Vincent y Freddie: luz y sombra de dos genios (II)


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalLa misma soledad que acompañó a Van Gogh también acompañó a Freddie Mercury a lo largo de su vida. Sus biógrafos lo describen como una persona tímida, un hombre que a puerta cerrada escuchaba a Monserat Caballé y acariciaba a sus gatos. Me invade un cuestionamiento quizá inútil, algo sin sentido práctico, pero divagar me da por lo menos cierta cercanía con otras realidades: quizá Vicent y Mercury, a pesar de haber vivido en diferentes contextos históricos, compartían la luz y la sombra del genio creativo. En los dos sujetos hay un monstruo compartido y un desgaste inminente que conlleva la creación. Son creadores absolutos, poseedores de un vínculo sensitivo con un entorno que no es fácil de entender ni de explicar.

Es cierto que Freddie Mercury en vida vio legitimado su talento y enaltecida su capacidad creativa, pero siempre hubo una constante: una insatisfacción indisoluble dentro de su propia condición humana que fue más allá de la legitimación artística en sí misma. Mercury se entregó de alguna manera a la vida instintiva después de alcanzar los peldaños más altos, en cambio Van Gogh no logró ver resuelto su anhelo, no alcanzó a resolver ese acertijo y lo rodeó la incertidumbre y la duda. Quizá se pudo ir al otro lado con la esperanza de la siembra y la consecuencia de una posible cosecha, de manera que ese deseo no resuelto le pudo haber causado más incertidumbre que dolor.

Podría decir, aún con miedo a equivocarme, que los dos vivieron surcados entre el miedo y el deseo. El cuestionamiento y la respuesta. Es cierto que debió ser difícil decidir al ganador del Oscar entre Rami Malek o Willem Defoe, no solo por la calidad de sus interpretaciones sino por el calibre de personajes que representaron, un compromiso muy grande porque sin duda los dos marcaron en sus formas y estilos un antes y un después. Ruptura de principio a fin aunque en el caso de Malek, no logré descifrar enteramente cuál podría ser la razón medular. Apreciaciones habrá por doquier, interpretaciones de las interpretaciones. Yo también sentí los dientes de Mercury flotar en el escenario con una fuerza más totalizante que la misma fuerza construida por el coro celestial de sus seguidores.

Quizá es más sabroso ver la historia en su totalidad, ver el inicio, el punto álgido y después el declive, una forma de identificarse con un héroe musical y el genio pintor, ambos seducidos o no por sus propios instintos, viviendo posteriormente presas de sus habilidades.

Por un lado, el genio creativo de Mercury ya resuelto en el colectivo como una realidad ficcionalizada. A su paso se tejió una historia oscura mediática que corresponde a tiempos distintos. Según la biografía ilustrada de Alfonso Casas, en 1986 Freddie viajaría a Japón unos días antes de hacerse un chequeo médico para comprobar su estado físico. Fue después de su viaje a Japón que los esperaban muchos periodistas que con morbo en los ojos querían saber si él estaba verdaderamente enfermo.

En el caso de Van Gogh, el gran sufrimiento provenía de su mundo pictórico cuya abstracción dejaba una desventaja considerable con respecto a Mercury; no solo por la contextualización de la historia, sino por las consecuencias que produjo su muerte. En el caso del pintor, el valor de su obra recrudece la escena por la muerte como consecuencia primera de su legitimación. Recordamos, entonces, lo que en su momento se había dicho de los japoneses, que «dibujan de prisa, muy de prisa, como el rayo». Así sería el desenlace de un hombre que inspiró incluso a quienes descubrieron un nuevo asteroide en 2016. «Aunque Freddie nunca quiso ir al cielo, a menudo afirmaba que en el infierno debía haber gente mucho más interesante». Seguro a él le hubiera encantado este cósmico homenaje.

Es con la muerte del pintor —viendo la película sobre Van Gogh de Julian Schnabel— que comenzaron mis primeras lágrimas; pero sobre todo cuando, después de ver y escuchar mis propios cuestionamientos y sentada en completa soledad en la sala de cine 4, recordé la fragilidad de mi suegro, el amor que le tenía a Blitz, su perro salchicha, que tembló de miedo el mismo día que él se había enterado de que le queda poco tiempo. Con la muerte del pintor mis lágrimas se acercaron al féretro de madera que sostenía el cuerpo de un pintor atormentado por su propio espacio de dudas: ese espacio al que todos pertenecemos y esas dudas que nos sostienen en busca de posibles respuestas.

Al igual que los grandes genios, buscamos consolidarnos en los diferentes espacios intelectuales y creativos, buscamos trascender. Así también lloré la imposibilidad de mi suegro para ver y para oír los últimos días. Y pensé en su abuelo y en la melodía titulada Mein Heimatlan. Pensé en la forma en que morimos buscando los infiernos donde Mercury sabe que se podrá encontrar gente verdaderamente interesante. Quizá en el lugar donde desfilan los grandes hallazgos que deshojan las verdaderas fuentes. El motivo en la simpleza. Entonces pensé en la madera, en el piano que tocó Mercury, en los pianos que fabricó mi suegro y el papá de mi suegro, pensé en todos los instrumentos que arregló durante su vida, pensé en el órgano con el que le cantó cumpleaños feliz a mi hijo y me prometí a mi misma escribir sobre lo sucedido.

La purificación quizá haya sido alcanzada por el ritual en esencia tantas veces escrito y descrito: los genios creativos son veloces, fugaces, desestabilizadores, figuran en la historia universal pero sobre todo en el universo de las historias. Esos corazones en principio formados, también formaron un sentimiento colectivo que logró resucitarlos. Alfonso Casas lo dijo en su biografía a Freddie Mercury: «Nació tres veces. La primera como Farrokh Bulsara. La segunda como Freddie. La tercera como leyenda». En el caso de Van Gogh, fue un genio incomprendido en su tiempo y contestó una realidad dentro de la ficción del filme cinematográfico. Cuando le preguntaron —antes de que le permitieran salir del lugar de reposo donde permanecía— si pensaba que Dios quería mantenerlo en la miseria con cuadros que eran horribles y que no había podido vender, él respondió con ingenio: «Mi arte no es para la gente de este tiempo, vendrá la cosecha a mi siembra».

Vincent Van Gogh fue siempre el futuro de la luz después de la luz.

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