Siete ensayistas hispanoamericanos (III): Octavio Paz, o El laberinto de la soledad


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalEn ningún otro caso una sola obra me hubiera motivado a incluir a su autor en una selección de ensayistas tan difícil como la que estoy tratando de llevar a cabo con esta serie de artículos. Y es que si se trata de hablar de Octavio Paz como ensayista, es ineludible pasar por alto la que a mi parecer es su obra maestra: El laberinto de la soledad (1950). La idiosincrasia, esa palabra tan espantosa y acaso tan propia como la misma sangre para quien haya nacido en este universo que conocemos como América Latina —sí, sobre todo para nosotros—, es tratada de forma magistral en este libro de 350 páginas. Con él, Octavio Paz retoma las raíces del género ensayístico tratando un hecho social tan propio y particular como bien lo fueron en su época los temas que abordara el mismo Montaigne. En El laberinto de la soledad, Paz realiza una radiografía social exhaustiva del “mexicano” —no del pueblo, si no del individuo—, en busca de las causas y razones de su comportamiento particular ante distintas situaciones de la vida. En busca de las causas y razones de su “soledad”.

Esta búsqueda, por medio de un constante cuestionamiento crítico que en esta obra se hace presente de principio a fin, lo sumergiría en las entrañas de su país y lo conduciría a través de los distintos episodios de la historia de México, desde la Conquista y la Colonia, pasando por la Independencia y la Guerra Mexicano-estadounidense —la que él consideraría, y con toda razón, “una de las guerras más injustas de la historia”— hasta llegar a la Revolución Mexicana. Se adentraría además a explorar tradiciones tan propias como la celebración del día de los muertos o de la Guadalupana, e incluso a indagar la naturaleza de la mujer misma, y su significado en un contexto tan particular como el que concierne a su objeto de estudio. No quisiera pasar la página de este último asunto sin citar antes la conclusión a la que llega Octavio Paz sobre el mismo:

Para Rubén Darío, como para todos los grandes poetas, la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca, la suma constancia de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo.

El laberinto de la soledad: “Los hijos de la Malinche.”

Como centroamericano, y acaso como cualquier otro latinoamericano, pienso que es muy difícil no llegar a verse reflejado —en algunos casos con mucha nitidez— en algunos de los espejos que esta obra lleva entre sus páginas. A pesar de que América Latina es una región tan variopinta como ninguna otra en el mundo, considero que El laberinto de la soledad es mucho más que un estudio de idiosincrasia nacional, ya que su búsqueda de identidad no se limita al país de su autor, sino que se desborda muy sutilmente hacia el resto de la región. En sus páginas podremos darnos cuenta de que todos tenemos más cosas en común que diferencias. Es una invitación al autoanálisis como individuos poseedores de una cultura única.

Me excuso si he quedado en deuda al haberme extendido hasta  acá sin siquiera haber tocado El arco y la lira (la obra que quizás evidencia más que ninguna otra sus intenciones de crear una poética) y haberla dejado de lado junto a otras grandes obras ensayísticas de este autor mexicano.

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