William Walker: el estadounidense que fue presidente de Nicaragua


Darío Jovel_ Perfil Casi literalA mediados del siglo XIX varios estadunidenses emprendieron expediciones con el fin de conquistar nuevos territorios. Estas se hicieron sin autorización del gobierno norteamericano, mas, pese a no aprobarlas, tampoco hizo nada para impedirlas.

A estos aventureros se les llamó «filibusteros». Sus intentos de conquistar el mundo no salían de la nada: respondían al destino manifiesto, doctrina que proclamaba a los Estados Unidos como dueños de todo el hemisferio occidental. De entre todos estos personajes el único más o menos exitoso fue William Walker, quien incluso llegó a ser presidente de Nicaragua.

La anécdota, más allá de lo curioso, es también un último suspiro del espíritu de la unión centroamericana. Antes de iniciar sus travesías por Nicaragua Walker tuvo un par de intentos frustrados por apoderarse de Sonora, al norte de México. Eran tiempos convulsos: la guerra civil estadounidense estaba a la vuelta de la esquina y los intentos por expandir su territorio más allá de sus fronteras habían sido un fracaso. En ese contexto William se embarcó hacía un país que ya estaba en medio de un conflicto interno: Nicaragua.

En aras de la prontitud podemos resumir los eventos de la siguiente manera: el filibustero llegó a Nicaragua en medio de una guerra civil junto a unos cuantos soldados, apoyó a un bando, le hicieron jefe del ejército y en 1856 presidente. La Federación Centroamericana tenía muy poco de haberse disuelto y Francisco Morazán seguía en la memoria de muchos. El resto de las repúblicas, viendo amenazada su autonomía, unieron fuerzas para restablecer al anterior gobierno nicaragüense.

«La defensa contra el famoso yanqui ha quedado como una de las páginas más brillantes de la historia de las cinco repúblicas centroamericanas». Eso escribiría posteriormente Rubén Darío sobre tal acontecimiento. No era para menos: aquella acción fue de las más heroicas que pudo verse en esta región. Los principios separatistas que enterraron a la unión por un breve momento se esfumaron, ante la amenaza común, siguiendo los designios de la lógica. Las diferencias absurdas entre los países de esta parte del mundo por fin se dejaron de lado, todo en pos de evitar una futura catástrofe. William Walker fue derrotado y, pese a que intentó hacerse con el poder en dos ocasiones más, acabó por ser fusilado en Honduras. De todos los filibusteros fue el que más cerca estuvo de lograr su fin pero esto lo condenó a ser el último.

En el Parque Nacional de Costa Rica, en San José, hay un monumento que rinde honor al magno evento que reivindica la victoria de las repúblicas centroamericanas sobre William Walker. Algunos hasta se animaron a decir que fue debido a ello que surgió el término Latinoamérica, pero esto es una discusión en la que no vale pena ahondar aquí. La duda real es por qué esto no se enseña más en los colegios de la región centroamericana. Yo terminé el bachillerato sin oír una sola palabra de estos sucesos.

A veces parece que en nuestra historia posterior a la independencia apareció un agujero de gusano y todos se fueron hasta mediados del siglo XX. Hay una brecha enorme de nuestro pasado que no se estudia como se merece. Hacerlo nos ayudaría a entender mejor la forma en la que nuestras sociedades evolucionaron y el origen de varias ideas que hoy aceptamos como sacrosantas.

Pero esto también nos daría la oportunidad de sorprendernos, de saber por qué nuestras constituciones exigen que aquella persona que ocupe la presidencia debe nacer dentro del territorio político que quiere gobernar (sí, antes no lo exigían).

Leer sobre esas épocas casi perdidas nos puede hacer recordar que cuando dejamos de buscar más diferencias de las que realmente tenemos es cuando hicimos cosas de verdad importantes; pero, sobre todo, nos ayudaría a entender que nuestra realidad es una sola.

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