Francisco Porrúa: padre del Boom y editor de editores


Darío Jovel_ Perfil Casi literalFrancisco Porrúa Fernández, español de nacimiento pero argentino de corazón, fue el mayor (o quizá solo el más afortunado) de los editores de habla hispana durante el siglo XX. Fue uno de los primeros lectores de Cien años de soledad y de Rayuela, y su firma fue la que le dio luz verde a ambas novelas cuando nadie las quería.

Llegó a Buenos Aires en 1918 para estudiar filosofía y allí también aprendió francés, inglés y alemán. A mediados de la década de 1950 fundó la editorial Minotauro (Misma que en 2001 fue adquirida por el grupo editorial Planeta).

Un día llegaron a su oficina copias de Ray Bradbury (autor de Fahrenheit 451) y de otros autores menores de ciencia ficción. Quedó fascinado tras su lectura y se dispuso a comprar los derechos de esas obras y traducirlas él mismo. Su carácter tímido le hizo realizar todas sus traducciones con seudónimos, costumbre que conservó hasta el final de sus días. El sello de Minotauro —es decir, Francisco Porrúa— fue de los primeros que apostó por la ciencia ficción en español.

En aquella misma época se encontraba colaborando con la Editorial Sudamericana y se encontró con que aquella editorial había publicado un libro de cuentos que apenas había vendido un par de copias y cuyo autor era un desempleado y considerado un fracaso, de apellido Cortázar. El fracaso editorial de Bestiario alejó a todos los editores de Argentina, menos a un gallego que entre en sus líneas fue capaz de ver una obra maestra (o quizá solo mucho dinero, lo que tampoco está mal) y estuvo persiguiendo a Julio Cortázar hasta que consiguió editar una especie de novela rara llamada Rayuela.

Un rumor iniciado en México por Carlos Fuentes llegó hasta Buenos Aires. El mismo decía que había un colombiano que escribía desde una habitación sin calefacción en una casa del Distrito Federal. Porrúa se puso a leer las obras de García Márquez, lo cual representaba una verdadera odisea por los pocos ejemplares que había en existencias. Quedó enamorado de aquella prosa. Sus gestiones desde la oficina de correos de Buenos Aires tuvieron como resultado la primera edición de Cien años de soledad.

Fue así como la Editorial Sudamericana se convirtió en una de las mayores casas editoriales en nuestro idioma. Su trabajo como editor dio luz a las primeras novelas del Boom y como traductor prácticamente importó el genero de la ciencia ficción. Adicionalmente, también fue el primero en traducir, bajo los seudónimos de Luis Domènech y Matilde Horne, la primera edición en español de El señor de los anillos.

Quise rescatar su vida porque muchas veces el mérito se lo llevan los autores, cuando la genialidad también existe entre editores, maquetadores, traductores e ilustradores, entre otras muchas profesiones que hacen posible que un libro llegue a nuestras manos y que, sin la intervención de ellos, eso sería imposible. Muchas veces ellos deben quedarse al margen de la fama que logran cosechar los libros en los que trabajan.

De todos ellos, Francisco Porrúa fue uno de los más grandes, o quizá uno de los más afortunados. De lo que sí estoy seguro es que su peso e influencia sobre la literatura es legendaria.

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