Historias absurdas


Darío Jovel_ Perfil Casi literal«El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos». Esto escribió alguna vez Albert Camus, el mítico filosofo del absurdo que también llegó a decir que «no hay nada tan estúpido como morir en un accidente de auto» y ya se pueden imaginar como murió. La idea de absurdo que deseo tomar no es la que deriva de la primera frase, sino de la segunda: aquellas situaciones que parecen sacadas de una mala ficción, pero que, por suerte o por desgracia, son totalmente reales.

En 1788 el ejército austriaco llegó a la ciudad de Karánsebes, donde se libraría la más grande de todas las batallas. Las tropas, medio intoxicadas por el alcohol, escucharon un disparo y pensaron que eran los otomanos. Aquello fue el comienzo de una encarnizada batalla que duró hasta la mañana siguiente. Tras haber finalizado el conflicto se dieron cuenta de que las 10 mil bajas que hubo eran todas austriacas dado que los vencedores habían atacado a la otra unidad de su mismo ejército.

En Japón, un hombre se encontraba en Hiroshima en 1945, cuando Estados Unidos atacó la ciudad con una bomba nuclear. Milagrosamente sobrevivió y decidió ir a su ciudad natal, Nagasaki. Luego de que allí cayera una segunda bomba atómica el hombre volvió a salir ileso.

En Estados Unidos un ladrón ingresó a un hogar y su crimen fue perfecto: no dejo ninguna evidencia y pudo llevarse todo lo del lugar menos una cosa: una computadora de escritorio. Los dueños, luego de unos días, decidieron ingresar a Facebook, pero resultó que antes el ladrón había hecho lo mismo, desde la misma computadora, y dejó su cuenta abierta. El resto de la historia se cuenta sola.

También en Estados Unidos un hombre tuvo que mudarse hasta catorce veces durante la Guerra Civil del siglo XIX, pues a donde iba siempre ocurría una batalla y su casa siempre acababa destruida.

En México, durante el gobierno de Manuel Gonzales, se declaró ilegal no cobrar las deudas. De esta forma varias personas acabaron en la cárcel por haberle prestado dinero a alguien y este les denunciara «por no cobrar».

Este pequeño conjunto de anécdotas son una muestra de que la realidad a veces no se toma en serio ni a ella misma, pero también son aire fresco en los prados de la historia. En ese sentido resulta curioso que a Camus no lo matara el absurdo que pasó estudiando toda su vida, sino el banal que hemos descrito más arriba, haciendo de su muerte algo casi poético.

No obstante, quizá sea interesante comprender el otro absurdo, el que no da risa, el que volvió loco a Josef K en El Proceso y al que Sísifo está condenado. Pero eso será otro día.

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