Funes, ¿qué pasó? (Carta abierta a un corrupto expresidente de El Salvador)


Darío Jovel_ Perfil Casi literalHace más de diez años que una ex guerrilla comunista llegó al poder ejecutivo de la mano de un periodista. ¿Qué pasó, Mauricio Funes? Si en aquellas auroras juraste que los días en que las cárceles se llenaban con ladrones de gallinas habían terminado, si aseguraste, entre tu labia romántica que enamoró a un país ciego, que «nosotros no tenemos derecho a equivocarnos».

¿Ya olvidaste, Mauricio, tu discurso de toma de posesión? Cuándo dijiste que no harías lo que otros tantos ya habían hecho y desecho con esta tierra que los parió y asegurabas tener la transparencia como algo sagrado para tu gobierno. ¿Ello no incluía a la partida secreta? Sí, aquel Funes que llegó a la ANEP y le dijo «rata» a Jorge Daboub, el que hacía entrevistas sin censura, el periodista cuya pluma asustaba a alcaldes, diputados y no dejaba dormir tranquilo a Francisco Flores. ¿Qué le pasó? ¿Se quedó en la entrada de la casa presencial? ¿Acaso terminó como letra de cambio junto a sus ideales de izquierda en las cajas de los almacenes SIMAN? (Aquella compañía que, como tantas otras, criticaste y atacaste tanto para luego ser su cliente).

¿Qué pasó, Funes? Si en aquellos años dorados lograbas eludir olímpicamente las preguntas de Jorge Ramos en las que él tanto quería oírte decir que Castro era un dictador y no pudo hacerte caer en la trampa; ese Funes erudito que hizo lo que Shafik Handal nunca pudo: llevar al FMLN al puesto que ocuparon Rafael Zaldívar, Gerardo Barrios y Tomás Regalado.

Ese Mauricio Funes que devoraba libros y tenía respuestas para todas las preguntas hoy se refugia bajo las faldas de un dictador y aquella retórica —que aludía a la esperanza de quienes lloraron por tantos inviernos en busca de una mano que los consuele— hoy son insultos que usás para defenderte de los que piden que vengás para comparecer ante los tribunales que, según vos, dejaron de juzgar a ladrones de gallinas.

¿Cuál es el miedo, si decís ser un inocente al que los malvados anhelan ver destruido, si tu mayor pecado —asegurás— fue querer cambiar la vida de los salvadoreños? No, Funes; nadie te arrebatará los logros de tu gobierno, pero es momento de que vos mismo reconozcás tus tropiezos y entendás que de vos se esperaba tanto y se recibió tan poco, que esas supuestas manos laboriosas no tuvieron miedo como para no meterse en las arcas del Estado; porque quizá te veás al espejo como Francisco I. Madero, de México, al frente de una revolución ideológica y donde, si has de morir, que sea como un mártir de las ideas de la libertad; pero lo cierto es que te parecés más a Benedict Arnold, traidor de la guerra de independencia estadounidense, quien se escapó a otro país con dinero ilícito.

¿Qué pasó, Funes? Si al final lo conseguiste, viviste la vida que tanto soñabas. Hoy entendemos que en tus años de periodismo al condenar políticos que se hacían ricos con los asuntos del Estado no hablaba la conciencia sino la envidia. Pero no, Funes, ese busto que mandaste a hacer jamás estará en el bulevar de los próceres ni tus restos llegarán al cementerio de los ilustres. Porque los lacerados corazones de quienes te llevaron al poder te dan la espalda y el partido que te abrió sus puertas se tambalea sobe el abismo.

Quizá el problema no lo tenías con tus oponentes políticos, ni eran las empresas las malas de la historia. Tu problema no eran las injusticias de esta era o los desaciertos de la suerte común que envuelven a una patria solitaria. Quizá el problema eras vos mismo. Porque hoy te crucifican tus mismas palabras y este país puede pecar mucho de inocente, pero al menos hay que cambiar las mentiras y modificar un poco el cuento, porque el peor enemigo de Mauricio Funes es Mauricio Funes.

Pero no te preocupés. Vos quedate allí escondido en Nicaragua porque de la historia no podrás escapar y será ella la que te juzgue. Y quizá allí prefirás caminar por los campos del olvido y perderte el olor de los jazmines con tal de que tu eternidad no sea golpeada por las consecuencias de la doble moral.

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