Guatemala, el país que lo perdió todo


LeoTras la firma del acuerdo de país seguro y con las muestras de indignación que se oyen por parte de la población, uno esperaría que las personas salgan a las calles y expresen todo su repudio en manifestación pública. Un país como Honduras o Nicaragua sin duda se habrían hecho notar y le hubieran dado tema de noticia a los medios de comunicación. Pero Guatemala no. La gente tiene la costumbre de verter su veneno en una pantalla, en la comodidad y seguridad que le ofrece su hogar, pero no está dispuesta a tomar las calles y, mucho menos, a «meterse en problemas». Siempre espera que alguien resuelva las cosas por ella y si al final no hay quien lo haga, se resigna y espera pacientemente a que los hechos se pierdan en el olvido como sucede siempre.

Por supuesto que con esto no pretendo descubrir el agua azucarada ni presumir que estoy haciendo un señalamiento novedoso en la idiosincrasia del guatemalteco. De todos es sabido el carácter pasivo que nos identifica, principalmente si somos ladinos que pertenecemos a las clases medias citadinas en un país del que hemos heredado los modales del señorito criollo.

En realidad el sentimiento de frustración nace tras la convocatoria de la manifestación pública a la que asistí el sábado, esperando una afluencia masiva que en realidad terminó siendo una famélica expresión popular que apenas rodeaba las puertas de la Casa Presidencial. Para mayor contraste, la Plaza Central estaba atiborrada de personas que de forma masiva habían asistido a un evento «cultural» auspiciado por la Municipalidad, porque claro, en un país como el nuestro es más importante un baile de reguetón que el ejercicio de hacer ciudadanía.

Aunque las personas que siempre se involucran en el acto de desobediencia social merecen todos mis respetos, no pasa de ser el grupo reducido de siempre, las mismas caras conocidas que curiosamente se encuentran en todas las manifestaciones. Luego se dicen unas cuantas palabras antes de despedirse y cada quien para su casa. ¿Dónde está la presencia de instituciones como la Universidad de San Carlos, cuyo espíritu revolucionario ahora no pasa de ser más que una pose trillada? ¿Dónde está el poder de convocatoria de las organizaciones populares?

Luego del conflicto armado no solo hemos podido comprobar que las fuerzas paramilitares tuvieron un éxito rotundo al eliminar a los líderes y a las personas pensantes, dejando una sociedad acéfala, sino que también cumplieron al pie de la letra su labor de convertirnos políticamente correctos hasta en la desobediencia. No cabe duda de que los gobiernos militares que tuvimos por décadas calaron profundamente en nuestra forma de ver el mundo y nos domesticaron con mucho éxito.

Habrá siempre personas ingenuas que con aire épico recuerden las jornadas de 2015 sin caer a la cuenta de la obvia manipulación por parte de los sectores de poder y que hasta el día de hoy le ha dado un lugar protagónico a la voz popular dentro de los sucesos acontecidos, cuando, con o sin la ayuda del pueblo, las cosas se precipitarían hacia ese inevitable desenlace.

Por muy lamentable que parezca, nuestra indiferencia dejó que las cosas llegaran a un punto sin retorno en el cual no se conseguirán más avances sociales hasta que se tenga que romper de nuevo el diálogo y se tomen medidas más drásticas. Habrá de nuevo que apoderarse de las calles con palos y piedras y ganar por la fuerza la dignidad perdida; habrá de nuevo que sabotear las estructuras de poder; habrá de nuevo que llegar al sacrificio de la muerte. Llegamos al punto de la inercia. Hasta un inepto payaso ha logrado arrebatarnos el honor ante nuestras narices y fuimos incapaces de reaccionar. No nos quedará otra salida que repetir la plana.

Mientras tanto, camino por la Sexta Avenida de la Zona 1 de la Ciudad de Guatemala y veo las hordas de gente caminando indiferentes y despreocupadas. Hoy, ser un tercer país seguro no les dice nada. Talvez lo vean como una amenaza demasiado lejana o talvez ni siquiera sean conscientes de la gravedad de la situación. Mientras exista suficiente reguetón para estupidizarnos y hacernos olvidar, nuestros problemas se volverán más llevaderos.

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