Entorno a la mujer perfecta


Guillermo_ Perfil Casi literal

Pio Baroja ―importante escritor español de la Generación del 98―  en una página de sus memorias hace una confesión que parece ser muy interesante y que explica porque nunca tuvo esposa: “No me he casado, porque nunca encontré a la mujer con quien me hubiese gustado hablar toda la vida”. Baroja no anula la posibilidad de que tal mujer no exista, sencillamente explica que debido a ciertas circunstancias del destino o del ambiente ―que sin duda, él también desconoce― no la encontró.

Quizá alguien pensará que solo a un hombre con las facultades mentales trastornadas ―un escritor―   puede reducir el problema del matrimonio a un asunto del lenguaje. Bueno, en realidad, todo lo que se refiere a la vida en sociedad puede sintetizarse a la cuestión del lenguaje. Partiendo, principalmente, de la tan conocida afirmación científica que reza: “Sin lenguaje  no hay sociedad”. Visto de esta manera, es comprensible que Pio Baroja fuese más exigente que otro en este punto, dado que él supo y estaba consciente que el suyo era un lenguaje más rico y pulcro que el corriente. No cabe duda que en cualquier relación humana ―y específicamente en el matrimonio o relaciones de noviazgo― lo primero es entenderse; y el principal instrumento que tenemos es la palabra.

La palabra es el medio de expresar lo que pensamos, lo que somos.  Comunicar se significa transmitir algo. Hablar se significa hablar de algo. Y es esto lo que reclamaba con tono austero el solitario escritor: “una mujer con quien se pueda hablar toda la vida”.

Una relación es más solida y duradera cuando está fundada en la importancia y prioridad de los intereses comunes. Como cuando dos amigos han leído los mismos libros, que han obrado juntos por una misma noble causa,  que han planeado juntos llevar a la consumación trascendentales empresas. En otras palabras, que propicien y mantengan una relación con forma y contenido.

Esa mujer con quien se pueda hablar toda la vida, la mujer perfecta, no puede ser sino la que hable nuestro mismo lenguaje; es decir, la que pueda participar de nuestros ideales y de nuestras creencias, de nuestros gustos e inclinaciones. De lo contrario se estarían recorriendo diferentes caminos que no conducen más que al abismo vacio del engaño y la desilusión. Pero el lenguaje del sentimiento y de las emociones si no está entrelazado con otro tipo de lenguaje, es impersonal monótono y confuso.

No es, pues, por ese lenguaje que podemos conocer a la mujer con quien se pueda sostener una muy útil y provechosa conversación.  Un lenguaje y acto de habla común debe estar basado necesariamente en la inteligencia y la cultura (y ello no precisamente significa frialdad y resequedad). Una mujer no deja de ser femenina solamente por ser inteligente y culta, es solo que adquiere una cualidad de insondables dimensiones y, sobre todo, de inmenso valor como ninguna otra cosa.

¡Cuánta razón poseía Baroja! Y dudo mucho que el gusto o acierto en la apreciación, el sentido exacto de lo que en cada caso debe ser preferido o rechazado, le fallara.

¡Piénsenlo!

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