Oficio y código


Juracán_Perfil Casi literal

Uno se vuelve aficionado a las letras sin estar del todo consciente del enredo en el que se ha metido. Para quienes hemos nacido en hogares cristianos, quizá de algún modo haya influido el primer contacto con La Biblia, la veracidad que se atribuía a toda palabra salida de ese libro. Más tarde, están los exámenes en la escuela, en donde el éxito o fracaso depende lo bien que uno lea e interprete los textos escolares, las enciclopedias con su aspiración de saber absoluto, y claro, la literatura, posibilidad de recrear mundos enredando el lenguaje.

¿Donde quedaban, entonces, los periódicos? En la mesa del comedor, en el escritorio del burócrata o en la sala de reuniones. Punto de partida para las discusiones familiares sobre política, deportes o religión, entretenimiento a la vez que aviso para el trabajador asalariado, o acompañado de otros, como un medio de análisis para la toma de decisiones. Muchos escritores ejercieron el oficio de periodistas y en uno de los “artículos” de Mariano José de Larra, se mencionaba al periodismo como un oficio siempre sujeto a contingencias y contrariedades.

Perseguido y ensalzado, el periodistas suele ser visto como un promotor del sensacionalismo, opositor de dictaduras y orientador de la opinión pública. En países en los que el bienestar social no llega a la extrema pobreza y cuyos gobiernos no resultan antidemocráticos, el periodismo se conforma con “informar” y promover la conciencia de las grandes mayorías. Pero conforme las condiciones empeoran, la prensa toma por uno de tres caminos: 1. Denuncia las fallas de la organización social.  2. Se repliega en silencio, o -en el peor de los casos- 3. Se dedica a desinformar.

En nuestro caso particular, en Guatemala, donde el Estado pretende controlar los medios de comunicación, los cuales se encuentran en su mayoría en posesión de la oligarquía local, la simple labor de informar debe atravesar por muchísimas dificultades: hermetismo en diversas instituciones, amenazas, persecuciones legales, desacreditación, y ni qué decir sobre los políticos que financian medios para promover su imagen cuando su actuación en la administración publica raya en el descaro.

Ante esta situación, aun cabe preguntarnos de qué sirve la información, por veraz que fuere, si no motiva a un accionar distinto mas allá de la simple funcionalidad dentro de esta sociedad disfuncional. El nivel de acceso a la información, y peor aún, a la educación, es más que deficiente en la mayoría de la población guatemalteca, por años sometida a un proceso completamente alienatorio en donde el entretenimiento y el sermón religioso privan sobre la verdad.

La población con acceso al internet y otros mass media sigue, por lo tanto, patrones de conducta motivados por la publicidad y el aparato estatal de desinformación. ¿Para qué continuar, entonces, la labor periodística por medio del internet, esperando que las nuevas generaciones puedan cambiar esos patrones de conducta?

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