La historia de nunca acabar


LeoSi Guatemala fuera una verdadera democracia y no la ilusión que es, daría gusto salir de la oficina y dirigirse a un café para tertuliar con los amigos sobre política. Hay quienes dirán que, precisamente, en la crisis es cuando las personas necesitan más que nunca discutir acaloradamente de política, que las cosas no cambiarán hasta que no haya personas que de verdad se apasionen por el tema y construyan ciudadanía a partir de eso. Pero hay días que la política cansa, que harta, que lo único que provoca es encerrarse en el dormitorio y quedarse en perpetuo letargo como si fuéramos osos hibernando, esperando que algún día el perpetuo invierno de este país se digne a sonreírte. Desde hace mucho sabemos ya que eso es solo una quimera. Ni la primavera llegará nunca ni las condiciones van a hacerse favorables para curar este cáncer terrible que incisivamente se clava en la entraña misma de nuestra sociedad.

Escribo este artículo momentos después que en el Congreso, una de las instituciones que debería caracterizarse por su probidad y la honorabilidad de sus miembros, quedó convertido en algo peor que un mercado. De nuevo los mal llamados padres de la patria exhibieron de la manera más corriente, descarada y vulgar el juego al que en verdad juegan. Lamentablemente no se puede hablar de democracia en un sistema que está construido precisamente para alcahuetear la corrupción. Así, nuestros ilustres diputados, cual alegres tomateras —con el perdón de las señoras que venden tomates— votaron de una manera apresurada a favor de la corrupción. Proteger la inmunidad de un servidor público cuando cínicamente es sospechoso de corrupción —y digo cínicamente, porque a todas luces salta la duda razonable— es volverse cómplice de él. Utilizar los procedimientos democráticos de manera retorcida para favorecer a un servidor público, por muy presidente que sea, es una argucia ruin, baja y rastrera. Mas rastrero es, aún, defender delincuentes de cuello blanco en nombre de una falsa soberanía que nos queda demasiado grande para la poca mierda de país que hemos construido.

Obvio que, al proteger la corrupción, los dipucacos —como bien les queda el mote— se protegen a ellos mismos porque sin duda todavía hay muchas colas para pisarles. La verdad es que desde que me enteré de la votación de los legisladores no me hice muchas esperanzas de lo que ocurriría en el hemiciclo. La experiencia de los años te lleva a comprender cómo en realidad funcionan las cosas en este país y, entonces, solo queda poner en práctica esa virtud de hacer de tripas corazón y volver a lo tuyo, con la certeza de que en realidad falta todavía demasiado para que las cosas cambien a favor del pueblo.

En un país como este, darle inmunidad a un servidor público es como ponerle la soga al cuello a una nación entera. Uno entiende que este puede ser un atributo de dignidad y confiabilidad en funcionarios de otras latitudes, donde ha existido una tradición respetable de gobernantes. Para ser honestos, en un país muerto de hambre y lambiscón como este, donde los cargos públicos se anhelan para trepar posición social y acumular riqueza de dudosa procedencia, debería ser una obligación eliminar toda inmunidad a los aspirantes. Es más: los servidores públicos deberían ser los primeros en dar cuentas públicas porque, en resumidas cuentas, no dejan de ser empleados estatales. Un pueblo hambriento, sumido en la ignorancia, y con sueños y aspiraciones burguesas, nunca será un pueblo de fiar al momento de emitir su voto. Es por eso que la representatividad de nuestros gobernantes y legisladores tan solo reflejan esa miseria que nos caracteriza y en las que, al parecer, seguiremos sumidos.

En lo personal —y tal vez influido por la desesperanza y la desesperación—, a veces he pensado que a grandes problemas, grandes soluciones y, lamentablemente, la vía democrática y legal quizá no sea idónea mientras las instituciones estén secuestradas por esta caterva de criminales. Quizá necesitemos tomar decisiones más radicales y agresivas. Lo cierto es que eso, por lo menos, ahora tampoco sucederá porque la gente se ha acomodado tanto que terminó perdiendo sus gónodas. Pero ¡ah, eso sí! Que no les digan que se trata de linchar a un ladrón porque entonces los cojones se les subirán a la garganta y no calmarán sus instintos agresivos hasta no ver correr sangre.

Mientras tanto, no nos quedará otra opción que conformarnos, bajar la cabeza y seguir empujando la yunta como lo hemos hecho siempre. Y todo eso ocurre mientras un coro de ovejas evangélicas propala, entre oraciones y cánticos, que el presidente es el ungido y que, si está en el poder, es porque una suerte de fuerza cósmica ha conjurado para que así sea, por el bien de la patria y para la conservación de los altos valores de nuestro Estado teocrático. Solo nos falta decir amén.

¿Quién es Leo De Soulas?

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1 Respuesta a "La historia de nunca acabar"

  1. Bien dice el autor que seguir esperando soluciones de parte de los gobernantes no es más que quimera. En eso tiene gran razón. Ahora bien, ¿es acaso esta una causa de pesar exclusiva para esta nación? No, en absoluto. Un hombre que vivió de cerca la opresión, y que se refirió a ella como «la melodía misma de los tiránicos», escribió con visión global que los problemas de toda la humanidad son como «la cara de la envoltura que está envuelta sobre todos los pueblos, y la obra tejida que está entretejida sobre todas las naciones». El libro en el cual se incluyeron estas palabras terminó de escribirse en el año 732 a. e. c., es decir, hace más de 2,700 años. Y siguen siendo hoy tan ciertas como entonces.

