Sintomatología de una bibliofilia


Alfonso Guido_ Perfil Casi literal

Padezco de bibliofilia, enfermedad de la cual poco a poco me he ido curando. Nunca he dejado de leer, pero cada vez compro menos libros, principalmente porque ya no caben en mi casa. Sin embargo, tampoco puedo asegurar que ya estoy completamente sano. Mi bibliofilia, como la de muchos acumuladores de libros, tiene distintos niveles. Aquí pretendo explicar los míos.

Nivel 1. Los que me dejarían sin comer

Sé que si en una librería de viejo encontrara la Introducción a la literatura norteamericana de Jorge Luis Borges y Esther Zemborain, edición de Alianza Editorial, sin dudar la compraría, cueste lo que cueste. Lo haría a pesar de que no leería el libro al nomás tenerlo en mis manos. Lo haría aunque ya lo leí en 2013 en la Biblioteca Central de la Universidad de San Carlos. Y lo haría muy a pesar, también, de que solo llegaría a colocarlo a una librera o encerrarlo en una de las cajas herméticas donde guardo otros libros que ya no caben afuera.

Exactamente lo mismo me pasaría con otros libros difíciles de conseguir en Centroamérica (a pesar de que ya los haya leído): Hombres y engranajes de Ernesto Sabato en cualquier edición mínimamente curada, los Prólogos con un prólogo de prólogos de Borges en Alianza Editorial, el Teatro reunido de Henry Miller en Busquets, las Cartas escogidas de Faulkner en Alfaguara o La paga de los soldados en cualquier edición argentina o española, los Ensayos completos de Pedro Henríquez Ureña en el Fondo de Cultura Económica, las Poesías completas de Emily Dickinson en Visor, Los Evangelios apócrifos completos y reunidos, o la edición comentada de Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt, de aquellas ediciones en formato grande y color blanco hueso, coordinadas por la UNESCO. En este nivel también caben las rarezas editoriales, como la Historia de la belleza o la Historia de la fealdad de Umberto Eco, o los libros de poemas de Jim Morrison. De encontrarme con alguno de estos ejemplares, es muy probable que los compre, aun si eso implica quedarme sin dinero para comer en un día entero.

Esto ya me pasó con los Ensayos completos de Montaigne en Acantilado, La Guerra y paz de Tolstoi en Penguin Clásicos, los ensayos de Yolanda Oreamuno reunidos en A lo largo del corto camino en la Editorial Costa Rica, la autobiografía de Reynaldo Arenas en Antes que anochezca con Tusquets o las Cartas a Theo de Van Gogh en Alianza Editorial, por ejemplo. No recuerdo si me dejaron sin comer, pero son libros que quería demasiado y —más por impulso que por ganas inmediatas de leerlos— ya tengo en mi biblioteca.

Nivel 2. Los que solo me dan cosquillas

También están los libros que me harían cosquillas al verlos en una librería nuevos —o incluso usados en una librería de viejo—, pero que con suficiente fuerza de voluntad lo pensaría y muy probablemente no los compraría, aunque no los haya leído.

Estos libros son más fáciles de conseguir en mi ciudad y en esta categoría entran prácticamente todo el resto de libros que no tengo en mi biblioteca. Por mencionar algunos que se me vienen a la mente en este momento: Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez en Diana, los Cantos de Ezra Pound en Visor, Los demonios, de Dostoievski en cualquier edición finamente curada y comentada, Carver Country de Raymod Carver en Anagrama, la poesía completa de Vicente Huidobro en cualquier edición sudamericana, El Corán en la edición de Penguin Clásicos (la que tiene una hermosa portada caleidoscópica), o cualquiera de esas invenciones que los editores españoles del Siglo XXI suelen hacer con la obra de autores ya fallecidos, y que tienen por título «Cuentos completos», «Ensayos completos» o algo parecido, siempre cuando sea de un autor que haya leído y disfrutado antes.

Todos estos solo me harían cosquillas, pero nada más. La razón ganaría la batalla. Sin embargo, no siempre estas cosquillas resultan inofensivas, pues así he comprado libros de lo más variados que no precisamente deseaba mucho, aunque definitivamente quería leerlos; por ejemplo, Diario de la guerra del cerdo o Dormir al sol de Bioy Casares en Alianza Editorial, las novelas menores de Vargas Llosa en diferentes ediciones, las Horas en una biblioteca de Virginia Woolf en Austral, los Ensayistas ingleses de Clásicos Jackson, casi todas las novelas de José Saramago en Alfaguara o Punto de Lectura, Los Ensayos de George Orwell o de T. S. Eliot en Debolsillo, el Teatro completo de Marlowe en Penguin Clásicos y, en resumen, más o menos el 70% de mi biblioteca.

