandemia me siento agradecido con la vida por haberme dejado ver que los sueños quijotescos a veces se vuelven realidad.

Hace unos días la plataforma virtual La Subterránea mostró Días de luz, una película centroamericana hecha por centroamericanos que aman lo centroamericano. En este proyecto, seis directores y siete productores de seis países centroamericanos (sin Belice, como suele suceder) se fusionaron para parir una película que es un poema a la belleza de nuestra región.

Los materiales promocionales de la película nos hacen creer que la trama es bastante tradicional. Aparentemente, hay una tormenta solar de cinco días que deja a América Central sin electricidad. Nos dice la promoción que estos días serán la oportunidad para que los personajes de seis historias paralelas en seis países se desconecten de la tecnología y puedan despertar y experimentar sus realidades.

Este escritor que les escribe —que aún cree que la palabra y la trama son importantes en una película— puede confirmar que en Días de luz muy poco de esta descripción se ve reflejada en ese orden o con tanta claridad. En su apuesta por lo visual, la película hila historias flacas, en algunos casos incoherentes sin querer serlo, con personajes mal construidos, diálogos con poco aplomo y ritmos discordes.

Pero lo que perdemos en trama, lo ganamos al comprobar que sí importa quién está detrás de las cámaras. Los directores y todo el equipo artístico entienden y aman los paisajes y cuerpos centroamericanos que filmaron. Las homenajeras imágenes creadas con un bajo presupuesto de la selva guatemalteca, la casa de montaña clasemediera en Honduras o el plácido lago en Nicaragua son refrescantes y simplemente inolvidables.

El tono visual que juega con la luz natural y artificial para hacernos sentir alegres, tristes, reivindicados y confundidos se mantiene con una coherencia casi maníaca en las seis historias. En manos de un director del norte, en su lugar hubiésemos visto seis países en ruinas, lúgubres, viviendo una desolación convertida en un soso chiste gringo.

Igualmente, se nota un compromiso de los directores en valorar la dignidad y la belleza de los actores que tienen frente a las cámaras. En la historia de Guatemala, las primeras imágenes que vemos del personaje principal, Xun (interpretado por Enrique Salanic), nos hacen admirar su presencia, sus labios gruesos y sus grandes ojos confundidos. En un bodrio de Hollywood, Xun jamás sería merecedor de un close-up ni se hubiese mostrado para entender su humanidad. Nunca queda claro cuál es la tensión que mueve a este personaje, pero sí sabemos sus gestos, su bondad y su compromiso con una esposa que, por alguna razón, parece no ser feliz.

En la historia de Panamá, Cloty Luna interpreta con mucha astucia a una insufrible y sufrida patrona que debe pasar el apagón sola con su empleada doméstica (interpretada por Zenith Gálvez con muchos aciertos). El juego de poder que se desata entre las dos termina en una escena de cierre de puertas de elevador donde el texto, la imagen y el peso actoral se unen felizmente para crear la imagen perfecta.

Días de luz es una fotografía de las tantas existencias centroamericanas. Calladita, nos recuerda en versos visuales cuán hermosos somos.

[Foto de portada: Sitio oficial de Días de luz en lasubterránea.com]

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