Para qué celebrar la independencia (II)


Darío Jovel_ Perfil Casi literalSer centroamericano es una casualidad, tanto para mí como para todos, pero si esa misma casualidad nos hubiera hecho argentinos o iraníes esta vida que tenemos sería tan diferente que apenas y lográramos reconocernos. Ya lo he dicho antes: fue en un julio de 1823 cuando Centroamérica realmente nació y no aquel 15 de septiembre de 1821; y pese a que nunca o casi nunca presto atención a los actos cívicos, siento cosquillas en el pecho al escuchar el himno nacional de El Salvador.

No puedo negar que existe un sentimiento de pertenencia o que algo muy parecido a la felicidad emana de mí al ver una bandera ser acariciada por la brisa de septiembre. Sí, sentiría lo mismo si hubiera nacido en cualquier otro lado con cualquier otro color y en cualquier otra fecha, pero por suerte o por desgracia (según como quiera verse) nací salvadoreño y soy salvadoreño.

Sí, estamos y somos de acá por culpa del azar, pero en lo que respecta a la construcción de una identidad, los centroamericanos le debemos más al azar que a nuestras propias decisiones. Somos lo que la suerte quiso hacer de nosotros y los breves empujones que damos para mover nuestra historia hacia uno u otro lado, para llevar el barco en una dirección u otra; pero cuando los vientos son muy fuertes ni el mejor marinero puede cambiar de rumbo.

¿Deberíamos ser más racionales y negarnos a todo acto público en aras de la independencia en pleno septiembre? Talvez, pero si el mismísimo Nietzsche mando al diablo a la razón cuando se enamoró perdidamente de Lou-Andreas Salomé para luego abrazar a un caballo en Turín y ser internado en un psiquiátrico, ¿quiénes somos nosotros para defender una tesis puramente positivista que no dé espacio a las emociones? Septiembre es el mes patrio, aunque históricamente no debería ser así y aunque no sepamos muy bien qué es «patria». Es lindo ver las calles con esas banderas y saber que algo aún mantiene unidas a esas cinco republicas que nacieron por accidente. Ya lo decía Alberto Masferrer en Leer y escribir: nosotros los centroamericanos deberíamos buscar algo que nos una más allá del fallido unionismo, y para eso, septiembre es la excusa perfecta.

Celebrar (sí, celebrar) no está mal. Seguiré sin poner mucha atención a los actos cívicos, pero invito a todos los que piensan como yo a enterrar nuestra amargura por unos días y hacerle caso a ese cosquilleo en el pecho. A sentirnos, no orgullosos, pero sí felices por cosas como haber nacido en la región que abolió la esclavitud cuando en Francia y en Estados Unidos ni siquiera se lo planteaban, o porque el azar nos pusiera en la misma zona geográfica que un filibustero de apellido Walker, quien buscó hacerse presiente de Nicaragua y terminó fusilado en Honduras (que como anécdota es graciosa). Sentirnos felices porque el azar nos puso acá y, para bien o para mal, somos centroamericanos y eso no lo cambiará nada ni nadie.

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