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Javier Payeras_ Perfil Casi literal_Una pregunta incómoda: ¿Cuánto cuesta una vida en Guatemala?

Singularmente incómoda cuando pensamos en que hay un estigma: en Guatemala todo apunta a que hay unas vidas más caras que otras. Y aunque todas deberían valer lo mismo, por lo visto solo tienen precio aquellas donde la inversión ha sido mayor.

La inversión que se deposita en una vida es enorme. Si conjuntamos todos los recibos, desde el nacimiento, pasando por la alimentación y los estudios, la vida de un guatemalteco de clase media al llegar a una edad adulta es muy alto. Hay estudios que arrojan un dato frío y colocan la cifra en un millón de dólares estadounidenses llegados a los dieciocho años. Esta estadística me resulta deshumanizada, pero en este tiempo cuando todo es un valor dentro del mercado llega a convertirse, cuanto menos, en una anécdota curiosa.

O sea que podemos cuantificar la existencia a partir de la cantidad de plata que hemos invertido en ella. Interesante. Vidas al alza según el precio de la canasta básica, la educación, la salud y todo eso que cada día se va privatizando. Entonces ya podemos hablar de un precio por ciudadano y de esa manera clasificar por categorías su valor: ciudadanos premium, ciudadanos de segunda y ciudadanos de tercera.

La muerte tarde o temprano nos llega a todos. Sin embargo, en mi país resulta demasiado fácil reconocer la categoría de una persona cuando esta muere. Irónicamente, suele ser cuando mejor sale a relucir si la persona valía «mucho», valía «algo» o no valía «nada». Son de esas cosas que solo se saben, se aceptan con resignación y nadie comenta.

Por ejemplo, la muerte de un ciudadano premium tiene tantas páginas de esquelas fúnebres en los diarios, que se hace imposible no darse cuenta de su muerte. En cambio, la pérdida de un ciudadano de segunda solo puede registrarse si dio un aporte a la sociedad, o sea, si se trata de una persona cuyo genio traspasó las barreras de clase social o de origen étnico.

Opuesto a todo esto, queda el ciudadano de tercera, esas personas que se mueren por racimos y de los que apenas llegamos a conocer sus nombres cuando son el saldo de una pandemia, de un accidente o de una matanza.

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