Las pócimas de la inmortalidad


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalShi Huangdi (Zhao Zheng), el primer emperador de China (260 a. C. -210 a. C.) solía pasear disfrazado por las calles de la ciudad. Lo hacía para estar al día con lo que se decía. Temía que lo mataran, así que se obsesionó con la inmortalidad y financió expediciones en busca de ingredientes mágicos y místicos con los que elaborar un elixir que le concediera la vida eterna. Se dice que su muerte a los cincuenta años tuvo que ver con el consumo de pócimas de mercurio que tomaba para alargar su vida.

Imagino que los personajes más polémicos a lo largo de la historia han experimentado ese miedo interno que nace con la angustia de que acabe la ruleta de sus privilegios. Sin embargo, la democracia de las tragedias va rondando por las casas y las diferentes esferas sociales. No importa la hora ni el lugar de residencia: cuando las condiciones se unen y la fortuna se espanta, el acabose se apodera de los espacios y de los individuos.

Es cierto que no todos somos tan expresivos. Hay quienes no hablamos abiertamente de nuestras pócimas para detener la entrada de la muerte (o de lo que otros llamarían su antesala). Generalmente, los grandes genios creativos mueren entre los treinta y los cincuenta años y dejan a su a haber patrimonios culturales muy importantes. Es a través de su creación que se manifiestan incesantemente.

Pero también es necesario pensar en las otras manifestaciones, en otros personajes cuyo perfil más bajo no los coloca en un sitio menos interesante. Muchos se sostienen en la tierra con la esperanza de una vida eterna, mientras que otros, por el contrario, se desprenden de ella precisamente por la incertidumbre que provoca esa suerte de eternidad, tan peligrosa como aburrida.

Desde hace un par de años he desarrollado la obsesión de enmarcar cuadros, recortes, acuarelas de mi mamá, pinturas en acrílico de mi hijo… acaso como una obsesión con mi propia noción de inmortalidad. Empecé visitando un local comercial en San José que además de enmarcar cuadros vendía vidrios. Tenía una gama de marialuisas reducida y dos o tres marcos de madera sencilla para escoger.

Hasta que un día me di cuenta de que cerca de mi casa en Santa Ana había una pequeña marquetería. Fui caminando con un cuadro envuelto en una bolsa de plástico, una acuarela, unas calas en movimiento. En el trayecto pensaba que años atrás mi abuela paterna me había dicho que las calas eran las flores de los muertos. ¿Habría estado buscando la pócima?

Pensé en mis pócimas mágicas para conservar la paradoja de la inmortalidad el tiempo que fuera posible y decidí que la inmortalidad estaba en las manos que habían hecho posible la creación de una pintura, del color, los matices, los errores, la firma. Así que seguí hasta entrar al lugar con mi cuadro, donde me recibió un hombre que no era ni joven ni viejo.

Desde ese día a la fecha cualquier cuadro, pedazo de recuerdo, cartón, detalle o título lo enmarcó allí. Siempre me resultó hermoso quedarme unos minutos hablando con el dueño, hablando sobre arte, sobre el clima, sobre la vida. Cualquier cosa que nos acercara.

De pronto un día no lo vi más. Supuse que estaba en el cuartito de atrás haciendo sus cuentas, revisando sus papales importantes, matando el tiempo de otras formas, hasta que un día le pregunté a su esposa por él. «¿Cómo? ¿Usted no sabía?», me dijo, con lágrimas en los ojos. «Él murió».

No sé si la pócima funciona o si los cuadros que pinté me dejen vivir, respirar y hacer mi casa ahí entre las formas y los objetos como alguna vez Frida pintó las flores para que no murieran.

¿Quién es Elizabeth Jiménez Núñez?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

4.7 / 5. 3


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior