Centroamérica: la patria desmembrada


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalLa patria es dicha, dolor y cielo de todos, y no feudo ni capellanía de nadie.

José Martí

El amor a la patria no conoce fronteras ajenas.

Stanislav Jerzy Lec

Quizá sea bueno empezar por aclarar que soy un nicaragüense nacido en la ciudad de Guatemala (sí, con todo y lo absurdo que el enunciado pueda parecer), así como Augusto Monterroso fue un guatemalteco nacido en Tegucigalpa, Ricardo Saprissa un costarricense nacido en San Salvador o Claribel Alegría es una salvadoreña nacida en Estelí.

Ejemplos como el nuestro nunca fueron raros y se pueden contar varios, sino pregúntenles hoy al escritor Horacio Castellanos Moya, al futbolista Oscar Duarte o a tantas otras personas comunes y corrientes como yo. Sin embargo, lo que todos tenemos en común es que somos centroamericanos, independientemente del lugar donde hayamos nacido o de los documentos de identificación que tengamos. De hecho, se suponía que como gentilicio nacional iríamos a utilizar ese «centroamericano» para siempre —o al menos, esa había sido la idea original—, y no el salvadoreño, costarricense, guatemalteco, hondureño o nicaragüense que ahora nos etiqueta y nos divide muchas veces —aunque sin lograrlo del todo—; pero resulta que nuestra patria (la original, la verdadera nación que se independizó de España y la que hoy todos desconocen como tal) no duró ni siquiera dos décadas porque a un grupo de oligarcas se les ocurrió la «brillante» idea tomar su pedazo de pastel y separarlo del resto sin el menor consentimiento de la gran mayoría de la población; un acto de por sí tan déspota, excluyente y egoísta qué únicamente pudo dejar en claro los intereses particulares de los involucrados en dicha decisión, algo más parecido a una movida estratégica para marcar territorio de dominio familiar (sí, así como en las mejores películas de mafia hollywoodenses) y no para establecer una patria nueva y soberana.

Y es que es indignante (y si nunca lo ha sido, no entiendo por qué) lo que estos llamados Padres de la patria llegaron a hacer de una recién nacida nación centroamericana. Imagínense, hondureños, que algún día de estos les robaran descaradamente las Islas de la Bahía y que ustedes, impotentes y sin voz ni voto, no pudieran hacer nada para evitarlo; quizá no sería muy diferente a lo que sentirían los salvadoreños si les prohibieran pisar el litoral del Pacífico y se quedaran, al igual que Bolivia, sin acceso al mar; o los costarricenses si les quitaran la península de Guanacaste, o los nicaragüenses si hicieran lo mismo con el río San Juan, o lo que sentirían los guatemaltecos si un día les pidieran visa para poder ir al Parque Tikal en Petén. Dudo mucho que este tipo de situaciones no lleguen a despertar indignación por muy indiferentes que seamos ante nuestro entorno; ahora imagínense, entonces, lo indignante que podría ser para una nación recién formada perder el ochenta o noventa por ciento de su territorio, como por arte de magia y como si nada, porque simplemente así se le antojó a algunos cuantos hacendados injustamente recordados hoy como los héroes que en realidad jamás fueron.

Hoy en día todos ellos ya están muy bien enterrados y convertidos en polvo, acaso satisfechos desde el más allá luego de haber dejado muy bien parados a sus descendientes, que por cierto, son los mismos que hoy nos siguen gobernando; mientras que nosotros, el pueblo que sigue creyendo ingenuamente que lo que se conmemora cada 15 de septiembre es la independencia de Honduras, o la de Guatemala, o la de Nicaragua, o la de El Salvador o la de Costa Rica; seguimos siendo las mismas burlas de nación tan pequeñas y tan frágiles que ellos alguna vez se inventaron luego de haber desmembrado en cinco partes a nuestra patria verdadera; porque quien de verdad ama a su patria la multiplica, no la divide; la defiende y la preserva, no la subasta al mejor postor; y la engrandece, no la reduce a casi nada.

Quizá sea un tema demasiado hondo para desentrañar; pero mientras tanto, desde el fondo de mi delirio utópico e ideal, no me queda más que sostener que mi patria aún hoy sigue llamándose Centroamérica.

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