Matricidios (II): Con Dios y sin él


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Si bien es cierto que el feminismo guatemalteco actual reconoce como uno de sus libros fundacionales Eva sin Dios, de Luz Méndez de la Vega, publicado en 1979, la verdad es que prescindir de este dinosaurio de los absolutos ha sido un largo y tortuoso camino para las poetas guatemaltecas.

Para comprender la trascendencia e importancia de cuestionar a Dios, es necesario reconocer la base patriarcal que existe en todos los planteamientos morales. La desigualdad normalizada por una educación que enseña a la mujer a adoptar una actitud sumisa frente al hombre, el control violento de la sexualidad femenina presente en la legislación.

Para que Luz Méndez pudiera escribir “Voy a inventarte/Dios,/ como inventaba/mis/ juegos de niña/ ¡Y serás tan poderoso!/ como los muñecos/que apretaba en la sombra/cuando a solas, en mi alcoba/ veía crecer la noche”, muchas mujeres tuvieron que reflexionar profunda y dolorosamente sobre la discriminación, el desamor, los tabúes sociales y las injusticias que ocurren, no solamente como género, sino también de forma colectiva. Para que pudieran existir poetas ateas, debieron existir antes poetas blasfemas; para que hubiesen mujeres antipatriarcales, muchas debieron experimentar el desamor para finalmente hallar en el dios cristiano y patriarcal una de sus principales causas.

Magdalena Spínola es una de ellas, nacida en 1898. La misma autora divide su “Tránsito lírico” en tres etapas: en la primera, que abarca sus años de infancia y juventud, dirige sus primeros poemas al paisaje. Descripciones que sin caer en lugares comunes transmiten la paz de la contemplación: “Todo es silencio y paz. El horizonte/ es un débil perfil que languidece/ en la solemnidad de la llanura.// y el plenilunio tras enhiesto monte/ se anuncia con un halo que enternece/ el añil pensativo de la altura.” (“Atardecer campesino”). Habla de sí misma y de su muerte con rebeldía: “Yo quiero, cuando muera,/que mi cuerpo se extinga en una llama/ también él fue una pira/ donde ardieron los fuegos/ de divinas angustias/ y amargas alegrías.” (“Cuando”). Y sus poemas de desamor, antes que ser un lamento, son una afirmación de sí misma: “sólo sé que un buen día, en el camino yo fui oasis; tú el nómada cansado que bajo mis palmeras te dormiste.” (“De paso”). Un poco más adelante, cuando contrae matrimonio, nos revela su filosofía práctica del amor, “Ningún valor tendría ante tus ojos/ Si solo tú me hubieras codiciado/ No hay manjar que provoque más antojos/ Como aquél que buscamos por deseado.// Cerremos esa página de otrora/ Donde aprendí a quererte compañero/ Sin tiempo ni distancia entre nosotros.” (“Plenitud”). Nada de elogios de la virginidad ni castidez idealizada.

Su vida, sin embargo, se vio pronto enlutada por la represión política cuando su esposo, Efraín Aguilar Fuentes, fue fusilado por participar de una conspiración contra el entonces presidente Jorge Ubico. El sufrimiento que expresa no es concretamente una denuncia: “Un nubarrón vela el astro/ Y la noche se ennegrece/ ¡Llanto ahogado que caldeas/ ¡Quémame calladamente!” (“Elegía del que cayó”). La violencia que se vivía se advierte apenas entre líneas, pues la represión continuaba y Ubico no fue derrocado sino hasta 1944.

Su poesía busca entonces refugio en la religión, tanto así que uno de sus libros lleva por título Sonetos eucarísticos, mas no se crea que los escribió devotamente. Su poema “Villancico pedigüeño” es una burla de los navideños, y la denuncia social que en él hace lleva una velada blasfemia: “Esta noche nos encuentras/ penando por los hermanos/ ¡Que vuelen tus serafines/ con reliquias en sus manos!// Al hombre, flor de tu sueño,/ lo amenaza nube roja/ ¡Que cimbre Miguel su espada/ Y el ígneo tul se recoja!.// Si en los reyes del oriente/ proyectaste tus fulgores/ da a los príncipes de ahora/ arcos de siete colores.// Tembló tu lirio materno/ por ti, gota de rocío/ Cuando el ciclón herodiano/ giraba artero y sombrío// Para esas madres que gimen/ entre agonías de muerte/ No hay índice que señala/ Un Egipto que liberte.”

Este es su “Tránsito lírico” que mereció elogios de César Brañas, Alfonso Enrique Barrientos, Claudia Lars y León Aguilera. Concluye en sus años de senectud cuando sin lamentarse del pasado, sabiamente nos dice: “No busques a tus muertos en las fosas/ Que guardan sus despojos carcomidos/ Búscalos en sus sitios preferidos/ Allá donde libaron miel de rosas.// Búscalos en el tiempo, en las fastuosas/ Reminiscencias de los días idos;/ Búscalos en tu anhelo, en los latidos/ De tu pulso que es pulso de sus cosas.// Mas no los busques nunca en cautiverio/ entre losas, capillas y cipreses,/ sino en la libre tierra de tu imperio/ en tu casa de amor, tibia dulzura/ que aunque la encuentren socavada a veces/ en ella se aposentan con blandura. (“Viven en ti…”).

Por supuesto que no todas las poetas tuvieron la suerte de Magdalena Spínola, cuyos vínculos con la diplomacia le permitieron vivir fuera del país. Ver las injusticias tan de frente y sufrirla en carne propia, motivó a otras poetas a inquirir a Dios, aunque no siempre llegaran a poner en duda su existencia.

