La expresión de un cine mestizo en El Señor de Esquipulas


LeoLos hermanos Lanuza indudablemente son un referente de las primeras expresiones de cine guatemalteco, de modo que, en nuestro país, este apellido está irremediablemente asociado a la creación de cine nacional. Siguiendo la tradición familiar, Luigi Lanuza ha continuado los pasos de sus antecesores con pie tan bien afincado, que permite medir la evolución cinematográfica no solo de su clan, sino del mismo cine guatemalteco en un intervalo de aproximadamente cuarenta años.

Recientemente junto con Idea Nouva y Cinematográfica Tikal, tuvieron en cartelera la película El Señor de Esquipulas, historia original de Rafael Lanuza en la que intervinieron actores profesionales interpretando los roles que dan vida a la historia maravillosa atribuida al Cristo Negro de la tradición católica, a quien se le han atribuido todo tipo de milagros. Pero el uso del adjetivo “maravilloso” no responde a un calificativo cualquiera, producto de un exacerbado estado de ánimo de su servidor luego de ver la película, sino más bien en un sentido equiparable a los conceptos de realismo mágico y real maravilloso que impera en gran parte de la expresión literaria hispanoamericana de mediados del siglo XX. Y es que la película, al sugerir la manifestación de un milagro (milagro que debe intuirse, más que apreciarse como un hecho), presenta el discurso de un hecho sobrenatural maravilloso, rodeado de elementos mágicos, que no por eso llegan a romper el sentido de verosimilitud de la historia contada.

Claro está que desde el punto de vista teológico y desde la cosmovisión judeo-cristiana las interpretaciones pueden tomar otros matices. Pero más allá de la connotación religiosa que se quiera dar, la película en su totalidad, a través de su historia y de sus imágenes resulta ser un interesante material antropológico que intenta explicar la cosmovisión mestiza del guatemalteco perteneciente a las clases populares: la típica familia disfuncional que termina por desintegrarse, la manera como fuerzas sobrenaturales rigen e influyen en las decisiones tomadas por los humanos, la fe fetichista del creyente y la necesidad que tiene de que ocurran milagros que cambien de manera determinante su vida. Con seguridad que el espectador guatemalteco, perteneciente a los estratos populares y a las clases medias, se siente bastante identificado con la situación que se muestra.

Pero más allá de su contenido, el producto fílmico tiene valor por su misma realización y muestra el conocimiento del lenguaje cinematográfico que tienen sus realizadores. Desde el inicio es notable el cuidado empleado para la creación de todos los planos, que permiten plasmar composiciones espaciales y puntos de vista bastante interesantes, que le dan profundidad y variedad a la imagen. Por su parte, la sucesión de planos consigue crear el ritmo exacto para la película, sin ser demasiado lento, que duerma; pero tampoco demasiado precipitado como acontece con muchas expresiones de cine moderno, que no dan tiempo para apreciar los detalles de la imagen. Más bien, es un ritmo variable que responde a los momentos de gradación y parafraseo de la historia misma.

Otro aspecto que merece destacarse son las actuaciones, que en su mayoría logran un naturalismo bastante creíble, aspecto este tan descuidado en el cine nacional. En este aspecto, son destacables los personajes que conforman el núcleo familiar (la madre, el padre y el hijo), pero también el pordiosero, la periodista, su novio y el amigo del padre, que logran mantener una actuación bastante contenida, sin llegar a la sobreactuación ni a los melifluos excesos melodramáticos. De hecho, la historia en su totalidad es bastante contenida y no permite el desborde emotivo que le da un revestimiento de falsedad a los hechos presentados.

En una ocasión, escuche a alguien decir que el cine nacional nos parecía falso porque no estamos acostumbrados a escucharnos cómo hablarnos. He de decir que eso me hizo reflexionar mucho respecto a distintas películas nacionales que he visto, con el fin de tratar de comprender un poco esa “falsedad” de la que se quejan muchos espectadores. Sin embargo, en esta película, con algunas excepciones, me pareció que el habla surgió de una forma tan natural sin necesidad de recurrir ni a tratamientos de influencia mexicana, pero tampoco sin acentuar los acentos y modismos guatemaltecos de manera que quedan convertidos en estereotipos trabajados desde la superficie. En esta película, en cambio, “el decir guatemalteco” se dio de forma natural, sin intentar actuarlo o estereotiparlo, y sin recurrir tampoco a las trilladas expresiones elaboradas que parecieran venir directamente de la pluma de un guionista profesional, de tan bien dichas que están, pero que terminan dándole un deje de falsedad. Aquí, el decir fue tan bien cuidado y natural, que no dejó esa sensación de que había algo fuera de la espontaneidad.

Un análisis más profundo de la película implicaría verla de nuevo detenidamente y detenerse en cada uno de los recursos utilizados por los realizadores, pero eso implicaría un estudio mucho más amplio, para el cual se necesitaría un espacio mucho más extenso, que está más allá de la opinión que intento expresar por este medio. Sin embargo, como producto artístico y cultural pienso que es digno de ser analizado por cinéfilos aficionados y críticos interesados en este tipo de expresiones.

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