Venezuela frente a los países con vocación ofídica


LeoAunque Maduro nunca fue santo de mi devoción y desde siempre me han parecido cuestionables sus procedimientos y maneras de gobernar, a todas luces reconozco que una de sus virtudes más admirables —suya como de su predecesor, Hugo Chávez, y, por ende, de todo el movimiento bolivariano— es esa actitud de entereza que ha mantenido frente al imperialismo yanqui, que insiste en meter sus tentáculos y apropiarse de los recursos bajo la bandera del capitalismo liberal. Esa misma admiración me ha despertado otros acontecimientos históricos como la Revolución cubana, a pesar de todos los deplorables hechos que esta conllevó contra los disidentes del sistema establecido por los Castro.

Por el contrario, vergonzosa y terriblemente zalamera me parece la posición poco solidaria de los países latinoamericanos denominados del Grupo de Lima, obviamente manipulados por Estados Unidos y las potencias colonizadoras de la Unión Europea. Claro que dentro de esta lista negra de países se encuentran aquellos que cual Judas han tenido una larga tradición de conservadurismo vende-patrias y sirvientes lamebotas de los países imperialistas.

Es que pareciera que América Latina está destinada a repetir una y otra vez los mismos errores. En Guatemala, por ejemplo, no termina de calarnos la intromisión gringa en nuestra política con la llegada de la United Fruit Company ni queremos entender que desde entonces la Casa Blanca pone y quita a los gobernantes de acuerdo con su conveniencia y según los tiempos: primero, una larga sucesión de gobiernos militares que llevaron al país a su particular holocausto genocida; y, luego, cuando soplaron otros aires, los mediocres gobiernos civiles que aun hasta hoy han dejado en bancarrota al Estado guatemalteco. La intervención gringa fue tan corrosiva que no solo obstaculizó el proceso democrático que se comenzó a generar durante los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, sino que las terribles consecuencias de este hecho pueden observarse hoy en el deterioro social que vivimos.

En realidad, fuimos un país cercenado donde nos robaron la oportunidad de ser una verdadera democracia, y con ello, todas las esperanzas de tener una nación. Por eso es risible y grotesca la postura de todos aquellos que apoyan el intervencionismo estadounidense en Venezuela pero que se llenan la boca diciendo que Estados Unidos, junto a sus aliados europeos, violan nuestra soberanía al tratarnos de imponer la CICIG. Y este es tan solo un ejemplo de nuestra contradictoria ideología.

Pero volviendo al caso que nos ocupa, lo que la mentalidad «derechaira» es incapaz de ver es lo que a todas luces termina siendo obvio: el golpe de Estado perpetrado por Estados Unidos y sus sucios aliados para sacar del poder a quien vaya en contra de sus intereses económicos, la solvencia moral que dicen tener para permitir o ser cómplice de este abuso contra la soberanía de una nación. En su afán por querer imponer las reglas del juego, el gobierno estadounidense comete con libre arbitrio otro de tantos atropellos que ha cometido desde siempre. Ni siquiera se toman la molestia de idear nuevos métodos para justificar su deseo voraz de rapiña, por lo menos en lo que respecta a los asuntos de nuestros países latinoamericanos. Seremos siempre los friendly, los alegres latinos que sumisamente les servimos de alfombra mientras les sonreímos con nuestro hipócrita y malinchista gesto. ¡Intervención militar! ¡Guerra! Ni pensarlo. Somos tan simpáticos ante nuestros ilustres invasores que terminamos siendo sus histriones y mascotas preferidos.

Aunque muchos justifican las acciones cometidas por el imperialismo, mi sentido común me dice, tal y como lo piensa José Mujica, que no se puede sustituir la ilegitimidad eventual de unos por la ilegitimidad de otros. Sepamos pues que un golpe de Estado es un golpe de Estado, por muy buenas intenciones que aparente tener. Estados Unidos comete un abuso al interferir en la libertad de los venezolanos para que ellos mismos resuelvan sus conflictos. Si Venezuela, al final, decide defenderse, como parece ser el caso, estará en su derecho legítimo de hacerlo.

Una guerra es desastrosa en todos los sentidos, principalmente en lo referente a las pérdidas humanas, pero sin duda es más honroso morir con orgullo que vivir con cara de lavadero, y si al final el conflicto es irremediable, pues será tiempo ya de que nos convirtamos en una Siria, en una Libia o en un Irán y dejemos de ser los inofensivos e irrespetados estados indignos a lo que nos condena nuestra desidia.

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