Nivel 3. Los que talvez solo en súper oferta

También están los libros que, aunque sé que son populares y buena literatura —o al menos eso dice la crítica— muy probablemente no los compraría ni aunque me sobrara el dinero. En estos casos no solo pensaría en lo que tendría que pagar por ellos, sino también en el poco espacio que tengo en mi casa y específicamente en mi librera o en mis cajas herméticas. Aquí entrarían absolutamente todos los libros de Haruki Murakami, La civilización del espectáculo de Vargas Llosa —que inconscientemente bajé a esta categoría luego de que el autor perdiera credibilidad dejando a su esposa por la mamá de Enrique Iglesias—, casi todos los libros de Milan Kundera y cualquier poeta español que no sea Miguel Hernández o Federico García Lorca.

Sin embargo, antes también me llevé a casa varios de estos libros en oferta o casi regalados, y solo engrosaron mi biblioteca hasta que me deshice de ellos o me resigné a no leerlos jamás. Aquí también la lista es larga, pero solo ocupa el 10% de mi biblioteca. Entran varias novelas de Miguel Ángel Asturias y tantas otras de literatura criolla y/o barroca latinoamericana del siglo XX excepto las de Alejo Carpentier; también las novelas terriblemente ambiciosas de Carlos Fuentes y algunos clásicos renacentistas o medievales europeos en diferentes ediciones —exceptuando a los alemanes y los rusos—; o sea, La Celestina, Gargantúa y Pantagruel, El libro de buen amor, El buscón o Los Luisiadas. Además, casi cualquiera de las ediciones de bolsillo de Bruguera, entre las que entran desde las novelas de Julio Verne hasta el Martín Fierro de José Hernández.

Nivel 4. Los que ni regalados

Aunque parezca cliché, aquí entrarían todos los de Paulo Coelho y todos los de autoayuda o superación personal. Literalmente todos. También entran aquí casi todos los de literatura juvenil, más por prejuicio que por desinterés. Esta es también la categoría para todos los «libros cartoneros» que no tengan una dedicación especial en la portadilla, o los libros de seudopoetas de baño y cocina que ahora abundan por ahí.

En este nivel entra prácticamente el 90% de la literatura de este siglo posmoderno e interconectado.

Nivel 5 (bonus). Los libros con dedicatoria

Estos siempre serán especiales, sean el título que sean y sin importar en cuál de los niveles de arriba estén (aunque generalmente siempre son del nivel 1 o 2). En la mayoría de los casos, no importa el libro, sino quién lo firma o qué ingeniosa dedicatoria escrita a tinta está en la primera página en blanco o en la portadilla. Debo confesar que algunas de las dedicatorias más hermosas e ingeniosas que he leído están escondidas en algunos libros de mi biblioteca: desde Juan Carlos Onetti hasta Arundhati Roy. De estos no puedo citar ninguno porque siempre serán especiales y merecerían un artículo completo.

*

No quisiera que esto parezca una carta subliminal y pública para Santa Claus, ni mucho menos. La única verdad absoluta de la que cualquier bibliófilo empedernido (o en recuperación, como yo) está consciente, es que un día morirá sin haber leído todos los libros de su biblioteca.

No obstante, hay libros que se quieren para no leerlos jamás. Basta con saber que están ahí y que se pueden tocar, oler sus páginas y, si la vida lo permite, leerlos o releerlos. Su sola presencia olvidada en una librera empolvada nos recuerda lo sublime que, a pesar de todo, ha sido el paso de la humanidad en este mundo. Son vestigios silenciosos del milagro de la palabra escrita.

Borges dijo alguna vez que el libro es el mejor invento de la historia —por supuesto que exageró demasiado y se olvidó de la rueda—. Yo solo pienso que los libros hacen que la vida sea mucho más maravillosa: las mentiras que nos cuentan, las verdades que nos venden y queremos comprar, el alma que desnudan… todo eso nos hace felices.

Por cierto, feliz Día del libro.

¿Quién es Alfonso Guido?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

4.7 / 5. 11


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior