La naturaleza comunicativa del arte (II): En busca de una voz original


LeoEl entrenamiento y dominio de los medios de expresión no deben confundirse con la creación del código. De todos los aspectos, quizá este sea el que determine la originalidad y el estilo personal de un artista. El código no es más que el lenguaje que comunica el contenido a través de los medios de expresión. Al respecto, es mucho menor la cantidad de artistas que desarrollan su propio lenguaje en comparación con aquellos siguen una corriente. Si bien es cierto que la estructuración, consolidación y la decadencia de un movimiento artístico se consigue a partir de la replicación de un código estético determinado, el creador más original es aquel que, además de configurar su obra, es capaz de generar su propio código. El código estético puede convertirse en ese sello único y original capaz de darle un giro inesperado a una expresión artística e influir a generaciones de artistas. En otras palabras, la creación de un código estético puede determinar un estilo que, a su vez, puede acabar por imponerse. Precisamente quienes ha sido considerados como maestros del arte en cualquiera de sus disciplinas son aquellos que, con su lenguaje personal, han logrado aportar el desarrollo de nuevas directrices que han logrado redefinir el curso de su historia.

Finalmente, el arte no llega a tener sentido alguno si no existe el espectador, ese ser que no solo está dispuesto a comprender la obra creada, sino también a reinterpretarla y reelaborarla. Sin este receptor, todo intento de hacer arte vendría a dar al traste. Pero, como en todo acto cultural, el descifrador puede llegar a ser algo más que un observador pasivo. Su sistema sensitivo debe estar condicionado de manera tal que le permita absorber por la vía afectiva la impresión que la obra de arte transmite consciente e inconscientemente. Esa capacidad de despertar la sensibilidad solo puede ser producto de una educación, pero no se entienda como tal a una formación cultural —que también la incluye—, sino más bien a ese condicionamiento que despierta en el espectador esa necesidad de consumir la obra de arte. Gracias a ese entrenamiento, que más parece culto de iniciación, el espectador no solamente consigue comprender y apropiarse emotivamente de la obra de arte, sino verla como un reflejo de nuestros propios impulsos vitales. Ejercicio aparte es aquel que realiza el crítico, quien puede llegar a ser capaz de formular un saber racional a partir de la intensa experiencia emotiva que consigue vivir al confrontarse con la creación artística. Este trabajo requiere una preparación aparte de la que hace el espectador común, el cual, si bien puede reflexionar sobre sus propias experiencias, carece de las herramientas indispensables con que debe contar el crítico para emitir juicios de valor y crear, a partir de su crítica, un reflejo racional de la experiencia estética vivida.

Todo esto nos puede llevar a pensar que tanto la creación como la apreciación del arte es un asunto de entendidos e iniciados. Sin embargo, la realidad nos demuestra lo contrario. Aunque mucho del arte occidental que hoy se produce proviene de las galerías y los «espacios oficiales», no debe olvidarse que, en sus inicios, la creación y la confrontación con experiencias estéticas han surgido de la entraña misma de enormes conglomerados. No por gusto, durante mucho tiempo y todavía ahora, la mayoría de la producción artística es de carácter popular, creada en el anonimato y comprendida por públicos masivos, y su éxito se debe, precisamente, a la representación de un Espíritu de Corps. Al respecto, uno no puede dejar de pensar en la enorme influencia que tuvieron los ritos dionisiacos que desencadenaron el origen de las tragedias griegas o el éxito de los espectáculos de los corralones isabelinos o españoles; esto se debe a ese elemento que unifica y permite que las multitudes se identifiquen con los elementos culturales.

La creación de un arte individualista y burgués fue una concepción que surgió con el Renacimiento y que, por distintos derroteros, llevó a la consolidación de un arte elitista y de influencia europeizante al que muchos llaman, equivocadamente, «arte culto», y que contrapone al arte popular. Sea como sea, el arte no tiene sentido si no existe esa persona a la que se le pueda compartir y que esté dispuesta a sumergirse en su aventura.

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