60 años del primer largometraje nicaragüense de ficción: El nandaimeño


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalEn 2017 se celebraba en Nicaragua el primer centenario del natalicio del gran compositor nicaragüense —y transformador de ejemplar envergadura del concepto de música nacional en este país— Camilo Zapata (1917-2009) y se hizo recuento y celebraciones de todo el legado que dejó a la cultura con su magnífica obra, además de la recuperación de la dignidad campesina que logró en décadas empeñadas a la investigación cultural, esa vida autóctona del campo normalmente apartada de los ejes, perspectivas y directrices del desarrollo de un país y odiosamente encasillada y tachada por la historia como símbolo de atraso de cualquier nación, y que, pese a todo, es un concepto que impera en el colectivo general aun en el siglo veintiuno.

Sin embargo, le faltó a Nicaragua exaltar todos sus aportes. La obra de Camilo Zapata no solo inspiró al folklore y a la poesía, sino también a otros campos del arte, como el cine. Su canción El nandaimeño fue llevada a la pantalla grande por su hermano Benjamín Zapata (1912-2004) y con ese filme Benjamín ha pasado a la historia del cine en Nicaragua como director del primer largometraje nicaragüense de ficción, titulado también El nandaimeño.

Ambos hermanos figuran como importantes valores del patrimonio artístico de Nicaragua, pero para Benjamín el camino fue más pedregoso que para su hermano Camilo y su gran cuota estuvo plagada de drama, riesgo, un poco de tragedia, estresantes aventuras y enormes dificultades económicas.

El Nandaimeño se filmó en Nicaragua los fines de semana durante el primer semestre de 1959. Hoy, a 60 años de su realización, a diez del fallecimiento de Camilo Zapata y a quince de la muerte de Benjamín Zapata vale la pena rescatar los esfuerzos que hizo este último para producir un filme en medio del desierto —en términos de cine— que era Centroamérica a fines de la década de 1950.

El largometraje cuenta la historia que se hila en la canción. Es la vida de un campesino del pueblo de Nandaime que está enamorado de una muchacha, pero el mayor hacendado del lugar quiere conquistarla también y ambos deben enfrentarse con picardía para ganar esa lucha que se han impuesto. El patrón —por rico y, por ende, poderoso— tiene todas las de ganar, pero el jornalero no se la dejará fácil.

La película se rodó en las zonas rurales de la Managua de aquel tiempo, en locaciones que hoy están ubicadas en el pleno centro urbano y comercial que en aquella época eran «las afueras». Después de muchas desventuras y contratiempos, además de una enorme deuda con el Banco de Londres y otras instituciones bancarias, fue posible finalizarlo con un metraje de 95 minutos en blanco y negro y en 35 milímetros, gracias al apoyo financiero de los amigos de su director, en especial de los señores Alcides Meza —el productor financiero— y Emilio Münkel, quien además de mecenas era el camarógrafo.

El nandaimeño estuvo protagonizada por Hernán Ortega Sacasa en el papel del campesino jornalero y Alba Marina Masís en el de Luisa Lastenia, su novia en la película. Ambos eran entonces actores de radioteatro en Unión Radio. Participa también la reconocida declamadora Juanita Sacasa en el papel de una lideresa comunal, el propio Benjamín en el papel del patrón arrogante que acosa a Luisa Lastenia y alrededor de sesenta extras, de los que solo una pequeña parte tenía experiencia actoral.

A pesar de que Benjamín Zapata solicitó apoyo económico durante meses a 26 empresas y al canal nacional de televisión, nadie hizo caso a su proyecto, así que sin ningún fondo y nada más que con un préstamo que solicitó a título personal se comenzó el rodaje. A falta de conocimientos mayores de producción cinematográfica se filmó en orden cronológico, extendiéndose así los días de rodaje y sus costos. Con el dinero en manos, Benjamín escribió el guion, realizó la producción, dirigió escenas y a los actores y actuó. Era su proyecto personal y no había en Nicaragua ningún cineasta ni institución estatal o privada de cine a quienes pedir ayuda profesional, artística o financiera. Estaba solo en su loco proyecto y sus amigos, con quienes compartía el sueño, le seguían y colaboraban diseñando escenarios, prestando muebles o cortinas para las decoraciones, maquillándose y peinándose solos, actuando y cumpliendo otras misiones dentro de la producción de campo sin cobrar ni un centavo.

