El país de la eterna somnolencia


LeoEsta semana, mientras las noticias internacionales centraban completamente su atención al fallido intento de golpe de Estado orquestado por la oposición venezolana y el gobierno de Estados Unidos al régimen de Maduro, las noticias de las manifestaciones en Honduras que fueron brutalmente reprimidas por el gobierno de Juan Orlando Hernández pasaron casi desapercibidas. Como ya se ha visto antes, Honduras, al igual que Haití, no tiene ninguna importancia geopolítica y, por tanto, que el gobierno imponga políticas privatizadoras no es noticia que venda ni que parezca importarle a nadie. No cabe duda que solo tiene significado para el pueblo hondureño que salió a las calles a manifestar su inconformismo, pero que a ojos de la oligarquía conservadora, liberal y derechista, no son más que un montón de chusma resentida.

A pesar del aparente «fracaso» del movimiento popular y de la represión infringida por parte del gobierno, debe reconocerse el coraje del pueblo hondureño para lanzarse a las calles dispuestos a jugarse el todo por el todo ante un gobierno fascista en el que prevalecen los intereses propios sobre el bien común.

Este mismo brillo mostró el pueblo nicaragüense hace un año, que se volcó valientemente a las calles para enfrentar cara a cara el régimen dictatorial de Ortega con una valentía que ha caracterizado a los nicas desde décadas atrás y que solo puede surgir de la miseria, el hambre y la necesidad. Como era de esperarse, este incidente tuvo suficiente cobertura precisamente porque se trataba de denunciar una dictadura emparentada con el despotismo izquierdista heredado del sandinismo. Hay que ver que los medios de comunicación saben con exactitud cuándo deben asumir la pose aleccionadora para exaltar las supuestas bondades del imperialismo que insiste en convencernos de que el comunismo es la encarnación sulfúrica del mal.

En 2015 Guatemala también quiso tener sus cinco minutos de protagonismo ante las cámaras y de hecho lo consiguió. Fuimos admirados por el mundo entero como el país que había sido capaz de derrocar un gobierno corrupto con el ejemplar civismo de nuestras manifestaciones pacíficas convocadas en redes sociales cual picnic de fin de semana. Hasta los guatemaltecos mismos nos creímos esa ilusión, de tan necesitados que estamos de tener referentes que nos hagan descollar. Lo que nunca vimos fue la manipulación que hubo detrás de los movimientos populares por parte de los sectores oligarcas para quienes la administración del gobierno de Otto Pérez ya había servido para cumplir intereses personales y que ahora, logrado su cometido, era necesario derrocar; y qué mejor manera de deshacerse de él que haciendo creer que su caída era la culminación de una  lucha popular con resonancias épicas.

En realidad los guatemaltecos ladinos y mestizos, como buenos hijos de nuestra tierra —la muy noble capital del reino de Goathemala—, nos hemos caracterizado más por la vocación de la apatía y la indiferencia. Por supuesto que, como en todos los casos, nunca se debe generalizar. Que Guatemala ha tenido sus mártires, los ha tenido; que ha sabido pelear cuando ha sido necesario hacerlo, también es cierto; pero pareciera que la terrible represión de la guerra civil nos robó toda la valentía y aunque siempre existen personas que dan la cara por nosotros —y eso me consta—, la mayoría optamos por darnos la vuelta y hacernos lo locos.

Pareciera una burla para Guatemala que esta semana el día del trabajo se haya cambiado tan arbitrariamente y que a casi nadie pareciera importarle. La captura y el reclamo de candidatos fraudulentos en el extranjero solo confirma que este país es un narco Estado; mientras tanto se le permite la candidatura a la hija de un genocida y a un traficante de niños que se hace pasar por «humanista»; eso entre otro montón de la misma basura política que reciclamos en Guatemala. Pero, además, ante nuestras narices se oye un movimiento privatizador de la Universidad de San Carlos sin que a los estudiantes pareciera importarle mucho, porque al fin ya nos acostumbramos a que todo se compra, incluso la educación, y que además se obtiene estatus al pagar caro. Por último, en un afán de asegurar el voto de nuestra gente timorata, conservadora y supersticiosa, los congresistas amenazan con aprobar la famosa ley 5272 que criminaliza el aborto en cualquier circunstancia y elimina los derechos fundamentales de la población diversa bajo la absurda e hipócrita bandera de la «protección a la vida» y la religiosidad. ¿Mereceremos existir como una nación o seguiremos siendo el país de la eterna somnolencia?

¿Quién es Leo De Soulas?

 

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