Electrochoques: tres testimonios y una nota Coelhiana


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalTestimonio 1. El electrochoque de Ricardo (década de 1970)

El doctor me pidió que hiciera un dibujo. Eso fue todo lo que necesitó. Mi mamá empezó a llorar cuando el doctor le dijo que yo tenía tendencias homosexuales y que él me podía curar. Se lo dijo un doctor muy reconocido en Panamá que ha sido premiado por sus contribuciones científicas. Yo tenía 9 años. ¿Te imaginas? 9 años. Ni siquiera me acuerdo lo que dibujé. Lo que sí recuerdo es que ese dibujo me hizo víctima de electrochoques para curar mi homosexualidad. Una descarga eléctrica en una sala oscura frente a imágenes eróticas de hombres y mujeres. Para aprender lo que estaba bien, lo que estaba mal. Desnudo en una sala en llamas, el doctor reconocido por sus contribuciones científicas me ponía horquillas metálicas en los dedos. 9 años y empezaron las fotos de hombres. Eróticas, no pornográficas. Suficiente para aprender lo que estaba bien, lo que estaba mal. Luego, fotos de mujeres. Eróticas. El doctor muy reconocido en Panamá me obligaba a tocar mi pene para aprender lo que estaba mal. Fin de los corrientazos. Entre llantos, mi mamá preguntó si yo ya estaba curado. Todo estará bien, madre. Así le respondí: todo estará bien. Hace tantas vidas desde mis 9 años y aún soy esos corrientazos. Hoy yo quiero estar con mi pareja, disfrutar, relajarme. Pero no puedo. La angustia me invade. Tener sexo con otro hombre no es placentero. Me genera un sentimiento de culpa. De rabia. De electrochoque.

Testimonio 2. El electrochoque de «Rolando» (1996)

Por fin le conté a mi mamá del dolor que me sacude a piedrazos la espalda. ¿Sabes lo que me respondió? ¿Lo que me respondió mi mamá? Yo le expliqué que no le había querido decir antes para no asustarla, pero que yo ya no podía más. Así le dije, «no puedo más con este dolor. Llevo años ocultándote los remedios de humo que disolvían las piedras por dos segundos para luego regresar y arrazar como lava por toda mi cordillera de huesos de aserrín hasta llegar con furia a apretar mis testículos. He perdido amigos, novios, trabajos por pretender que la espalda no me dobla la dignidad, mamá. Pero yo ya me cansé de tanto ungüento inútil. Los doctores ya se cansaron de decirme tantas mentiras esponjosas. Ahora solo puedo hablar a calzón quitao de cómo el único remedio es manejar el dolor. Solo puedo hacer eso, mamá, convencer a mi cerebro de que puedo manejar el impacto de esa escoria sobre mi cuerpo. Tendré que dejar de hacer muchas cosas. Ya no puedo seguir pretendiendo que puedo mantener un trabajo a tiempo completo. Esto nos va a afectar a todos». ¿Sabes lo que me respondió? Me dijo que eso me pasaba por dejar que me metieran pingas por el culo.

Testimonio 3. El electrochoque de «David» (2019)

Me gustó mucho su novela. Me reí. Me reí mucho. Me identifiqué. Yo soy gay, como usted. Lo que describe en el libro, yo he pasado por eso. El personaje principal, Jota Jota, descubrió su sexualidad en los ochenta. Yo la estoy descubriendo ahora. Le puedo decir, para que usted sepa, que muy poco ha cambiado. Créame. En el libro, al final, hay algo así como que la familia no quería que Jota Jota estuviese cerca de su hermanito. ¿Verdad? Eso me pareció raro. ¿Por qué lo apartaron de su hermanito? Por miedo, supongo. Pero, ¿a qué? ¿Al abuso? ¿Al contagio? ¿Me podría explicar, por favor, a qué le tenían tanto miedo? Antes de irse de Panamá para siempre, Jota Jota es reducido a despedirse de su hermanito a la distancia. Sin poder darle un abrazo. Eso no lo entiendo. Yo. Mi mamá. Usted sabe. Yo no sé qué es lo que ella piensa. Ella. Mi mamá. Mire, lo que pasa es que a ella no le gusta vestir a mi hermanito enfrente mío. Me pide que salga de la habitación cuando lo cambia de ropa. Cuando me lo dice, no me mira. No mira a mi hermanito. Ella mira el piso y dice «Ya sabes que no puedes estar aquí». Ese duele como un puñetazo en la nariz. Yo supongo que ella lo hace por miedo. Pero, ¿miedo a qué?

Nota Coelhiana

Estos textos que llamo testimonios son mi intepretación de vivencias reales que tres hombres gays de diferentes edades, nacionalidades y posiciones sociales compartieron conmigo alguna vez. Ya hace casi cincuenta años desde ese corrientazo que vivió Ricardo, pero ser hombre gay aún significa vivir en espera constante del próximo electrochoque. La Lupita Ferrer que llevo dentro me dice que debo terminar con una nota esperanzadora. Pero yo les dejo los memes de esperanza a otros. Lo que necesitamos es acción para que en el año 2069 estos mismos testimonios resulten simplemente medievales. Como hubiese dicho Harvey Milk, los derechos no se ganan deseando que las cosas cambien. Te dirán que solo quieres llamar la atención, pero los derechos solo son ganados por los que hacen sentir sus voces contundentemente.

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