Marta Pilón (1935), es quizá una de las escritoras de las que renegaría el feminismo actual. Traductora de profesión y también representante de la Asociación Guatemalteca Pro-defensa del Medio Ambiente. En 1958 publica su primer libro de poesía bajo el título Con las manos vacías. En él nos cuenta de manera un tanto quejumbrosa de sus desamores, inquietudes y esperanzas. No califica como desmitificadora, pero sus reflexiones sobre la condición de la mujer no pierden actualidad: “Y entonces callo y pienso/ pienso que hay en mi alma, amasada en su esencia/ un atavismo ignoto que es un sufrir arcano./ Un no sé qué gitano que hasta mis huesos llega/ transformándome toda en profundo amargor.” (“Sólo a ti”). Es así, apropiándose de la afirmación cartesiana como se enfrenta a una sociedad donde se niega que la mujer pueda pensar, sin dejar nunca de cuestionarse a sí misma.

En esta búsqueda interna que va del desaliento a la duda, pasa por la incomprensión critica de los valores de la sociedad: “Yo soy un ser extraño/ nadie a mí me conoce/ todos me llaman rara/ difícil de entender.” (“El poema de mis ojos tristes”). “Porque yo, que soy alma/ y que soy poco práctica/ y no sé usar táctica/ ni meditar ni tasar/ te pedía minutos para poderte mirar/ te pedía minutos para poder soñar…/ y a ti, esos minutos, te valían bien caro”. “Yo no soy mujer de fuego,/ mi corazón no es de hielo/ ni del amor hago un juego./ Si a mí me miran los hombres/ y en su mirar placer hallan; si a cautivarme se lanzan,/ y en su tratar vil fracasan/ y a murmurar tornan luego/ no es culpa mía que un juego/ crean mi sincero ruego.”

Sin embargo, su manera de asumir en algunos poemas el rol asignado a la mujer bajo el machismo es la causa de que hoy, injustamente, nadie la cite: “Me duele la herida, sí;/ lo confieso; soy humana/ y además, yo soy mujer/ y como tal, padecer/ por amor es condición.” (“Carta a un muchacho”). “Mi dulce amor/ yo tu pequeña niña loca/ con cabeza de estopa y lágrimas de teatro,/ te estoy llorando.” (“Adiós”). ¿Pero no es también valentía reconocer su propio dolor? Además, lejos de seguirse lamentando, afirma su libertad y sensibilidad cuando concluye: “Hoy/ escribiría un verso,/ te diría un poema,/ te contaría un cuento/ o  simplemente me perdería en la mirada de tus ojos.// Porque hoy el cielo es tan azul y las nubes blancas/ y el sol es tan dorado…/ que no puedo quedarme, Amado,/ tengo una cita, ¿sabes?/ afuera/ me está esperando el sol junto a una margarita.”

Ciertamente su “Canto a las inditas”, en el que una niña ladina le cuenta a su madre que no desea ser señorita en los salones, ni tener que preocuparse por vestidos y que prefiere vivir en el campo con la vida sencilla de las mujeres indígenas, es una idealización producto del desconocimiento. “¡Ay! Y bajar de mañanita/ a vender a la ciudad/ mis flores y mis verduras,/ mi frijol y mi maíz…/ y saber, que allá en la tarde,/ la vereda de herradura/ que llega hasta mi pueblito/ caminaré con mi Juan.”; hoy estos versos no podrían ser vistos más que como racismo solapado, sin embargo, en su tiempo bien pudieron considerarse contestatarios.

Si bien es cierto que muchos de sus poemas se dirigen a Dios y nunca llegó a negarlo realmente, es lentamente como llega a cuestionarse la fe: “Tu sabes, Señor, que nada te he pedido de grandezas/ que soy humilde en mis deseos/ yo quiero pan y lecho con sonrisas y amor/ bajo el mismo techo de tu amor protector.” (“Oración”). Pero más tarde, al enfrentarse a la descalificación y la indiferencia: “Señor, mi poesía, que es mi vida/ dicen que es mala/ y que no es nada/ que no vale ni produce nada// Y es cosa bien insulsa, lo sé./ No me produce nada/ tan sólo desengaños/ y burlas e ironías…/ pero es mi corazón,/ es mi alma hecha canción/ y no puedo dejarla, Señor/ no puedo asesinarla…// Por eso te pregunto: ¿Señor, por qué me diste corazón…?” (“Pregunta”). Cansada, entonces se rebela: “Veinticuatro años largos de creer en Dios,/ Veinticuatro años largos de rezarle a Dios/ De pedirle, de suplicarle, de ofrecerle,/ De cumplirle…/ De aceptar todo estoicamente/ Y aceptar cada pena en sacrificio/ Ejecutar gustosa todo oficio,/ Ante el dolor callar sumisamente…/ Y mi llanto beberme quedamente/ ¡Veinticuatro años largos de incomprensión y muerte!” (“Cobardía”).

No obstante, vuelve a dios cuando considera las injusticias sociales: “Yo creo en ti, Señor/ Y porque creo en ti, creo en la humanidad/ Y daño me hacen, Señor/ Mas los perdono en tu bondad.” (“Los soñadores”).

Con el transcurrir de los años, vuelve a la fe. En 1987 publica un libro titulado Intercesión, arma secreta de Dios.

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