Otra deuda más que pagarán nuestros hijos


Leo2020 será recordado como el año «torcido» para todo el mundo. Los tentáculos de la pandemia, que parecían tan alejados de nosotros hace apenas tres meses, hoy han azotado nuestros terruños, dejando muerte y miseria por donde ha pasado. Afortunadamente, Centroamérica no es ni ha sido jamás el ombligo del universo, porque si no, la cosa pintaría peor para nosotros. Como sucede ante cualquier calamidad, siempre habrá quien haga fiesta a costillas de los más necesitados, de manera que la enfermedad será talvez el menor de los problemas que la región tenga que enfrentar durante todo el proceso de recuperación de la economía. Si ya antes reinaba la miseria en este rincón del mundo, no quiero pensar en lo desolado que serán los meses que vienen.

En Guatemala, por ejemplo, el presidente ha manejado un discurso completamente incongruente a lo largo de la crisis; y aunque en un principio embaucó a la mayoría de la población con las medidas preventivas tomadas a tiempo ―incluso ahora que están por levantarse algunas de las restricciones, hasta la aplicación de esas medidas son cuestionables―, poco a poco se va quitando la careta. Poco a poco la población, por lo menos la menos tozuda, ha ido comprendiendo para quién trabaja en realidad este títere. Lamentablemente en Guatemala se tuvo la oportunidad el año pasado de dar un giro diferente a la situación, pero es obvio que somos de los que prefieren «lo viejo conocido que lo nuevo por conocer» y preferimos elegir a nuestros viejos verdugos.

Creo que ha quedado suficientemente claro para quién trabaja el ejecutivo, a pesar de que todavía existe gente que cree en él y que ciegamente confía en el sistema de desigualdad que este patético personaje tiene la misión de perpetrar. Declarar un estado de emergencia apresurado con el fin de medrar a sus anchas, utilizando el miedo a la enfermedad como arma efectiva para mantener replegada a una población cobarde y crédula en sus casas, solo pude proyectarse por una mente ruin y abyecta. Luego, dos préstamos millonarios de los cuales apenas se han tirado migajas a un segmento de la población más vulnerable, más para «taparle el ojo al macho» que para cumplir con un sentido humanitario. Mientras tanto, los trabajadores han quedado a merced de sus contratantes, sin ningún tipo de protección mientras dure el estado de emergencia.

Miles de personas han quedado desempleadas tras esta crisis o sin poder llevar a cabo sus actividades económicas; y con ellas, miles de familias desamparadas. Sería interesante saber a cuántas de estas personas les ha llegado la ayuda tan prometida.

Ante esta situación yo me pregunto: ¿estamos obligados a pagar en el futuro una deuda que solo viene a beneficiar a las clases poderosas? ¿No sería mejor que estas altruistas instituciones que se dedican a prestar dinero a los países con el fin de endeudarlos y empobrecerlos más creen mejores mecanismos para fiscalizar el destino de estos fondos? Pregunto esto porque, ciertamente, si yo me dedico a la usura sin garantías de que mi capital será devuelto, también yo tengo responsabilidad de la perdida. ¿Existe acaso algún mecanismo para que estas instituciones obliguen a pagar las deudas contraídas? Porque si no existe, una opción sería despreocuparnos y seguir adelante mientras que los cuerpos diplomáticos hacen sus negocios.

Por supuesto que todo esto es un sueño, pues de sobra sabemos que la economía no funciona así y que, tarde o temprano, nuestros hijos, nuestros nietos y hasta nuestros bisnietos terminarán pagando la famosa deuda, eso sí antes no cae una nueva calamidad que nos vuelva a embaucar en este círculo vicioso.

Así las cosas en este mundo donde cada vez más perdemos las posibilidades de desarrollarnos, mientras los vende-patrias seguirán dilapidando nuestra riqueza, mientras nosotros seguiremos esperando que un poder sobrenatural nos libere de los males que nos aquejan.

[Foto de portada: Gobierno de Guatemala]

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