Cuba desde el lente: Cuando los Rolling Stones llegaron a La Habana


LeoCuando los Rolling Stones llegaron a La Habana, de Carol Zardetto, es una interesante novela en la que la autora no solo se limita a narrarnos su experiencia de viaje en la isla de Cuba en 2013, sino que también comparte interesantes puntos de vista acerca de la vida cotidiana del cubano, de sus anhelos y desesperanzas, de sus alegrías y tristezas, de todos los detalles que forman parte de su vida diaria. A pesar de su prosa sencilla, clara y sin rebuscamientos, es un relato que sorprende precisamente por la profundidad de sus reflexiones e interpretaciones sobre la sociedad cubana. Para nada nos habla de la Cuba heroica y revolucionaria de la década de 1960, envuelta en una atmósfera de exaltación épica. Más bien se refiere a la Cuba olvidada y adormecida en su ya trasnochada revolución, que dejó marcas tan profundas en sus actuales habitantes. Si bien es cierto que el sentido revolucionario impregna en todo momento, no lo hace con el ardor patriota sino más bien como un fantasma cuyos ecos se reproducen inevitablemente en esta nación que ha quedado detenida en el tiempo. Sin embargo, no juzga ni critica, simplemente se dedica, como buena documentalista, a retratar la realidad dejando escapar, inevitablemente, alguna impresión en el momento menos esperado.

En otras palabras, es un relato testimonial en el que la autora intenta tener una aproximación a esta sociedad tan golpeada hace más de treinta años. Qué mejor que el cine para darle el pretexto justo y necesario que la llevará a zambullirse en la compleja realidad de este pueblo que es amado y odiado por muchos. La historia transcurre entre La Habana, la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de Los Baños y Caimito, un pueblito cercano a la escuela ―en la provincia de Artemisa― a donde estudiantes becados van en busca de historias para crear un documental de esa Cuba profunda que llora y sangra en medio de su alegría.

Entre típicas historias de barrio, Santería y chismes, Caimito resulta ser una síntesis y ejemplar perfecto de la cubanía de hoy, que, desde el punto de vista de la autora, ha ido sobreviviendo al maremágnum que dejó la revolución, y con ella, el sentido de lucha de las viejas generaciones en contraposición a la apatía de las personas más jóvenes, que solo piensan en salir algún día de la isla. Ese conflicto entre «apoyar la causa» y «disidir» genera nihilismo e inercia, inmovilidad y parálisis en un grado superlativo.

Este sentido es muy bien captado en la historia elegida por los estudiantes extranjeros para hacer el documental. El tema gira en torno a un cine abandonado en el rincón de un pueblo olvidado por el mundo; un cine en el que nunca se exhibe una película y cuya existencia se justifica tan solo porque es la razón de ser y el sustento de sus empleados; un cine alrededor del cual se amontonan montañas burocráticas de papeles que terminan por hundirlo en medio de su somnolencia. Y tras este cine de barrio, historias de vida que responden a distintas motivaciones: desde personajes que defienden con uñas y garras su medio de subsistencia hasta aquellos que viven de la esperanza para no morir de frustración. El drama humano rescatado del anonimato.

Mención aparte merecen las interesantes reflexiones que la autora hace acerca del cine y de algunas películas que forman parte del canon. Algunas de estas preciadas discusiones surgen en la intimidad compartida con su compañera de habitación, con quien llega a tener encuentros conflictivos que llegan a rayar en la violencia, pero también son producto de las discusiones en clase. Por supuesto que estas divagaciones serán mejor apreciadas por aquellos lectores que aman o han estudiado el séptimo arte. Sin embargo, Zardetto también tiene el buen tino de trabajar con moderación estas apreciaciones y no convertir su relato en un tratado erudito sobre historia del cine, como lo hace Guillermo Cabrera Infante en su novela Puro humo, que termina ininteligible para el lector común.

Igual de encantadoras y bien logradas ―a mi parecer, las mejores logradas― son las reflexiones filosóficas que tiene con Miguel, el típico habanero, medio bohemio, revolucionario y jinetero que logra conquistarla durante su estadía. Ciertamente, vivir Cuba sin una intensa y fugaz pasión es como «haber pasado de noche» o como «comer sin sal». En este sentido, la aventura, que no deja de ponerle sal al relato, también le da una nota variable al mismo tiempo que presenta otra perspectiva de la realidad cubana: el melifluo amor que alegremente va danzando entre el Malecón y los barrios del Vedado, de Centro-Habana o de La Habana Vieja. El amor, con sus ilusiones y desesperanzas, con sus arranques de pasión, el amor como solo se puede vivir en Cuba.

Pero casi cuando el libro está a punto de terminar el lector se pregunta obligadamente qué tienen que ver los Rolling Stones con todo esto. Incluso, talvez hasta se ha olvidado que el libro tiene que ver algo con este grupo musical. Sin embargo, al final se hace una breve alusión a un concierto de ellos, alusión que un lector desapercibido podría pasar por alto pero que en realidad sugiere significativo valor semiótico, por lo menos desde mi lectura personal. Los Rolling Stones no son más que un símbolo del capitalismo uniforme que algún día, para bien o para mal, terminará por entrar a Cuba. Y si bien es cierto que llevará la llama de la modernidad, también devorará este último reducto que se rehúsa a caer en las garras del consumismo y que todavía hoy se conserva virgen del voraz sistema.

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