Una dura prueba de hermenéutica


Juracán_Perfil Casi literalCuando hace ya algunos meses fui invitado a escribir para Casi literal recibí la noticia con entusiasmo. Alguna vez había acariciado la idea de modificar la manera en que se aprecia a determinados autores, ya fuera olvidados injustamente, o elogiados de forma inmerecida (al menos, así me lo parecía). No obstante el entusiasmo me comenzó a asaltar una duda ¿Qué tipo de crítica es la que esperan? En otras ocasiones había realizado el ejercicio de interpretar obras visuales, labor que encontraba tan alegre como necesaria, puesto que en el campo de la plástica, siempre hay personas que, no viendo necesidad alguna de plantear una idea en la forma que el autor ha empleado, deciden ignorarla. Por otra parte, muchos son los artistas visuales que consideran innecesaria cualquier explicación de su obra, de modo que se desentienden de ello.

Sin embargo, con la obra literaria esto de interpretar y explicar resulta redundante. ¿No tenemos ya las palabras del autor para escudriñar en ellas sus motivos e intenciones? Además, siempre se  puede contar con el auxilio de la historia o la filología para procurarnos aclarar mensajes que resulten herméticos, se puede recurrir también a las obras que anteceden al libro en cuestión.

La crítica, en el sentido más nato del término, entraña un cuestionamiento a la razón de ser de la obra misma, y quizá en secreto, su negación. Lo que entenderíamos como crítica negativa o destructiva. Por otro lado, la crítica favorable consistía en mencionar los sentimientos que la obra despertaba en mí y los elementos de la obra que los evocaban. Visto así, la crítica se me presentaba como un simple ejercicio de opinión, pariente del chisme y otras banalidades. Así es como lo he visto en muchos autores de finales del siglo XVIII, hasta mediados del XX.

Por otra parte, al abordar una obra como un mero pretexto de traer a discusión problemas e ideas planteadas en ella, debe tenerse en cuenta que la trascendencia de la obra y la discusión depende en buena parte de las circunstancias ajenas al propio libro: Condiciones políticas, publicidad mediática, costos de la edición, precio de venta, etc. De ahí, que muchos críticos usen las palabras “afortunado” o “desafortunado” para referirse a la recepción social de un libro. Aquí la crítica resulta ser una ahijada de la pedagogía (cuando no de la publicidad), un lugar donde puede citarse incesantemente las obras que mejor se adecúen a las intenciones del crítico en su enfoque de problemas de actualidad, tomándolas todas de un repertorio eternamente actualizado, que se llamaría historia del arte. Pero la historia del arte no es más que una antología de sus maestros, y hablar de una obra que ya fue afortunada es redundancia. El saber humano es mucho más que “Literatura” o “Arte”.

En la historia del pensamiento en general, nos encontramos que dichos maestros han sido hombres que más allá de las contingencias sociales, políticas y problemas personales, logran extraer de sí mismos algo más que rabia y quejas. Personas que ofrecen a sus contemporáneos y futuras generaciones lo más elaborado y profundo de sus reflexiones. Lamentablemente, alguien que parte de sí mismo con tanta intensidad, solo puede obtener por respuesta el desprecio o la reverente admiración, póstuma en la mayoría de los casos.

Pienso en hechos tales como “La defensa de Sócrates”, el juicio contra Galileo, la muerte a media calle de Sören Kierkegaard. No hablo de casos más emblemáticos y de dominio público, como los apóstoles del cristianismo ni el nacimiento del chiísmo, porque en ambos casos, el arrepentimiento de los victimarios es aún dudoso. Tampoco es necesario ponernos tan dramáticos, la oposición de los contemporáneos a un pensador, no siempre lleva su odio hasta la muerte. El silencio y la indiferencia que rodean el estudio y desarrollo de obras como De la división social del trabajo o las Meditaciones de Descartes, si bien no consiguen detener el impulso creador, sí pueden mantener en el olvido por mucho tiempo obras cuyo estudio inmediato hubiese adelantado algunos hechos en la historia,  y aquí  pienso en Mendel, Boecio, Tesla.

Más que una crítica de literatura o el arte, la aspiración sería realizar una especie de “exégesis” (si me permiten la expresión); un volver  al problema original para replantear la perspectiva desde la que se abordan determinados saberes sepultados bajo fábulas y comentarios cuyo fin último es justificar una postura política frente a la verdad enunciada.

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