Adrián Solano y el fracaso de la voluntad


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalA estas alturas quizá son pocos los que aún no conocen la maconda y fantástica historia de Adrián Solano, el venezolano de 22 años que participó en un campeonato mundial de esquí nórdico sin haber pisado nunca antes la nieve. «Llegué hoy a las 3 de la mañana a Finlandia y a las 7:00 pisé la nieve por primera vez», declaró al terminar la competencia. El resultado de su osadía fue haber estrellado el culo contra la pista helada más de treinta veces y haber reiterado una vez más —como si su país ya no tuviera referentes de sobra— que los niveles más altos de estupidez provienen de esta parte del mundo. Ese tipo de situaciones incongruentes hacen que cualquiera pierda la fe en la humanidad.

Si lo que buscaba eran quince minutos de fama a costillas del ridículo propio y la afrenta ajena, al menos lo consiguió. Este video es apenas una muestra de lo que sucedió.

Si no sé nadar, no me lanzo a una piscina. Si no sé pilotear una aeronave, no tomo los controles de un avión. Si no sé de electricidad, no me subo a un poste a reparar un alambrado eléctrico. Si no sé esquiar en la nieve, no me inscribo en un campeonato mundial de esquí nórdico en Finlandia… Todo parece indicar que el sentido común es bastante simple, pero en el caso de este venezolano, al igual que en el de muchos otros latinoamericanos, pudo más la insensatez. A su regreso a Caracas, sin embargo, Solano calificó de valentía su imprudencia: «Tuve miedo, pero soy venezolano y el miedo no nos puede detener».

Me enteré de esta noticia hace un par de días y lo último que supe acerca del caso es que la canciller de Venezuela ya se declaró en defensa del improvisado esquiador. Ahora no me sorprendería para nada que al gobierno también se le ocurra celebrar su denuedo. A fin de cuentas ese es el tipo de cosas que suceden en América Latina, donde para todo solemos festejar con honores a los segundos, terceros o últimos lugares como si hubiesen quedado de primero; donde aún solemos despedir con palmaditas en la espalda a quienes nos deshonran o donde aún nos provoca gracia y hasta ternura el bochorno propio. Tan acostumbrados estamos a no ser los mejores en nada, que no nos queda otra que celebrar nuestras carencias, vicios y afrentas. Se dicen cosas como «Robó, pero al menos no fue tan mal presidente», o «No fuimos al mundial de futbol, pero al menos nos despedimos con honor», o «Por lo menos ganamos una medalla de plata». Así suele ser nuestro culto al conformismo y la mediocridad. Lamentablemente a la historia poco o nada le importa algo tan efímero como los segundos lugares o la buena voluntad de sus actantes, y lo cierto es que más temprano que tarde se encarga de desterrarlos de la memoria de los hombres. El esfuerzo y la voluntad sin resultados no tienen cabida en la gloria o la inmortalidad.

Saber cuándo rendirse es una virtud, pero cuando la falta de preparación hace que se recurra a la improvisación, más que una virtud es una responsabilidad. Lo que sucedió con Adrián Solano es una perfecta representación del perpetuo fracaso de la voluntad latinoamericana: hombres y mujeres ilusos que creen que sin herramientas ni preparación pueden lograrlo todo y que solo un sueño o una buena intención bastan para manejar cualquier cosa, desde un país hasta un par de esquíes sobre la nieve.

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Para terminar, Adrián Solano dijo estar listo para competir en las próximas olimpiadas de invierno. Puedo jurar que así lo aseguró a la televisión finlandesa cuando terminó la carrera.

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