Banana Land: cien años de un filme xenofóbico


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalEn 1918 fue producido en América Central y Colombia un cortometraje documental con tal naturaleza de contenido que hoy, cien años después, no podría siquiera ser exhibido en alguna sala de proyección sin pasar por la fuerte crítica de estudiantes, humanistas, activistas e intelectuales, e incluso, sin recibir una merecida censura. Habría pocos centros culturales o cines que se atreverían a promover una exhibición, a menos que se hiciese con la advertencia de que se trata de una jornada de estudio, con fines de análisis político, económico, antropológico y/o cultural.

Una de sus principales características es lo increíble de su título: Banana Land, pero en 1918 era lógico que una de las expresiones más xenofóbicas del siglo XX pasara sin ninguna objeción por las manos del director; el productor, el camarógrafo, el editor y el guionista de la pieza cinematográfica si la casa productora era United Fruit Company Films. Por su carácter de filme institucional —aunque en esa época se usaba el término «oficial» para decir lo mismo— todo lo que en los veinte minutos que dura en filme no representaba para ellos, según se puede observar en la cinta, ninguna expresión racista, de odio, de rechazo ni de desprecio.

Naturalmente se trata de una película silente y en blanco y negro, que explicaba al espectador con rótulos de letras blancas lo que vería en las siguientes secuencias. A los trabajadores de las plantaciones bananeras se les trataba de «nativos». Estos hombres eran solo números, no tenían nombres ni nacionalidades, tampoco rostros, porque se puede observar que las cámaras nunca enfocan sus caras, su cansancio, sus risas o el sudor, y lo que se ve en primer plano casi en todo el contenido del filme son las cabezas de plátano, las máquinas y los logos de la compañía. Las cámaras entran en las plantaciones, en los vagones del tren, en los ranchones y acompaña a la fruta en su recorrido desde el corte, lavado, secado, empaquetado y etiquetado. Luego la estiba en contenedores, el traslado terrestre en los vagones del ferrocarril, el largo viaje en un buque de la Great White Fleet y la llegada a Estados Unidos. Pero allí entonces sí aparecen los rostros de una familia blanca que por las tramas en los tonos de la cinta se puede notar que son rubios y de ojos claros: la madre, los niños, el abuelito, todos rodeando la mesa donde se sientan a degustar de sus bananas, ríen viendo a las cámaras, y antes de sentarse a comer se toman de las manos y oran. Estos personajes del documental sí tienen rostros, sí vemos lo que comen, sí tienen una casa, son ciudadanos y tienen un dios.

La trágica historia de la «República bananera» tiene sus inicios en la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1880 eran dos las compañías que dominaban el comercio mundial de banano, pero en 1899 se unieron y formaron la United Fruit Company, una de las empresas más millonarias del mundo que por más de cincuenta años mantuvo el monopolio de esta fruta.

El banano es originario de Nueva Guinea y llegó a América porque los portugueses lo comenzaron a cultivar en Brasil, de allí se extendió hacia Colombia, Centroamérica y algunas islas del Caribe. Esta compañía en su época de más éxito llegó a cultivar un promedio de 1.5 millones de hectáreas de terreno anuales. En 1918, cuando se filmó Banana Land, esta «República» estaba conformada por Guatemala, Honduras, Costa Rica, Nicaragua y Colombia, y Honduras era considerada su «capital», donde tenían las oficinas y las centrales telefónicas y telegráficas. Historiadores y una gran cantidad de bibliografía sostienen hoy en día que la United Fuit Company no solo dominó el cultivo de banano sino las políticas nacionales de cada uno de los países donde se localizaba, realizando graves injerencias en los gobiernos y su economía. En estos países fomentaban un gran desarrollo con la construcción de puertos, puentes, ferrocarriles y la fundación de medios de comunicación, pero no con el fin de colaborar con el avance socioeconómico de la población sino con el de incentivar su propia producción.

Banana Land no fue un filme aislado. Otros dos documentales hoy son más conocidos y fueron históricos por su contenido xenofóbico y avasallador sobre la información del consumo del banano. About bananas: Banana Land fue filmado en 1935 en los países «bananeros» y hace énfasis nuevamente en Honduras como su capital. Como para entonces ya había desaparecido la United Fruit Company Films, fue encargado a Castle Films y la temática es la misma que la de su predecesor. En él se hace referencia a los trabajadores con expresiones como estas: «Usan pantalones como nosotros, pero en los pies sus típicos zapatos de campo», «Algunos son tan naturales que prefieren trabajar descalzos», o «En Guatemala tienen sus iglesias, una ciudad establecida, calles como las nuestras y comen helados, como nosotros», «Algunos se curan con yerbas cuando se enferman, pero se curan solo gracias a nuestras medicinas».

Un nuevo filme de 1950, Journey to Banana Land, producido en colores por The William J. Ganz Co., se filmó en la región, pero en su contenido se afirma que la «República bananera» era conformada entonces por Centroamérica, Colombia, Haití, Jamaica, Cuba y San Vicente. El documental mostraba todo el proceso de cómo se llevaba el banano del campo a la mesa, en qué países se sembraba, cómo se hacía el trabajo, pero, principalmente «El cuido que la compañía hace para el aseo de las frutas y la buena manipulación y refrigeración de sus bananas». Era la época de los inicios de la televisión y había una invasión de publicidad que promovía el consumo de banano, tanto así que se consideraba una fruta absolutamente saludable para toda la familia y hasta casi «milagrosa» por la increíble lista de beneficios para el organismo que se describen en el filme: desde el cabello hasta los dientes, además que incentivaba la «inteligencia de los niños». Entonces no se hablaba de las calorías que contiene el banano, de sus altas concentraciones de frustuosa y carbohidratos y que es muy perjudicial para el sistema digestivo, especialmente el colon, además de subir el colesterol a una gran velocidad; nada de eso existía entonces.

Mientras en el cine el banano era considerado la «santa fruta», en la literatura de América Latina han existido alusiones a la forma como las compañías bananeras explotaron y sangraron a los países involucrados. En 1928 se dio una huelga en Colombia que terminó en masacre, de la que se refiere Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Pablo Neruda escribió versos sobre la «dulce cintura de América» que había sido explotada y maltratada por el «imperio norteamericano». Ernesto Cardenal enlista a las compañías mencionando sus nombres sin ningún temor en La hora cero.

Pero concretamente en la literatura centroamericana, las críticas se iniciaron en Costa Rica con el libro Bananos y hombres, publicado en 1931 por la escritora Carmen Lyra, o Mamita Yunai del también costarricense Carlos Luis Fallas. En Nicaragua, en 1942, se publicó el libro Bananos de Emilio Quintana. Las tres obras tienen como fin principal la denuncia de la explotación y el yugo terrible que representaban las compañías para el campesino centroamericano. Pero no solo este, sino también otros temas han sido de gran debate como las compañías mineras, de carbón, de caucho, la construcción del Canal de Panamá y tantas otras que han generado grandes obras literarias y cinematográficas.

A cien años del filme Banana Land convendría reflexionar, como un día Rubén Darío se preguntó: «¿Callaremos ahora para llorar después?»

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