El eterno ciclo de un pueblo adormecido


LeoLa situación política de los países latinoamericanos oscila en un péndulo. Aunque cada Estado marcha al ritmo de sus propias ondulaciones, en ocasiones coinciden los movimientos de varios y nos provocan la sensación de que pronto habrá algún tipo de salto cualitativo que remueva las estructuras sociales del continente. Y así nos desplazamos literalmente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como si, cual Prometeo, estuviéramos condenados a ese vaivén. Pero en realidad estamos apresados en ese ir y venir mientras que los problemas de la región siguen en estado catatónico.

Aunque América Latina ha tenido una larga tradición conservadora y neoliberal con un profundo sentido de vocación servil hacia nuestro vecino imperial, hace pocos años varios países del sur comenzaron a tomar un camino distinto a la agenda que le dictaba la Casa Blanca. Con excepción de Cuba, que se ha mantenido combativa desde la década de 1960, el siglo XXI instauró en el poder a una serie de mandatarios que parecieran querer tomar las riendas de cada una de sus naciones sin tener que rendirle cuentas al vecino Todopoderoso. El arribo de las duplas Hugo Chávez-Nicolás Maduro, en Venezuela y Lula Da Silva-Dilma Rousseff, en Brasil; la llegada de Rafael Correa a Ecuador y de Evo Morales a Bolivia; y el ascenso de los Kirchner en Argentina y de Pepe Mujica en Uruguay nos han demostrado que, a pesar de sus aciertos y sus errores, es posible tener otras formas de gobierno que no necesariamente tendrían que entrar en contradicción con la dinámica de libre mercado.

Sin embargo, como es de esperarse en una región tan políticamente inestable como la nuestra —en la que la gente apenas está tomando conciencia de la importancia de su participación en la vida política y en la toma de decisiones— este impulso, tachado por la mentalidad conservadora como «comunistoide», no tarda en ver su prematuro ocaso pasados unos años. Desde hace unos cinco o seis años no solo se ve interrumpido este proceso, sino también se recrudecen con radicalismo las posturas neoliberales, conservadoras y pentecostales. Países como México, Perú, Colombia, Chile, Guatemala, Honduras y Panamá han sido desde siempre paladines y guardianes del pensamiento neoliberal y su influencia ―guiada siempre por Estados Unidos― contribuyó a entorpecer los procesos que se venían desarrollando en países como Ecuador y Brasil e instauró regímenes de retroceso, como los de Jair Bolsonaro en Brasil, Mauricio Macri en Argentina y Lenín Moreno en Ecuador.

No obstante, el arribo de López Obrador en México y las más recientes protestas en Ecuador, Colombia, Haití y Chile, sumados a la derrota de Macri y la resistencia ofrecida por el régimen de Maduro, parecieran revelar que la brújula de nuevo cambiará de dirección. Así como los fenómenos naturales representan una amenaza cada vez más real para los habitantes del planeta, el clima político de la región se vuelve cada vez más convulsionado y los cambios se suceden de una manera más vertiginosa. Se oyen ahora voces que claman por la caída de los gobiernos neoliberales mientras que los países de cuño conservador se repliegan más en sí mismos. La pregunta que vale la pena hacerse es hasta cuándo durará este movimiento reaccionario antes de que se vuelva a restaurar el orden político de cuño tradicional.

Antes de concluir, no quisiera que se me malinterprete. Es claro que mi crítica va dirigida hacia los sistemas neoliberales que nos tienen de rodillas. Critico estos sistemas porque en la región ya nos ofrecieron demasiados ejemplos de dictaduras, tiranías, pobreza y exclusión, pero esto no significa que apoye a ciegas las nuevas propuestas, muchas de corte izquierdista. La diferencia es que estas tendencias representan alternativas a la política tradicional y, según creo, debemos darles la oportunidad de que se desarrollen sin dejarnos influenciar por quienes les conviene mantenernos divididos. No soy tan inocente como para pensar que forzosamente estas alternativas son las mejores, y para justificar lo que expongo, qué mejor ejemplo que el fiasco del orteguismo en Nicaragua.

Aunque los acontecimientos acaecidos en los últimos meses podrían llevarnos a pensar en que se avecina un cambio, no soy tan optimista al respecto. Por el contrario, creo que todavía nos queda mucho camino por seguir para que nos responsabilicemos de nuestro futuro. Es más: no creo que el problema se trate de derechas o de izquierdas porque la historia nos ha demostrado que en todos lados se cuecen habas. Desde mi punto de vista es una cuestión de ética y respeto a la soberanía de cada pueblo, pero también una cuestión de educación y responsabilidad individual.

Entre más nos formemos políticamente, sin sesgos ni adoctrinamiento, tendremos un panorama más amplio de nuestra situación y talvez podamos ser capaces de formar alianzas y un frente común, independientemente de nuestras tendencias políticas. De nuestra preparación política dependerá eliminar flagelos como la pobreza, la corrupción, las desigualdades, la migración y la falta de oportunidades, males sembrados en todo el continente con independencia de la tendencia política. De lo contrario seguiremos deambulando en la espiral a la que nos ha condenado la historia. Hoy serán griegos y mañana serán troyanos de nuevo.

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