Todos hemos sido extranjeros


2017-05-20-08-59-03-726Albert Camus fue un escritor francés que vivió intensamente para morir prematuramente. Ensayista, dramaturgo, novelista, periodista y filósofo, se opuso a toda corriente de moda que amenazara con limitar su pensamiento.

Nació en Argelia en condiciones de pobreza, pero logró salir adelante gracias a la educación que le proporcionó su«maestro, el «Señor Germain». Años después, cuando fue galardonado con el premio Nobel, le agradecería a su profesor. El extranjero (1942), El mito de Sísifo (1942) y La peste (1947) son algunas de las obras con las que marcó una influencia decisiva en las letras posteriores al siglo XX. Recientemente fue homenajeado, junto con André Malraux, en la V edición de Centroamérica Cuenta, uno de los festivales literarios más importantes de la región.

«Ambos encarnan el espíritu de la libertad creadora; Camus desde sus reflexiones sobre el intricado destino de los seres humanos», dijo Sergio Ramírez en las palabras de inauguración. En este festival se llevó a cabo el conversatorio «Entre Malraux y Camus». Pablo Montoya (Colombia), Sophie Doudet y Adelino Braz (Francia) y Eduardo Flores (Nicaragua) debatieron acerca de la influencia de los autores franceses en escritores latinoamericanos (en Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, por ejemplo). Las conferencias «Correspondencia entre Albert Camus y André Malraux», por Sophie Doudet, «Perenigración Camus», por Pablo Montoya, y «El sentido de la existencia según Albert Camus: del absurdo a la rebelión», por Adelino Braz, también abordaron la obra de Camus. Además se proyectó Espoir, sierra de Terue, película basada en una novela homónima de Camus.

Lejos de abordar su lucha por los derechos humanos universales, su filosofía del absurdo es uno de los rasgos más sobresalientes y contemporáneos de su obra. Esto resulta particularmente inquietante en El extranjero, en donde Meaursault confronta a una sociedad prejuiciosa que purga lo que considera diferente a su normativa.

Meaursault plantea la posibilidad de una existencia indiferente para afrontar los golpes de la vida. La extraña sensación de que lo que hacemos no tiene sentido porque lo absurdo condiciona nuestra vida —y que solo batallar contra ese absurdo puede darle cierta valía— choca con los preceptos de las corrientes filosóficas y religiosas conocidas hasta entonces. Camus renegó del existencialismo y colaboró con publicaciones anarquistas —aunque nunca se consideró uno de ellos—, molestó a los surrealistas y proclamó la rebeldía como su bandera.

Meaursault es un personaje que se limita a complacer las exigencias de su organismo, que transita por la vida en un estado casi inconsciente porque no desea ni espera nada. Tiene un aburridísimo trabajo de oficinista que ni le incomoda ni le hace feliz. Paradójicamente, su abulia atrae la atención de los demás, pues la pasividad de su carácter se moldea sin miramientos a las demandas de los otros (como en su amistad con Raymond o su relación con María). Al inicio de la historia se le ha notificado que su madre ha muerto en el asilo, pero él no lo lamenta, en lo absoluto.

No es sino hasta que Meaursault comete un asesinato involuntario cuando todos los prejuicios sociales se descargan furiosamente en su contra. Su vida personal es ventilada completamente, su indiferencia es reprochada como uno de los pecados más abominables y su alienación social es la justificación perfecta para considerarlo un peligro.

¿Cuántas veces ha pasado, en la vida de cada uno de nosotros, que las expectativas sociales quieren imponerse forzosamente y moldearnos? También pasa que nuestros deseos personales y nuestra forma de ser son duramente juzgados si se sale fuera de los límites de una tradición irreflexiva y coercitiva.

Todos hemos realizado una acción sin pensar, sin intención de dañar. Sin embargo, todo acto conlleva a una consecuencia mayor o menor, y en el caso de Meaursault esta consecuencia es la muerte. Su extrañeza ante la indignación de la opinión pública es la que condena su vida. Sufre la incomprensión de la multitud en el juzgado, las acusaciones del abogado y finalmente la resolución del juez. En ningún momento se arrepiente de su acción —porque no la concibió conscientemente—, pero sí resiente el odio de las masas. Que se le achaquen los peores valores por no haber llorado en el funeral de su madre le resulta grotesco, o mejor dicho, absurdo.

El diálogo que Meaursault sostiene al final con el sacerdote es el único momento en que renuncia a su pasividad y se enfrenta con violencia a una de las instituciones que más ha masacrado las libertades individuales: la Iglesia. Él es la personificación de un ser humano sin valores que ha perdido la fe en todo. En la actualidad nos podemos identificar con él cuando asumimos una postura indiferente al constante bombardeo de información, donde el sufrimiento es el principal entretenimiento y donde muchos optan por desprenderse de los sentimientos para no sufrir los graves desastres que provoca la humanidad, pero que con su indiferencia, también se condenan a su propia autodestrucción.

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