Siete ensayistas hispanoamericanos (IV): Mario Vargas Llosa, o el caballero andante (II)


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalCuando uno se vuelve lector de las columnas y de los ensayos de Mario Vargas Llosa, termina imaginándoselo como un devorador insaciable de literatura, sobre todo de ficciones en prosa. Así nos lo confirmó él mismo hace unos tres años con su discurso en la ceremonia de premiación del Nobel de literatura, pero sobre todo así es como lo ha venido demostrando a lo largo de una extensa obra ensayística en la que, en al menos tres cuartas partes, se ha dedicado a hablar sobre la obra de otros autores, y en algunos casos con una dedicación muy especial como en Carta de batalla por Tirant Lo Blanc (1969), un intento por rescatar al género caballeresco del olvido; además La orgía perpetua (1975), un ensayo especialmente dedicado a la Madame Bovary de Flaubert y que además se ha convertido en un referente práctico para el estudio de la teoría de la narrativa, sobre todo en cuanto a estilos narrativos se refiere; por otro lado están La tentación de lo imposible (2004), una obra de proporciones eruditicas sobre Los miserables de Víctor Hugo, y El viaje a la ficción (2008), que aún no ha llegado a mis manos aunque sé que trata sobre la obra del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Pertenece también a este mismo grupo La utopía arcaica (1996), que trata sobre la obra indigenista del peruano José María Arguedas, pero al igual que El viaje a la ficción, aún se encuentra en mi lista de espera.

Sus ensayos y colaboraciones periodísticas rebosan de una erudición —acaso un tanto forzada y ambiciosa— muy diferente a la de otros eruditos natos, propia e indiscutible de otros grandes ensayistas de otras épocas, como por ejemplo del dominicano Pedro Henríquez Ureña. Lo cierto es que su estilo —al igual que con algunas de sus novelas— nunca deja de ser interesante ya que sus ensayos parten muchas veces de una experiencia personal, acaso banal y superficial, pero en el transcurso de una cierta cantidad líneas podrían dejar establecidas las bases para la realización de una tesis.

Uno puede leer ensayos sobre una obra literaria determinada, indistintamente antes o después de leer la obra que se está analizando; o incluso, uno puede disfrutar de dichos ensayos sin necesidad de llegar a sentirse motivado a leer la obra de la que se habla. Pero en La verdad de las mentiras (1990; edición ampliada en 2002) nos encontramos con uno de los pocos libros de ensayo que motivan, no sólo a conseguir la obra y leerla —o releerla, si ya se ha leído antes—, sino también a leer y releer, a la par de ella, el ensayo sobre la misma que está contenido en este libro que reúne al menos una treintena de textos sobre algunas de las más grandes obras de ficción del siglo XX —en su mayoría novelas— escritas en diferentes idiomas distintos al español, excepto por El reino de este mundo, de Alejo Carpentier.

La primera vez que leí novelas como La muerte en Venecia (1912), de Thomas Mann; El gran Gatsby (1925), de Francis Scott Fitzgerald; o El extranjero (1945), de Albert Camus, jamás me imaginé que las volvería a releer más de una vez, cada vez con mayor fascinación, gracias a las lecturas y relecturas de los ensayos de Vargas Llosa en este libro. Digamos que esto sucede porque un Gustav von Aschenbach me hace redescubrir cada vez más lo impredecible que puede resultar la naturaleza humana; o porque el juicio y condena a un indiferente y neutral Meursault me invita a cuestionar qué es lo que la sociedad entiende por justicia y qué o quiénes son los que la determinan; o quizá porque, más de alguna vez en la vida, hemos soñado con ser un Jay Gatsby con el único fin de sentirnos cerca de alguien que perdimos y que creemos, ingenuamente, que aún sigue allí.

La verdad de las mentiras motiva a descubrir o redescubrir obras de autores como Joseph Conrad, Virginia Woolf, Hermann Hesse, William Faulkner, Günter Grass, Boris Pasternak, Henry Miller, Graham Greene, Doris Lessing, John Steinbeck, James Joyce, Ernest Hemingway, Vladimir Nabokov, Yasunari Kawabata y Heinrich Böll, sólo por mencionar algunos, y abastece al lector de los elementos necesarios para magnificarlas o hasta para condenarlas.

Resulta curioso, sin embargo, que este caballero andante que en sus inicios fue conocido como “Sartrecillo” debido al fervor y admiración que le provocaba la obra y pensamiento de Jean Paul Sartre, no haya decidido incluir un ensayo sobre La náusea o cualquier otra obra del francés en un libro como este. Pero aún así, a mi parecer, se trata de un libro casi perfecto, y digo “casi”, porque para algunos —incluyéndome— podría resultar un poco más que imperdonable que en una obra de tal magnitud haga falta un autor tan imprescindible para la historia de la literatura del siglo XX como lo fue Franz Kafka.

Por lo demás, La verdad de las mentiras, en su conjunto, con todos sus aciertos y desaciertos, representa para mí uno de los mejores libros de ensayo sobre literatura que he leído hasta ahora y que disfruto releer constantemente.

Otra obra de la producción ensayística de Mario Vargas Llosa, aunque de difícil clasificación, es Cartas a un joven novelista (1997), que trata de establecer un acercamiento íntimo entre el autor con sus lectores y hasta podría resultar inspiradora, sobre todo para aquellos quienes buscan iniciarse en una profesión literaria. Otros títulos de clasificación más definida pero que hasta ahora no he leído —acaso por la connotación política que emana de ellos— pero que seguramente leeré algún día, son Sables y utopías (2009) y Diccionario del amante de América Latina (2006).

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