    Otro rey, escritor y coleccionista de sentencias, hombre que con un especial discernimiento observó el comportamiento humano, resumió la raíz de los males de la humanidad con estas palabras: «Todo esto he visto, y hubo un aplicar mi corazón a toda obra que se ha hecho bajo el sol, [durante] el tiempo que el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo». Estas palabras fueron escritas en el año 1,000 a. e. c., hace más de 3,000 años.

    De igual manera, los 64 libros y cartas restantes de la colección de 66 a la cual pertenecen los dos libros citados se refieren al sistema de gobernación humana de la misma manera: como algo atroz, cruel. Uno de sus libros se refiere a las potencias políticas como «bestias».

    También tiene razón el autor cuando habla de grupos religiosos cuyos líderes apoyan a estos sistemas de gobierno de manera insensata e hipócrita. Aunque esta biblioteca de 66 libros explica la razón por la cual se debe respetar el orden temporalmente permitido de gobernación humana, también explica que su existencia tendrá fin, y que ninguno de ellos pesa suficiente en la balanza de la gobernación universal ni debe esperarse nada de ninguno de ellos.

    Otro de los escritores de esta biblioteca se refirió al futuro de la gobernación humana, luego de mostrar cómo una sucesión de potencias mundiales conduciría al último sistema de gobernación humana semejante a hierro mezclado con barro, de esta manera: «Como contemplaste hierro mezclado con barro húmedo, llegarán a estar mezclados con la prole de la humanidad; pero no resultará que se mantengan pegados, este a aquel, tal como el hierro no se mezcla con barro moldeado». Estas palabras fueron escritas en el año 536 a. e. c., hace más de 2,500 años. Hoy, los movimientos populares del «barro», producidos por la acción injusta del «hierro», producen gran inestabilidad en todos los gobiernos llamados democráticos (del pueblo, es decir, de «la prole de la humanidad»).

    Unos 560 años después, «el hombre más grande de todos los tiempos» enseñó a pedir a sus verdaderos seguidores: «Venga tu reino. Efectúese tu voluntad […] también sobre la tierra». Aunque este hombre les enseñó a sus seguidores a respetar la autoridad relativa (no absoluta) de los gobiernos humanos, también mostró por qué no habían de rebelarse y ser neutrales en los asuntos de este mundo decadente. No debían apoyar las acciones políticas corruptas. Tampoco obedecer a sus gobernantes cuando estos les exigieran algo que fuera en contra de sus principios justos o de las órdenes de una fuente de moralidad superior, es decir, del Creador. Sin embargo, no debían participar en revueltas. Y así lo hacen hoy los que realmente obedecen estas órdenes.

    Por esa razón, cuando se les mandó a algunos de sus verdaderos discípulos dejar de hablar de todo aquello de lo cual habían oído y de lo cual habían sido testigos presenciales, estos respondieron con firmeza: «Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres». Estas palabras fueron puestas por escrito por un médico en el año 61 e. c. Este redactó dos de los libros de la biblioteca de 66 volúmenes cuya autoría nunca se atribuyeron sus alrededor de 40 redactores, quienes pusieron los pensamientos de Su Autor por escrito durante un período de 1,600 años.

    Asombrosamente (y esto lo pasan por alto los líderes religiosos de hoy y no suelen enseñarlo), los 66 libros tienen un hilo argumental que gira alrededor de un solo tema: la gobernación universal, ¿quién tiene el verdadero derecho a gobernar, el Creador o el ser humano alejado de Él? Todos estos escritores sabían muy bien que este mundo alejado de la Fuente de la vida es corrupto. De hecho, uno de ellos se refirió a la causa de los problemas y a su efecto en toda la humanidad con estas palabras: «El insensato ha dicho en su corazón: ‘No hay Jehová’. Han obrado ruinosamente, han obrado detestablemente en [su] trato. No hay quien haga el bien. […] Todos se han desviado, [todos] son igualmente corruptos; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno». Esto se terminó de escribir en el año 460 a. e. c., hace más de 2,400 años, y hoy sigue vigente.

    Así pues, la entera raza humana, no solo una nación, ha sufrido por efecto de la corrupción moral de quienes se empeñan en gobernarse a sí mismos sin éxito alguno. Esto ha quedado demostrado ya por 6,000 años de historia humana (relatada en los 66 libros a los que nos hemos referido). Felizmente, esta biblioteca también informa lo que sucederá en el momento culminante de la descomposición política, económica y religiosa de este mundo: «Y en los días de aquellos reyes [es decir, de aquellos cuyo sistema de gobernación es semejante al hierro mezclado con barro húmedo] el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos».

    Este es el mismo gobierno mundial por el cual «el hombre más grande de todos los tiempos» enseñó a pedir, a fin de que interviniera en los asuntos de la humanidad, pero no por medios políticos humanos. De hecho, la existencia de este sistema, ya tolerado por suficiente tiempo por el Creador, Jehová, ha dejado bien claro que es ineficiente e irreformable. De hecho, las Escrituras no apoyan el punto de vista de los religiosos de este mundo. Algunos así lo piensan. Pero esto se debe especialmente a que la enorme mayoría no se detiene a analizar la prueba. De esa manera, también caen en «la cara de la envoltura que está envuelta sobre todos los pueblos, y la obra tejida que está entretejida sobre todas las naciones», no solo en este país, sino en toda la Tierra. ¿Analizará usted la prueba y meditará en estos asuntos de tal manera que comprenda el verdadero significado de lo que ve?

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