A pesar de todo eso, Benjamín Zapata logró filmar 156 minutos. Finalizado el rodaje y satisfecho con el trabajo solicitó un nuevo préstamo y con grandes sacrificios mandó para su posproducción los rollos a un estudio de Alemania que le habían recomendado. Pudo respirar de alegría al fin, pero fue corta la felicidad porque durante el viaje se perdieron algunos rollos. Cuando leyó el informe que le enviaron de Berlín donde se describía lo que había recibido el estudio de edición, verificó con sus anotaciones cuáles rollos se habían extraviado y muy decepcionado pero con alguna esperanza, decidió escribir un nuevo guion basándose en el material con el que disponía después de la pérdida. No permitió que le enviaran de regreso las cintas por temor a que se perdieran. El laboratorio cobraba una cuota mensual por preservar el material fílmico, así que ya sin entusiasmo pero por amor a lo que ya para entonces llamaba su «película», pidió un nuevo préstamo al Banco de Londres y rifó caballos y relojes para sostener el pago del estudio.

Las vicisitudes continuaron al llegar de regreso el filme a Managua porque se había editado sin sonido y tenían que hacerle un doblaje en Radio Mundial. Para esos servicios Benjamín solicitó un nuevo préstamo a otra casa financiera con intereses de usura y pagó la primera cuota. El largometraje finalmente fue estrenado en Managua en un salón de la Casa del Obrero en 1960. Se colocó una grabadora al pie de la pantalla, pero… ¡las grabaciones de audio no aparecían sincronizadas con las imágenes! Los periodistas y espectadores aplaudieron mucho su esfuerzo y reconocieron la odisea que el ahora cineasta había vivido para llegar hasta allí.

En solidaridad, Radio Mundial le condonó el pago de la segunda cuota por las grabaciones y colaboró con invitarlo a diferentes programas, noticieros y revistas culturales para hacerle entrevistas sobre su película y que de esa manera el público de Nicaragua supiera que en el país ya había cine de ficción en el que valía la pena invertir.

Pero, a pesar de eso, muchos años después un canal de televisión no quiso presentar la película porque no estaba en el formato de 16 milímetros —que era el que entonces se usaba en televisión—, así que la película, además sobreviviente del terremoto que destruyó a Managua en 1972, fue donada por su director a la Cinemateca Nacional de Nicaragua en 1982. En ese lugar quedó archivada sin que se programara alguna proyección o se le diera reconocimiento y por más de 30 años siguió sufriendo la indiferencia, el olvido y el silencio.

Como si no había aprendido la lección y empeñado en crear un verdadero cine nicaragüense, Benjamín inició en 1962 el proyecto del rodaje de un segundo largometraje de ficción, La barranca de la muerte, que no llegó a finalizar. Después de eso se conocen participaciones de Benjamín Zapata en el cine como actor extra en las películas Milagro en el bosque (Fernando Durán, 1975) y Latino (Haskell Wexler, 1983).

La noche del estreno de El nandaimeño en 1960, Benjamín Zapata reconoció en rueda de prensa ante el público y periodistas que su gran sueño no había sido conquistado. Su proyecto le había dejado más deudas que placer y había soñado lo contrario. A los reporteros de Radio Mundial solo declaró unas breves palabras antes de salir del salón de exhibición: «Un cine nacional algún día será posible». Y tenía toda la razón porque 19 años después se crearía el Instituto Nicaragüense de Cine (INCINE) —la institución cinematográfica más importante de Centroamérica durante la década de 1980— pero no sospechaba que el cine nacional había nacido con el suyo y que el lugar que él ocuparía en la historia del cine en Nicaragua sería el de pionero con una labor parteaguas.

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