Soledad F451


LeoA veces es imposible darse abasto para comentar todos los trabajos que, afortunadamente, se están presentando en el país. Habrá siempre alguno que quede en el tintero y no precisamente por deficiencia del trabajo, sino porque a veces intervienen otros factores que no me permiten publicar con el mismo ritmo en que se producen los trabajos dramáticos. Es a este trabajo al que va dedicado este artículo.

El XI Festival Nacional de Teatro clausuró con la presentación de la obra Soledad F451, propuesta dramática dirigida por Fernando Umaña a partir de los textos de Aurie Cano, quien además formó parte del elenco junto con Maisa Yela. Equiparable a esos nuevos géneros que tanto éxito popular han tenido en la llamada «narrativa light» como en productos audiovisuales del cine independiente y de la televisión latinoamericanas —ejemplos de ello son las llamadas «narconovelas»—, Soledad F451 explora a una de las mafias actuales que se desarrollan entre los ambientes más sórdidos y clandestinos: el negocio de la trata de blancas.

Dos amigas de la infancia son engañadas en diferentes momentos de su vida para pasar a formar parte de una red de prostitución femenina que opera en el Viejo Continente. En esos ámbitos las dos mujeres se reencuentran, una como víctima y la otra como victimaria, aunque en la realidad ambas son explotadas por igual. El lazo que ya existía antes entre ellas se fortalece aún más ante la humillación y el ultraje que viven en la realidad. Su situación las lleva a recordar el pasado común entre ambas y fortalece el sentimiento de fraternidad que en ellas ya existe. Estos elementos, aunados a las muestras de ternura que son capaces de darse en medio de la adversidad, son la tabla de salvación que las conduce a la libertad.

Preciso es aclarar que, al clasificar esta puesta en escena dentro de la tendencia antes descrita, no se pretende en ningún sentido minimizar ni menospreciar su valor estético, sino más bien que sus características responden a estas corrientes posmodernas que abordan temas concernientes a los denominados «bajos mundos» que fondean en los ambientes urbanos. Pero esta clasificación también obedece al uso de elementos formales eclécticos o a la traducción de los recursos de una disciplina a otra, como sucede con la aplicación al teatro de la analepsis literaria o su equivalente en el cine, el flashback. En otras palabras, pareciera que nos encontramos ante una estructuración dramática más libre y lúdica que parte desde los aportes del colectivo y no desde la rigidez autoritaria del dramaturgo.

Por supuesto que este modelo de construcción dramática experimental tampoco es nuevo, y sin duda tiene sus referentes más próximos en el teatro de creación colectiva. Sin embargo, como técnica dramática aún puede considerarse novísima si se toma en cuenta el peso que tienen siglos de dramaturgia centrada en la figura del autor. De ahí que, independientemente de que el tema abordado pueda o no parecer trillado o que el leitmotiv sea muy parecido al de otros libros, películas o diversas modalidades narrativas que la tecnología pueda propiciar, la exposición de este breve ensayo se centrará más en torno al proceso de construcción de la puesta en escena que al contenido en sí.

Este es el tipo de puestas en escena que parte de una extensa investigación documental y una exploración de los recursos expresivos de las actrices a partir de la improvisación. Esto queda evidenciado en dos aspectos: el primero de ellos, en el conocimiento exhaustivo sobre la problemática planteada, que puede comprobarse en muchos de los momentos, detalles y giros que estructuran la historia.

Más interesante resulta el segundo de estos aspectos, es decir, la manera como un texto original, una idea, puede irse estructurando y, al mismo tiempo, reinventando a partir de la propuesta que las actrices van sugiriendo durante el montaje. Y es necesario aclarar que, al hablar de montaje, nos referimos exactamente a ese momento específico del proceso de ensayo en que se va construyendo la estructura dramática.

La investigación sobre los propios recursos expresivos a partir de la improvisación requiere algo más que memorizar una letra, acomodar la expresión corporal y las inflexiones de voz a un guion preestablecido. La construcción de un entarimado complejo de acciones a partir de una idea o a partir de unos diálogos requiere un esfuerzo doble: el de crear sobre la marcha a partir del ensayo y error, de la selección y del rechazo, de la propuesta y la contrapropuesta, del paralelismo entre trabajo de mesa y práctica actoral, del marcaje, la fijación y la limpieza, y principalmente el desarrollo y la mantención de una sinergia entre las actrices y el director.

Es obvio que un camino de esta naturaleza resulta más espinoso que el tradicional método usado por la mayoría de agrupaciones. Implica también una concepción distinta en el sistema de relaciones porque de una estructura jerárquica vertical y dictatorial —en la que el director se sitúa por debajo del dramaturgo y el actor yace en el último escalón— se migra a otra horizontal en la que todos los componentes suman sus concepciones de vida y sus fuerzas creativas para descubrir y parir precisamente ese guion que ya es dado en el sistema de relaciones vertical. Sin embargo, que el trabajo desde esta perspectiva sea doblemente tortuoso tiene su recompensa: el enriquecimiento personal y la experiencia ganada por cada uno de los participantes en el proceso creativo; pero también, los resultados. Esto es posible apreciarlo en Soledad F451, una obra creíble precisamente por la espontaneidad de las interpretaciones; una de esas obras «con ángel» porque el proceso de investigación ha permitido la creación de un ser orgánico —la obra— con un programa actualizado que le hable directamente a la sensibilidad del espectador.

¿Acaso se pretende decir que las actrices no tienen eso que muchos llaman «ángel»? Sin duda que lo tiene. ¿O que el director no tiene incidencia alguna en el resultado? Ciertamente no. Lo que se quiere decir es que la obra es exitosa y gusta al público, no porque sea un tema en boga sino más bien porque tiene esa frescura difícil de obtener a partir de un proceso creativo más «cuadrado» y, en cierto sentido, más rígido. Aunque para muchos directores y compañías puede resultar riesgoso experimentar con otras metodologías de creación escénica, este es un riesgo que bien vale la pena seguir en función de resultados que generen más empatía con el público.

[Fotografía de portada: Suhell Ramírez]

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