Hasta el Universo y más allá. ¡Ciao, Ernesto Cardenal!

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Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literal«¿La vida es una necesidad cósmica?

¿Y la inteligencia una necesidad de la vida?»

Hijo de las estrellas, E. Cardenal.

El estandarte de una nación merece ser llevado sobre el ataúd de los héroes nacionales, mártires de la patria, quienes en el momento de su muerte ostentan cargos administrativos altos en el Poder Ejecutivo de ese Estado o personalidades públicas de ese país que gozan de reconocimiento a nivel nacional e internacional.

Este es el caso del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, fallecido el domingo 1 de marzo de 2020 a los recién cumplidos 95 años de edad, que en la década de 1960, después de la publicación de su libro Salmos, se convirtió en el autor extranjero más leído en Europa (dato de 1970) y uno de los más leídos en Estados Unidos, tanto en español como en inglés (dato de 1976); personaje de fama mundial, traducido a más de 30 idiomas —incluyendo lenguas indígenas, sistema braille y grabaciones de audiolibros— que puso en alto a Nicaragua con su vida dedicada a la literatura desde que era un adolescente.

Fue un poeta a quien hasta al archipiélago de Solentiname —donde la Guardia Nacional de la dictadura somocista lo tenía confinado al estilo de isla por cárcel— llegaban a visitarlo en la década de 1970 cineastas de Canadá, Francia, Reino Unido, Chile, Argentina, Alemania, España, Noruega, Holanda, Estados Unidos o México para entrevistarlo con sus cámaras de cine de 16 milímetros y realizar documentales sobre él que después fueron exhibidos en grandes cadenas de televisión ante millones de espectadores, subtitulados en decenas de idiomas. Y fue además Cardenal uno de los pocos autores centroamericanos que alcanzó la impresión de más de tres millones de copias de un solo título (Epigramas y Salmos).

Ese Ernesto Cardenal, joven rico de una clase privilegiada de la sociedad nicaragüense, es el que dejó la riqueza y la ostentación. Pudo ser un próspero hacendado heredero y empresario, pero decidió fugarse a una vida dedicada al sacerdocio para cumplir con sus votos de pobreza hasta el día de su muerte y, sobre todo, ser fiel a los dos amores de su vida: Dios y la poesía. Un personaje público que no necesita cartas de presentación ni muestra o repetición del listado de sus publicaciones, premios, placas, reconocimientos; dos veces nominado al Premio Nobel de Literatura y autor favorito de decenas de editoriales del mundo.

Velado en una funeraria privada de Managua el día y la noche del lunes 2 de marzo pudo gozar de la visita del mundo cultural de Nicaragua y de ser cobijado por la bandera sobre su ataúd, pese al acoso policial que rodeaba la funeraria con sus groseras patrullas llenas de antimotines casi dispuestos al combate con sus chalecos antibalas, sus máscaras de gas, sus armas al hombro y sus escudos de protección, como si ese mundo cultural —que asistía lleno de luto y dolor por la enorme pérdida— o el frío cadáver de quien fue grande pero ahora yacía muerto hicieran algún daño a la sociedad o atentaran contra el ambiente natural del centro de una ciudad bulliciosa en la hora pico del tráfico, si más bien de lo que ahí dentro se hablaba era de poesía, de arte, de literatura y de la vida del gran soñador del universo que recién se había ido de la vida para ir a formar parte de ese cosmos, «sitio» al que tantos versos y líneas de prosa le dedicó durante décadas.

Pero no fueron suficientes las patrullas y antimotines. Al día siguiente, en la Catedral Metropolitana de Managua —gran epicentro del mundo católico del país— como lo merecía Ernesto Cardenal por ser sacerdote y el personaje que fue, se le dedicó una misa de cuerpo presente presidida por los cardenales y el representante del papa Francisco en Nicaragua. Pero hasta allí llegaron las turbas con sus pañuelos rojinegros de partido político —muy a pesar de que el lugar se encontrara lleno de testigos extranjeros como miembros del cuerpo diplomático y cámaras de medios de comunicación de cadenas internacionales como CNN — a querer arrebatar la bandera del ataúd, a ofender y a gritar consignas que no venían al caso, a insultar al propio muerto, a robar y agredir a los asistentes y a los reporteros de los principales medios de comunicación, a empujar y golpear a algunos ancianos y a cometer delitos aun dentro de la casa de Dios y a solo metros del altar mayor, que en el mundo católico son estancias de gran santidad que merecen un enormísimo respeto, solemnidad y recogimiento interior total.

El pequeño cortejo fúnebre no fue más que un apretujamiento de los asistentes que salían juntos en grupo para protegerse, un ataúd que se balanceaba con apuro en los hombros de quienes lo cargaban, seis personas fuertes que caminaban como si una lluvia, una tormenta o un día de mal clima los apresurara, la bandera de Nicaragua que finalmente fue quitada por sus amigos para que se pudiera cargar mejor y alrededor acechaba una banda de hombres y mujeres llenos de ira y violencia que maltrataban física y verbalmente a los asistentes.

Merecía más el poeta Cardenal, como salir por la puerta principal de la nave central de la Catedral y no por una puerta lateral, como en realidad fue; merecía ser llevado en hombros por las calles, recibir flores y rosas desde las aceras o el canto de su poesía gritado por gente del pueblo sediento de poesía y de cultura; recibir honras militares, cañonazos de honor, libre transmisión en los medios de comunicación o el alzamiento multitudinario de sombreros, boinas y pañuelos blancos de despedida desde una masa de admiradores, como lo merece todo hombre grande de una nación.

Pero ese es un mundo paralelo del otro mundo paralelo de su gran poesía dedicada al espacio, las galaxias y las estrellas. En un sitio de ese abismo de luz y fondo oscuro inmensísimo como es el cielo mismo habrá seguramente estos días un coro de ángeles, con la guardia central de arcángeles que, con sus libritos sostenidos por sus manos enguantadas de blanco, claman y cantan a Dios para dar la bienvenida el enorme Ernesto Cardenal. Y desde la Tierra, mientras todo eso se sucede ahí lejísimo de aquí, los nicaragüenses y el mundo entero pueden decir: «¡Ciao, Ernesto Cardenal!»

[La foto de portada y todas las fotografías de este artículo son de autoría y propiedad de Jorge Vanegas]

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