Compra y venta de historias detrás de las historias (libros usados)


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalEn los recintos donde hay los libros usados se desarrolla la verdadera contribución de la literatura a las personas. Todos los productos de segunda mano han pasado por ese proceso de degradación donde el valor se vuelve un sendero raro, oscuro y muchas veces impredecible.

Olvidamos entonces la idílica historia de las librerías bien ordenadas con olor a fruta aromática y temperatura ideal por los rincones, estantes con rótulos bien hechos que señalan el género y el ABC de los bienes, y ni qué se diga de los libreros: hombres y mujeres vestidos formalmente con el logotipo de la empresa de bienes culturales para la que trabajan. Todo se cobra y todo se paga. El consumidor tiene el libro y con él paga la seguridad privada del guardián que cuida el centro comercial donde yace la librería e incluso la sonrisa fingida del vendedor.

En cambio, los rincones que albergan libracos usados generalmente están en las zonas más movidas de las ciudades. Generalmente es un universo paralelo que se asemeja a las tiendas de «ropa americana», donde se puede codear una prenda Carolina Herrera con un trapo marca Patito. Así, en tema de libros encontramos el Álgebra de Baldor puesto sobre El malestar de la cultura de Freud.

Se anula la legitimación de las producciones y de las ediciones. Ahí cae todo en picada y depende del lector, del curioso, del individuo qué es lo que motivará o no el impulso de compra. No hay dimensiones políticas que atraviesen «las novedades», precisamente porque no hay novedades. Kafka y Coelho pueden coexistir perfectamente y mezclarse sin ningún reparo.

También ocurren grandes ironías. Los procesos que le dan valor a los bienes y a los servicios culturales tanto como los que se lo dan a los bienes y servicios de moda textil se desvirtúan en un mundillo paralelo. Lo que pasa, lo que se quedó atrapado en un destino inesperado es adquirido de primera mano por un primer comprador, quien adquiere el objeto y posteriormente se le escapa de las manos. Ya vendrán las segundas y las terceras manos —y más aún, literalmente, en el caso de los libros— a desafiar nuevamente la trayectoria del objeto.

Es la historia detrás de la historia. El texto cuenta con una trama que se desarrolla paulatinamente, abruptamente. Una segunda realidad inventa una nueva dimensión.

Supongamos que yo adquiero una edición vieja de Santa Evita escrita por Tomás Eloy Martínez. ¿Quién compró por primera vez el texto? ¿Cuántos libros fueron editados por la editorial? ¿Por qué la persona que lo compró no le puso nombre? ¿El libro viajó fuera del lugar donde fue adquirido? ¿Habrá existido una receta médica entre alguno de sus capítulos o una entrada al teatro? ¿Habrá sido leído por algún pariente de Perón? ¿Lo habrá leído algún joven que fue víctima de los procesos de tortura en Argentina? ¿Alguien habrá hecho el amor mientras lo dejaba tirado en la mesa de noche?

En eso consiste la inmortalidad de los objetos una vez adquiridos, una vez admitida su propiedad privada. Circularán en una especie de inmortalidad transitoria, una paradoja. Los libros usados le dan sentido a la historiografía y legitiman la intangibilidad de los objetos culturales. Le devuelven dignidad a la compra original porque se le da apertura y acogida a algo que fue desechado por el juego azaroso del destino. Todo se pierde y se encuentra nuevamente. Una dinámica donde lo cíclico permanece vigente.

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