Las facturas de doña Ofelia Taitelbaum


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalNo tengo el gusto de haber intercambiado palabra alguna con Ofelia Taitelbaum, pero sí coincidí con ella en un teatro donde estaba la puesta en escena de una obra, pero no recuerdo cuál. Un grupo de tres parejas llegó tarde, entre ellos Ofelia. Estaban justo en la fila de butacas donde yo permanecía a la espera, así que me tocó encoger las piernas para que el grupo pudiera movilizarse hasta sus respectivos asientos. Lo curioso es que, justo en el intermedio, volví a coincidir con la señora y con sus amigas en el baño. Nada extraordinario: ir al baño, mirarse al espejo, lavarse las manos y salir.

De regreso a las butacas, y con la obra a punto de comenzar, la señora nuevamente llegó unos minutos tarde. Del tacón del zapato negro de quien para aquel momento era la Defensora de los Habitantes de Costa Rica se desprendió una suerte de factura antes de sentarse. La factura quedó incrustada en su pie como un signo de su futuro después del teatro. Uno de los espectadores dentro de la metaficción le indicó: «Señora, se le cayó ese papel, júntelo». Volví a encoger las piernas para que la señora accediera a su butaca. Para los años que tenía me pareció muy valiente, sobre todo por los tacones que andaba puestos, considerablemente altos.

Las estadísticas indican que por el total de personas condenadas, la reincidencia de los hombres es de 94.30% mientras que la de las mujeres es de un 5.70%. Las personas que trabajan en centros penitenciarios para mujeres de Latinoamérica coinciden en que la mayoría de las veces el historial de vida de las mujeres, su situación de pobreza, es el móvil que las empuja a cometer delitos. La mayoría son delitos tienen que ver con el narcotráfico.

Hay una especie de rareza que cubre este caso de Ofelia Taitelbaum, siendo que la exdefensora fue acusada de cometer 39 delitos por uso de documentación falsa porque habría usado el nombre de otra persona para presentar declaraciones tributarias. También es acusada por el delito de coacción. La fiscalía de Costa Rica pide doce años de cárcel. Quien acusa a Ofelia lo hace porque cuando quiere ser asegurada por la CCSS se le rechaza su solicitud por dependencia familiar, pues se «suponía» que ella registraba sus propios ingresos. Esto impidió que la señora María de los Ángeles Otárola recibiera sus medicamentos para un padecimiento de tiroides. Tras consultar a Hacienda, Otárola descubrió que desde 2004 era contribuyente por una supuesta asesoría de ingresos millonarios.

A lo largo de la historia política de un país como el mío el modelo hegemónico occidental ha respaldado a los caballeros a cumplir el papel de ser atraídos por los delitos de cuello blanco. No es casualidad entonces que dentro de nuestras rarezas identitarias el modus operandi haya sido a la inversa: figurones políticos, hombres de saco y corbata cuestionados. Y entonces ¿cuál ha sido el papel de la figura femenina en las altas esferas? El papel de la esposa abnegada que emprende un camino junto con el engranaje judicial imperante y se dedica a dar apoyo moral y contingencia espiritual y emocional a su compañero en medio de un proceso de orden judicial. En las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Entonces el sistema explota y todo sigue una suerte de curso lógico donde el imputado tiene aún el cuello blanco, pero el sistema empieza su trayectoria y es probable que se lo ensucie.

La señorona rubia y de ojos rasgados es la antítesis de lo que la teoría presupone. Las mujeres la mayoría de las veces caen en la cárcel porque su condición socioeconómica las obliga. Parece que el historial de vida de Ofelia no es precisamente el que la empuja a cometer un delito, más bien es la misma sed que empuja a otros que como ella, dentro de la esfera política y en su mayoría hombres, hacen ciertas trampitas para evadir al fisco.

La acusada es una mujer que ostentó cargos importantes, que se relacionó con líderes de peso en los distintos contextos políticos que la anteceden. Es la historia deliciosa de los grandes delincuentes y estafadores —en su mayoría hombres— que con elegancia y astucia enredan y hacer sufrir a media humanidad pero siempre son salvados por alguna damisela, por alguna fuerza que les arrebata todos sus errores y sus horrores; e incluso, los reivindica. Como si les hicieran una limpieza rotunda en el historial delictivo casi son legitimados y redimidos.

Considero que no se trata de que el sistema golpee o no golpee a doña Ofelia por su supuesta condición de poderío económico o político, sino de que el hilo siempre se rompe por la parte más delgada. Esto significa que una costurera no es una costurera, sino una mujer que de alguna manera tuvo una relación con la acusada y algo se salió de las manos, algo no cerró bien en ese círculo de comunicación. Nadie cree verosímil que Ofelia diga «no sé lo que firmé»; lo que sí parece congruente es que quien la denuncia, la señora María Otárola, en la conversación que sostiene con Ofelia —para luego utilizarla como prueba— le diga que ella la trató como a un trapo.

La evasión de responsabilidades fiscales ha sido una realidad histórica. Grandes bufetes, constructoras y empresas de consultoría han usado a sus empleados para facturar sumas millonarias sin que quede evidencia ni factura de nada. Personas que utilizaban, utilizan y utilizarán a sus empleados de confianza, entre ellos al personal de limpieza, a sus choferes personales y a sus asistentes para que figuren como parte de juntas directivas en sociedades anónimas y luego hacerlos actuar como apoderados generalísimos y, por consiguiente, emitir actos con efectos jurídicos y devengar utilidades que nunca utilizan. Una sentencia ejemplarizante para aquellos que se sienten intocables. El sistema toca, pero no lo hace de inmediato. Generalmente el error se produce por algún detalle menor, por alguna «tonterita» que deja pasar la secretaria, el contador o el asistente. El error de dejar cabos sueltos.

¿Cómo resolver el enigma? Una mujer de cierto estrato social con un poderío económico considerable, ¿para qué querría meterse en enredos? Como la viejita católica que reza todo el día y hace galletas pero mata a sangre fría y vuelve sobre el tejido y la harina.

Lo más importante en el arte de la costura —como alguna vez me lo dijo una monja mientras me mostraba cómo hacer el punto cruz— es que la persona que la observa no sepa adónde empezó ni adónde terminó la costurera. El arte del fisco ahora es, sin duda, indagar adónde empieza y adónde termina el engaño. Siempre es aleatorio: algunos se salvarán sin arder, otros arderán hasta convertir el vil metal en oro.

En un inicio la fiscalía desestimó la causa contra la mujer del tacón negro pero hubo presión de parte del algún magistrado y se continuó el proceso hasta la acusación formal. Me pregunto si esto tiene que ver con las facturas que dejamos en el piso sin juntar.

[Foto de portada: Alonso Tenorio]

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