Llegaste a viejo, maricón


Javier Stanziola_ Perfil Casi literal¿Se deja de ser gay a los cincuenta? Me hago esta pregunta porque en los últimos meses los de edades intrépidas se han encargado de categorizarme como un silver daddy (versión Gandhi fofo, no Saúl Lizaso en películas independientes). En los eventos de activismo a los que estos pipiolos me invitan a participar juego el papel de «y ahora para la perspectiva de los seniors…». Si ya pasé mi etapa de carne trémula, ¿sigo siendo gay en un mundo donde la orientación sexual es un asunto de piel?

Nunca seguí el modelo de gay bien de sonrisa blanca, sentido impecable de moda ni músculos franceses. Lo único que tenía a mi favor era la apariencia de la juventud, a la que le echaba agüitas azules para que no se volviese gusarapo. Inútil, lo sé; como lo sabe el perro tonto que no suelta el hueso seco.

Pero si hay un temor compartido entre los gays —además de los colmillos de los fundamentalistas religiosos— es el del aislamiento social, sexual y cultural al momento de hacerte viejo. Los millennials no inventaron el cancel culture. Desde siempre, entre los gays, llegar a los 50 es el gran puff que te cancela para siempre.

Como para cualquier otro ser humano, el caleidoscopio de la edad va más allá del aterrador avistamiento de lunares grises en lugares impensables. Tus gustos culturales comienzan a variar profundamente. The Politician en Netflix te parece insufrible y te aterra contemplar que jamás podras leer con la misma pasión las novelas que definieron tu juventud, como en mi caso pasó con El beso de la mujer araña, de Manuel Puig.

Ese temor se consolidó un poco más en alguna esquina de mi cerebro hace unos días al ver los sorpresivamente populares documentales sobre el rey del performance Walter Mercado y la cantante Chavela Vargas. Así como Puig me prometía inimaginables posibilidades de vivir un melodrama gay, estos documentales se han convertido en mapas vivientes de los caminos de una vida en la invisibilidad etaria. Chavela y Walter nunca salieron del armario. Ambos afirmaban con la seguridad que solo se gana con decenas de años interpretando frente al público sentimientos ajenos que tales gestos eran innecesarios.

Durante gran parte del documental Walter nos hace creer que se siente cómodo en ese aislamiento en su casa-museo, junto al hombre que lo acompañó casi toda la vida y que etiqueta sin parpadear como su asistente. Chavela nos cuenta con la mirada escondiendo un hipo sus historias con Frida Kahlo y Ava Gardner. Las cámaras no muestran una pizca del deseo que Chavela sintió por estas mujeres, pero sí nos hacen sentir lástima por ella por vivir una tormenta de añoranza por los escenarios que la olvidaron.

En ambos casos, el gran final feliz de estos artistas es regresar a la admiración de su público, pero no por tener nuevas propuestas de performance o interpretaciones musicales. Regresan a alimentar el culto de la nostalgia. En el caso de Walter, sus familiares abren las puertas de la casa-museo para asegurarse de monetizar su imagen de hace tres décadas en T-shirts, cuadros y tazas.

Los dos viejos, puff, cancelados: no físicamente, pero masacrada quedó la posibilidad de que después de cierta edad tuvieran algo nuevo que decir.

Puff, llegaste a viejo, maricón. Y mientras menos digas, más te querremos.

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